¿Qué pasa en el cerebro de Rubén Rocha?

Álvaro Aragón Ayala

Para meterse a las entrañas del cerebro de Rubén Rocha Moya hay que entender los alcances de un reyezuelo o un dictador, los estragos que ocasiona la “borrachera del poder”, determinar los daños de las crisis ocasionadas por el gobernador y revalorar su obsesión por tomar por asalto a la Universidad Autónoma de Sinaloa, a cuyos dirigentes ha sometido a una despiadada persecución política y judicialización con el ánimo de meterlos a la cárcel.

Rubén Rocha ofreció la lectura de su mentalidad peligrosa cuando reaccionó con furia y con una cacería judicial contra las autoridades de la UAS que se negaron a entregarle el control de la institución y que le rechazaron la Ley de Educación Superior del Estado, con la que pretendía ejercer el dominio total, incluso en el pago de la nómina de los trabajadores de la Casa Rosalina. La ley de marras fue “atorada” por un Juez de Distrito que la consideró inconstitucional en materia de autonomía universitaria.

Inducido por su mentalidad perversa, el gobernador creó una camarilla mafiosa integrada por periodistas que gozan de contratos millonarios de “publicidad” gubernamental, diputados de Morena, funcionarios del SATES, la UIPES, la Fiscalía General de Justicia y del Tribunal Superior de Justicia, que, en conjunto, participan en la prevaricación, el invento de delitos, contra las autoridades de la UAS. El propósito es destituirlos, encarcelarlos para que él asuma las riendas de la universidad.

¿Qué ocurre en la cabeza de Rubén Rocha Moya? ¿Cómo funciona la mente de este gobernador autoritario? Ha confesado que su éxito sería llegar al año 2027 y precisado que no anda muy bien de la cabeza al grado que amplios segmentos de la sociedad sinaloense considera que padece de sus facultades mentales y de que desfila por los senderos de la omnipresencia rayando ya en la locura.

El escritor estadounidense John Gunther, autor de libros sobre los regímenes totalitarios, establece que “todos los dictadores son anormales. La mayoría de ellos son neuróticos”. Adolf Hitler es el nombre tal vez más citado en la literatura científica. De personalidad bipolar, sufría paranoias que le llevaron a cometer crímenes atroces, purgas étnicas y que arrastraron su pueblo a guerras suicidas. Rocha persigue a directivos de la UAS, criminaliza periodistas y manda al demonio a los liderazgos sociales y políticos a los que llama sus enemigos o “enemigos del Estado”.

Hay otros ejemplos: Idi Amin, el feroz dictador de Uganda, se hizo nombrar “señor de todas las bestias de la tierra, de los peces del mar y rey de Escocia”; Jean Bedel Bokassa se hizo coronar como Napoleón Bonaparte en la república Centroafricana; Mobutu, en Zaire, prohibió a todos los ciudadanos llevar un sombrero de leopardo; Nyýazow, presidente de Turkmenistán vetó el maquillaje, los dientes de oro, el ballet, y sustituyó la palabra pan por el nombre de su madre, además de ordenar la construcción de un palacio de hielo en el desierto.

Richard Ebstein, de la Universidad Hebrea de Jerusalem, determinó, con base en un estudio, que los dictadores sufrirían de algunos trastornos en el cerebro. La causa estaría en el gen denominado AVRP1, que regula la capacidad de ser generosos con los demás y que sería más corto respecto al resto de seres humanos. Este gen está asociado a la secreción de una hormona responsable de la creación de vínculos sociales y afectivos. “Es bastante seguro que los dictadores codiciosos tienen un componente genético”, concluyó

Daniel Eskibel, miembro de la Internacional Society of Political Psychology, expuso que “el dictador es aquel que se ve dominado por una estructura cerebral situada en el tronco encefálico, sorprendentemente idéntica al cerebro que tiene cualquier reptil y que empuja hacia el dominio, la agresividad, la defensa del territorio y la autoubicación en la cúspide de una jerarquía vertical e indiscutida”.

“Si la persona no está preparada, entonces es sólo cuestión de tiempo para que el cerebro reptil se apodere de los resortes del mando. El resultado es la pérdida de contacto con la realidad: “Lo ves solo. Aislado. Sin escuchar. Sin contacto con la gente. Agresivo. Cometiendo errores que nunca creíste pudiera cometer. Cada vez más rodeado por incondicionales que sólo dicen que sí”, tal y como ocurre con Rubén Rocha que se ha rodeado de serviles dispuestos a violar la Constitución y todo tipo de leyes para mantener contento al gobernador.

Jerrold Post, director del programa de Psicología Política de la Universidad George Washington sostiene que a menudo muchos dictadores sufren patologías borderline, es decir que se encuentran en la frontera entre neurosis y psicosis. “Son individuos que pueden funcionar de manera perfectamente racional, pero que, en determinadas condiciones de estrés superan el límite, sus percepciones se distorsionan y esto se refleja sobre sus acciones. Esto suele ocurrir cada vez que pierden o incluso cada vez que ganan. Y el único público que cuenta para ellos es… el espejo”.

James Fallon, neurocientífico de la Universidad de California, destaca la mente de los dictadores “tiene más inclinación a odiar que a matar. Por eso no siempre son asesinos en serie. Afortunadamente, sólo una persona de 50 mil reúne este tipo de características”. En su opinión estas personas sufren un desajuste cerebral: tienen la amígdala subdesarrollada y esto afectaría a sus niveles de satisfacción. “Padecen una disfunción en la glándula que regula el miedo, la rabia, el historial emocional y el deseo sexual”.

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