Las víctimas en México, ¿otro sexenio en el desamparo?

Jacques Coste

“Trabajo. He tenido que reinventar mi oficio. […] En fin, esto ha sido el combate, vendar una por una las heridas. Ha durado seis años. Es agotador. Tengo la cabeza alta, pero estoy agotada. Sé que hay cosas que no volverán. No volveré a correr. Ya no sueño. Los sueños han despoblado mis noches. Dudo en mi trabajo. Ya no soy tan fiable como antes. He perdido para siempre a mis amigos. Lo que ahora quisiera es vivir, simplemente vivir. Sentir la libertad de estar enamorada sin sentimiento de culpa. Disfrutar del desenfado de una noche entre amigos. Ser capaz de aceptar nuevas pruebas, como la enfermedad de mi padre. Dejar de tener miedo”.

Este es el testimonio de una víctima que logró sobrevivir a los atentados terroristas que París padeció en noviembre de 2015. La mujer sobrevivió por los pelos, pero perdió a sus amigos y a su pareja, y sufrió heridas graves en las piernas. El trauma, el miedo, el enojo y la frustración quedaron impregnados en su corazón, en su memoria y en sus entrañas para siempre.

Extraigo este testimonio real del libro V13, Crónica judicial de Emmanuel Carrère, que reflexiona sobre la justicia, el duelo colectivo, el trauma compartido, la verdad y la memoria en una sociedad marcada por la violencia y el miedo, como es el caso de la francesa luego de los terribles atentados terroristas de 2015.

Sin embargo, ese testimonio podría provenir de miles de víctimas y familiares de víctimas (que, en realidad, también son víctimas) de la violencia, las violaciones a derechos humanos, las desapariciones, la tortura, el trabajo forzado y las extorsiones relacionadas con el crimen organzado, con la incapacidad de las autoridades y con el torpe ejercicio de la fuerza por parte del Estado en México.

Me parece que el testimonio refleja bien lo que significa ser una víctima: el miedo constante, la nostalgia por la vida anterior e irrecuperable, la frustración de perder o no encontrar a un ser querido, las dolencias físicas y emocionales, el enojo con los perpetradores y con el Estado incapaz de impartir justicia, la sensación de ya no ser uno mismo, la incapacidad de disfrutar la vida…

Esos sentimientos y esas experiencias marcan la vida cotidiana de cientos de miles de personas en México. Y, sin embargo, el resto de la sociedad minimiza, ignora o se niega a ver todo ese dolor. Nos hemos vuelto indolentes, fríos, apáticos y distantes.

Las amenazas de reformas a instituciones públicas ocasionaron más revuelo y movilización social que todo ese dolor. Las manifestaciones masivas para mostrar apoyo al presidente, al partido en el poder y a la presidenta electa movilizaron a más personas que el sufrimiento de las víctimas. La prensa discute más sobre las grillas palaciegas que sobre la cruda realidad de cientos de miles de mexicanas y mexicanos.

Entre la sociedad en general, esta indolencia se entiende (aunque no se justifica): ¿Cómo procesar colectivamente tanto dolor? ¿Cómo plantarle cara a la realidad cuando la muerte, la violencia atroz y las desapariciones se vuelven experiencias cotidianas? ¿Cómo seguir con nuestras vidas si no es pretendiendo que no pasa nada, que permanecemos en la normalidad? ¿Cómo seguir disfrutando nuestro día a día si no es fingiendo que no pasa nada?

No obstante, entre la prensa, los analistas y la clase política, la indolencia es inaceptable. Como bien dice el filósofo político estadounidense, Michael Walzer, los intelectuales y los líderes de opinión tienen el mandato ético de estar del lado de las víctimas, de quienes sufren abusos, represión o violencia de cualquier tipo. En una sociedad como la mexicana, tan plagada de violencia, este mandato ético es aún más urgente y pertinente.

Durante el sexenio de López Obrador, las víctimas no ocuparon un espacio central en la discusión pública por la vileza, el maquiavelismo y la habilidad política del presidente, pero también por la displicencia de los medios, los intelectuales y los analistas. En el sexenio de Sheinbaum, los formadores de opinión tenemos el mandato ético de regresar a las víctimas al centro de la agenda: las madres buscadoras, los colectivos de víctimas y los defensores de derechos humanos ya están haciendo su trabajo. Nos toca hacer el nuestro. Ante la indolencia de la clase política y frente a los artilugios para distraer el debate público, los medios deben priorizar lo importante: el dolor de las víctimas por encima de las palabras de unos cuantos políticos.

Con información de Expansión Política

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