Europa digital: el frágil juego geopolítico
Jorge Bravo
Europa se encuentra en una posición estrecha en el tablero de la tecnología digital y 5G. Arrinconada entre las superpotencias tecnológicas y los reales actores geopolíticos de Estados Unidos y China, el viejo continente no ha tenido más remedio que adoptar una estrategia estrecha enfocada en la regulación omniabarcante para navegar en el nuevo mundo digital.
A diferencia de la Unión Americana y el gigante asiático, Europa no cuenta con ninguna empresa tecnológica o plataforma de Internet líder a nivel global. Todas las Big Tech como las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) de Estados Unidos y las BAT (Baidu, Alibaba y Tencent) chinas dominan el ecosistema digital, y todavía falta mencionar Netflix, Uber, DiDi y la más reciente OpenIA para la Inteligencia Artificial.
En lugar de competir en el desarrollo tecnológico, Europa ha optado por un enfoque regulatorio de la tecnología, la economía de datos y los servicios digitales, y asistencialista de la transformación digital vía cuantiosos presupuestos comunitarios.
Este enfoque, aunque orientado a salvaguardar la privacidad y la seguridad, también frena la innovación y obstaculiza la competitividad en el ámbito tecnológico. La estrategia ha tenido un costo significativo en el despliegue de las redes de nueva generación de telecomunicaciones, en la atropellada adopción de 5G y en la innovación tecnológica de la región.
Empecemos por el principio para comprender: después de la Segunda Guerra Mundial, se le atribuye al general francés Charles de Gaulle la reflexión de que hubo dos países derrotados (Alemania e Italia), pero toda Europa perdió. Europa en su conjunto fue la gran perdedora –hasta la actualidad– al emerger Estados Unidos como potencia mundial.
Después del interregno de la Guerra Fría (donde hubo mucha confrontación política pero ninguna bélica entre Estados Unidos y la Unión Soviética) cuando se conformó un mundo bipolar, después de la caída del Muro de Berlín el nuevo orden mundial es claramente unipolar hasta el día de hoy, con Europa rezagada y China como potencia comercial emergente en Asia.
Además, tras el holocausto judío (más europeo que sólo nazi), Europa se halla vacía de valores y sin una identidad unificadora como durante siglos lo fue el cristianismo o la Ilustración. El costoso Estado de bienestar, la tolerancia religiosa autoimpuesta, la fuerte presencia de población y cultura musulmanas y la protección de los derechos humanos son una pesada carga europea. Así de frágil llega el viejo continente a la revolución digital, después de haber liderado la revolución industrial.
En términos geopolíticos, Europa se ubica en una posición delicada. Por un lado, Estados Unidos ha sido un aliado clave en la seguridad continental de Europa vía la OTAN (como escudo de contención de un eventual ataque ruso), aportando dinero, armas, logística e influencia, porque Europa no tiene un ejército propio. La situación es tan grave que Alemania (por algo será) es el país con más bases militares y personal desplegado de Estados Unidos con 123 (sí, el alemán es un territorio invadido por Washington), seguido de Italia (49) y Reino Unido (23).
Ni siquiera Europa puede solucionar sus conflictos internos, como lo demostró la guerra de los Balcanes que recurrió a la ayuda de los cascos azules de la ONU, o sea, de Estados Unidos. Fue en agosto de 2018 cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, advirtió que “Europa ya no puede dejar su seguridad sólo en manos de Estados Unidos” y que “su segunda prioridad es China”. El balde de agua fría fue el estallido de la guerra de Ucrania en febrero de 2022, solicitando Europa auxilio militar y económico de la Unión Americana para contener el ataque de Putin.
Finalmente, Europa depende del gas y el petróleo baratos de Rusia desde tiempos de la URSS, lo que ha llevado a la onerosa construcción de los oleoductos Nord Stream (fuente constante de desacuerdos y de que se resquebrajara la alianza Atlántica). Y también tiene una alianza y dependencia económica con China en negocios e industrias clave como la química, el acero, automotriz, robótica y tecnológica.
¿En qué momento ocurre la prohibición del 5G chino? Cuando comenzaba a hacerse realidad la peor pesadilla de Estados Unidos: la creciente alianza económica entre Europa y China.
