Prioridades presidenciales

Juan Ignacio Zavala

Para nadie es novedad que las prioridades del presidente López Obrador se circunscriben al espejo. Hablar de él, de lo que hace, de lo que interpreta de lo que piensa –por decirlo de alguna manera–, y del terrible mal que le quieren hacer sus adversarios, lo que planean y maquinan en su contra, es su discurso central. No importa dónde esté ni qué tema sea el que debe tocar. Lo importante es él hablando de sí mismo. Se entiende: quién mejor que uno para hablar de sí mismo, es sin duda un privilegio que el Presidente no piensa ceder a ninguno de sus lacayos.

Apenas hace unos días en este espacio, antes del desgraciado paso de Otis por Acapulco, comentaba sobre la sociopatía del Presidente, de esa incapacidad para solidarizarse con los que sufren dolor, esa suerte de miedo a las víctimas y a los que las representan y la enorme limitación que tiene para mostrarse genuino en su compasión con los que sufren alguna desgracia producto de la violencia o por alguna calamidad de la naturaleza.

La desgracia que ha caído sobre Acapulco y municipios cercanos a ese puerto ha mostrado de manera más que clara esta lamentable faceta del Presidente. Si se tratara de una característica personal que terminara en la manera de convivir, pues no habría problema alguno. El asunto es que se trata del Presidente de la República y que un individuo así, un sociópata, tiene que tomar decisiones que afectan a decenas de miles por causa de una desgracia. El Presidente insiste en que no se presenta en la zona de la desgracia por no quiere hacer “espectáculo”. Lo que vimos en las horas siguiente a la catástrofe fue un espectáculo patético, un jefe de Estado que no sabe qué hacer, a dónde ir, o qué decir. Escondió información, se negó a trasladarse de inmediato a la zona de la desgracia y armó un periplo verdaderamente ridículo en el que aparecía atascado en el lodo. Metáfora precisa del Presidente ante la situación.

Acapulco está en plena catástrofe. Serán años los que tarde en medianamente arreglarse. Al restablecimiento de los servicios básicos, la alimentación, el agua, el control de enfermedades, la atención a la población en general vendrá la reconstrucción de las casas de miles de familias y un esfuerzo descomunal que se requiere para recuperar algo de la industria turística. Habrá miles de empleos que ya no volverán. Mientras el Ejército se hace cargo de la situación de emergencia, que en este caso es completamente comprensible, y organiza la situación, el Presidente decidió mandar un mensaje a la población afectada por el devastador huracán.

El mensaje del Presidente contiene lo que para él es lo más importante: que sus enemigos le quieren hacer daño. En el mensaje de supuesta información y solidaridad, dijo que los conservadores son viles y hacen politiquería y quieren usar la tragedia con fines electorales. Esto al comienzo del mensaje para los damnificados junto con la lectura de un tuit de Vicente Fox. Todos sabemos que Fox no pasa por sus mejores momentos y que la red X (Twitter) no ha sido el mejor lugar para su lucidez. Sin embargo, el viernes en la tarde puso un tuit que dice: “No me queda más que decirles chinguen a su madre a todos los que nos gobiernan. ¡¡Militares o no!! Resuelvan Acapulco y la inmensa desgracia en que está nuestro país”.  Para alguno podrá ser un gran tuit –a mí me lo parece, finalmente Twitter en eso acabó: un lugar para la mentada de madre– y para otros una vulgaridad. Lo que resulta absolutamente fuera de lugar es que López Obrador, el Presidente en funciones, lea ese tuit en un mensaje a quienes están sin alimentos, sin techo y sin perspectiva alguna en el futuro inmediato. Ese es el nivel de la prioridad que le da el Presidente a la tragedia: el de un tuit.

A la desgracia que viven los acapulqueños y sus vecinos guerrerenses, hay que sumarle la de tener a un merolico en la Presidencia al que solamente le importa hablar de él. Con López Obrador o a pesar de López Obrador, Acapulco saldrá de la mano de los millones de mexicanos que quieren ayudar. Mientras tanto que narciso siga regocijándose en su espejo de Palacio.

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