Trump versus Biden 2024: un primer round determinante
Antonio Salgado Borge*
Poco se ha hablado en México del debate de esta semana entre Donald Trump y Joe Biden.
En un sentido es fácil ver por qué. Lo que ocurre en la arena política de Estados Unidos no suele despertar un gran interés en el público mexicano y, en todo caso, todavía faltan cinco largos meses para las elecciones en nuestro vecino norteamericano.
Sin embargo, existen tres razones principales para afirmar que es un error desestimar el encuentro que tendrá lugar este jueves en Atlanta.
La primera razón tiene que ver con el impacto que puede tener este debate. Es bien sabido que los debates suelen tener un impacto menor en sus audiencias. Sin embargo, en esta elección un impacto menor puede ser más que suficiente.
De acuerdo con las encuestas más recientes, Biden y Trump se encuentran virtualmente empatados en el voto general. Sin embargo, es importante recordar que para llegar a la presidencia de Estados Unidos no se requiere tener la mayoría de los votos a escala nacional, sólo contar con una mayoría de “votos electorales”.
A su vez, el número de estos votos que obtenga una persona candidata es un producto de los triunfos que tenga en el voto popular en los estados. Por ejemplo, quien resulte más votado en California obtendrá 54 votos electorales, y quien gane en Texas se llevará 40.
La mayoría de los estados votan siempre en el mismo sentido. Así, nadie duda que los 54 votos electorales de California serán para Biden y que Trump se beneficiará de los 40 de Texas. Esto significa que son un puñado de estados los que están genuinamente en disputa. Y que, quien tenga un mejor resultado en esas entidades probablemente llegará a la presidencia.
En concreto, los estados en disputa son seis: Arizona, Georgia, Nevada, Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Las encuestas muestran que Trump aventaja a Biden en todos y cada uno de ellos. Sin embargo, el margen de ventaja del republicano es estrecho. El actual presidente necesita remontar cuatro puntos porcentuales en el grupo conformado por los tres primeros estados (Arizona, Georgia, Nevada), y menos de dos puntos en el grupo conformado por los restantes (Michigan, Pensilvania y Wisconsin).
Para fortuna de Joe Biden y del Partido Demócrata, le bastaría con ganar en el segundo grupo para llegar a la presidencia. Esto es, tienen cinco meses para remontar una desventaja que actualmente es tan estrecha que cae en el margen de error de las encuestas. En consecuencia, lo que logre ganar en el debate de esta semana podrá resultar poco, pero no será insignificante.
La segunda razón por la que haríamos bien en prestar atención al debate de esta semana tiene que ver con su origen y motivos. Es inusual que este tipo de ejercicio se realice con tanta anticipación –recordemos que la elección no será hasta noviembre–. La razón de esta excepción es una propuesta o reto planteado a Donald Trump por Joe Biden.
La pregunta obligada es por qué Biden tomó la decisión de lanzar este reto. La causa próxima es, desde luego, que considera que el debate le permitirá alcanzar a Donald Trump en las encuestas.
En realidad, Biden buscaría dejar dos ideas en la mente del electorado. (a) No es un hombre demasiado viejo para gobernar y, mucho menos, un individuo senil o con deterioros cognitivos significativos. (b) Donald Trump es un delincuente condenado. Probablemente veremos a Biden poner énfasis, una y otra vez, en los hechos de que su rival fue declarado culpable de abuso sexual y de falsificar registros.
Alguien podría objetar que ni (a) ni (b) serán suficientes para quitar votos a Donald Trump. Pero a ello se debe responder que la intención del actual presidente y de su equipo no es convencer a quienes actualmente votarían por su rival, sino a aquellos electores que nunca marcarían la casilla de Trump en las urnas, pero que no se sienten motivadas a votar por Biden. Nada de lo que ha hecho el candidato demócrata ha podido mover a ese segmento del electorado. El planteamiento de un debate temprano es una suerte de recurso extremo para modificar esta dinámica.
Este reto es más riesgoso de lo que parece. Para ser librado exitosamente, requerirá una actuación impecable y sin margen para dudas. Los debates suelen favorecer a la persona más energética y telegénica. También suelen dar ventaja a aquellas en mejores condiciones de responder con comentarios devastadores en el acto. Y de entre quienes integran el par que debatirá esta semana, Joe Biden no es esa persona.
La tercera y más importante razón es que, contrario a lo que suele plantearse desde México, un triunfo de Trump en la elección presidencial estadunidense no representaría un mero cambio de administración. Tampoco sería una simple segunda edición de su anterior presidencia. En realidad, una victoria del republicano abriría la puerta a una larga pausa en el proyecto democrático estadunidense.
Se podría replicar que una afirmación como la anterior es infundadamente catastrofista. Sin embargo, existen elementos concretos que permiten sostenerla. Uno de ellos pasa por tomar con seriedad lo que Donald Trump ha dicho explícitamente sin pudor o rubor.
Ejemplo de ello son las ideas de que en caso de llegar a la presidencia someterá a las agencias independientes bajo el control presidencial y utilizará al Departamento de Justicia para perseguir a sus rivales políticos. O su intención de reemplazar a las personas que han hecho carreras meritorias en dependencias como el Departamento de Estado, agencias de inteligencia y el Pentágono por personas que le sean leales. Trump también ha dicho que los funcionarios en su nueva administración tendrán que estar 100% sometidos a su voluntad.
Si esto no fuera suficiente, existe un grupo de organizaciones, respaldadas por millones de dólares, que trabajan día y noche en estudiar las estrategias políticas y legales para materializar las intenciones de ese expresidente. Esto es, lo que Trump pretende hacer y la seriedad con la que emprenderá este esfuerzo no es un secreto.
Tampoco es un misterio el motivo detrás de esta estrategia. Por una parte, la mayoría de los simpatizantes del Partido Republicano han aprendido a rendir culto a autócratas como Vladimir Putin o Viktor Orban y, en su ignorancia, sueñan con materializar en Estados Unidos este tipo de régimen. La base trumpista apoya entonces sin reservas la idea de entronar a su líder.
Por la otra, Trump ha quedado marcado por una lección aprendida durante su presidencia. Si ese expresidente no pudo perpetuarse en el poder a la mala, a pesar de haber perdido en las urnas, fue porque algunos Republicanos –incluyendo a Bill Barr y a Mike Pence– no estuvieron dispuestos a cruzar esa línea roja. De regresar a la Casa Blanca, Trump no estaría dispuesto a lidiar con ese tipo de incómodos “obstáculos”.
En conclusión, existen tres razones principales para no desestimar el próximo debate entre Donald Trump y Joe Biden: el estrecho margen que separa a ambos candidatos en las encuestas, el origen del encuentro como propuesta arriesgada y el carácter trascendental que tendrá la elección de este año para el futuro de la democracia estadunidense. Considerando este telón de fondo, es fácil ver que lo que ocurra el jueves en Atlanta será determinante.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido
Con información de Proceso