La Casa Blanca estaba claramente molesta porque financiaba la seguridad continental de Europa contra Rusia, pero Europa transfería recursos primero a los soviéticos y después a los rusos para comprar gas y petróleo barato para mover su economía y además comerciaba con China. Por si fuera poco, comenzó a adoptar la tecnología digital más innovadora también china, particularmente de Huawei, la que le permitiría a Europa la transformación digital y la automatización de su industria y base productiva para volver a ser competitiva en la revolución digital.
Esta alianza ha llevado a un aumento en la desconfianza mutua entre Europa y Estados Unidos, recientemente en temas tecnológicos, pero inició con la dependencia a la energía rusa, la creación de la Unión Europea en 1993 y después con el creciente intercambio comercial con China.
En el tema de la tecnología 5G (como ya se explicó en Proceso), por primera vez desde que es una potencia mundial, Estados Unidos ha asumido una posición defensiva, prohibiendo la tecnología 5G de las empresas chinas por razones de seguridad nacional. La diferencia es que Estados Unidos no tiene nada que ofrecer a cambio y ahí radica su fractura en la geopolítica digital.
La decisión del entonces presidente Donald Trump de prohibir el 5G chino (continuada por Biden) ha creado una brecha aún mayor entre Estados Unidos y Europa. Para la hegemonía estadunidense es una jugada de doble banda: retrasa tanto la expansión tecnológica china como la transformación digital y la automatización de la industria y la economía europeas.
Europa es consciente de su fragilidad geopolítica y tecnológica y de las presiones estadunidenses y asiáticas, por ello ha adoptado un enfoque cauteloso, evitando prohibiciones directas pero imponiendo restricciones y normativas para salvaguardar la integridad de sus redes digitales, retrasando la sustitución de equipos chinos. La estrategia europea digital es disminuir riesgos.
Mientras tanto, Estados Unidos se prepara para la revolución digital y las infraestructuras de banda ancha del siglo XXI subastando ingentes cantidades de espectro radioeléctrico 5G con una visión recaudatoria, con millonarios fondos de acceso universal para habilitar el internet rural (para automatizar la agricultura y la producción de alimentos), desarrollando empresas, plataformas y modelos de negocio de internet globales y leyes que autorizan cuantiosas transferencias de recursos públicos a la construcción de fábricas de semiconductores y el desarrollo de la Inteligencia Artificial, con un enfoque en seguridad nacional e innovación.
La respuesta europea ha sido la regulación en materia de competencia económica (investigaciones y multas millonarias a Microsoft, Google y Apple), el reglamento de protección de datos personales (sanción a Facebook), la Ley Rider (restricciones a Uber), las leyes de mercados y servicios digitales (controlar el discurso de odio en las redes sociales como Twitter, TikTok, Facebook y YouTube), la carta de derechos digitales y, más recientemente, la ley de Inteligencia Artificial.
Todas estas regulaciones del ecosistema digital son un molesto zumbido para las empresas estadunidenses. Lo más ridículo de la unanimidad regulatoria europea fue la aprobación del cargador común USB tipo C para dispositivos electrónicos, para molestar a Apple.
La más reciente movida europea es la exportación hacia América Latina de este paquete normativo de la revolución digital vía iniciativas como Global Gateway y la diplomacia digital europea encabezada actualmente por Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.
El problema es que el bajo ingreso por usuario de los operadores de telecomunicaciones en América Latina dificultan la exclusiva adopción del 5G europeo (Ericsson y Nokia), además de que la persistente brecha digital, la baja inclusión financiera y la necesidad de crear fuentes de ingresos para la población no puede estar supeditada a una regulación que ralentice la transformación digital y el desarrollo de la economía en Internet de la región latinoamericana.
La diferencia entre la visión reguladora europea, el mercado estadunidense y la intervención estatal china es que América Latina sí tiene una identidad propia basada en sus propias necesidades de conectividad y digitalización.
A medida que la transformación digital avanza, todos quieren imponer su juego: Estados Unidos y Europa el ajedrez para vencer y China el Go para tener la mejor posición. América Latina debe optar por el juego de pelota: creado para arreglar conflictos, evitar guerras y negociar acuerdos; para ello es necesario colaborar con el contrincante, devolver la pelota, rebotar las veces que sea necesario y anotar en el aro digital.