Gobernadores: ¿de virreyes a subordinados?

Javier Rosiles Salas

¿Qué denotan las reuniones que ha venido sosteniendo Claudia Sheinbaum con diferentes gobernadores/as? ¿Son muestra de sometimiento o de construcción de una futura coordinación? Las respuestas a estas preguntas importan porque constituyen indicios para conocer cuál será el nuevo modelo de interacción que desarrollará la próxima presidenta del país frente a los gobernadores y gobernadoras del país.

El escenario es muy distinto respecto de lo que ocurría en 2018, cuando el movimiento de la llamada Cuarta Transformación se hizo del poder. Andrés Manuel López Obrador tuvo que lidiar con una amplia mayoría de mandatarios que no pertenecían a su partido una vez que llegó a la Presidencia.

Durante su primer año de gobierno, Morena sólo contaba con seis gobernadores. El resto se distribuía de la siguiente manera: 12 para el PRI, nueve para el PAN, dos para el PRD, uno para Movimiento Ciudadano, uno para el Partido Encuentro Social e incluso uno era independiente.

En estas condiciones se presentó un modelo que podría llamarse de conflictividad variable. En algunos casos la relación entre el Ejecutivo federal y los locales fue más bien tersa, mientras que en otros fue de franca confrontación.

No hay duda de que el grupo que de manera más aguerrida se enfrentó a López Obrador fue aquel que se puso por nombre Alianza Federalista y que estuvo conformado por mandatarios de diferentes partidos políticos: Martín Orozco (Aguascalientes, PAN), Miguel Ángel Riquelme (Coahuila, PRI), José Ignacio Peralta (Colima, PRI), Javier Corral (Chihuahua, PAN), José Rosas Aispuro (Durango, PAN), Diego Sinhue Rodríguez (Guanajuato, PAN), Enrique Alfaro (Jalisco, MC), Silvano Aureoles (Michoacán, PRD), Jaime Rodríguez (Nuevo León, independiente) y Francisco Javier García Cabeza de Vaca (Tamaulipas, PAN).

Pero debe advertirse que la variable partidaria no marcó el tipo de relación con el gobierno federal. Es decir, hubo gobernadores panistas y priistas que optaron por una menor intensidad de conflicto o de plano mostraron un muy bajo perfil.

El priista Carlos Miguel Aysa (Campeche) ofreció abiertamente su respaldo al gobierno de López Obrador, como también se le mostraron cercanos los también priistas Héctor Astudillo (Guerrero), Omar Fayad (Hidalgo), Alfredo del Mazo (Estado de México), Alejandro Murat (Oaxaca), Juan Manuel Carreras (San Luis Potosí), Quirino Ordaz (Sinaloa) y Claudia Pavlovich (Sonora).

Por lo que toca al PAN, Antonio Echevarría (Nayarit), Francisco Domínguez (Querétaro) y Mauricio Vila (Yucatán) fueron parte de una interacción mucho menos ríspida en comparación con la de sus correligionarios.

Respecto de los primeros años de gobierno de la llamada 4T, hoy el panorama es muy distinto. Para comenzar, Morena y sus aliados acumulan 23 gubernaturas y la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. A lo que habría que agregar que justo en los comicios de este año lograron refrendar los estados que habían ganado en 2018.

Del principal bastión del panismo, Aguascalientes, el único estado en el que Sheinbaum no ganó su elección, salió una voz de concordia de la gobernadora Tere Jiménez: “tenemos que trabajar coordinados, porque el gobierno estatal siempre se va a sumar a todos los proyectos que sean en beneficio de la paz, de la tranquilidad, que sean a favor de la reutilización del agua, en favor de la salud y sobre todo a favor de México”.

Ese mismo ánimo fraterno fue el que demostraron, en la reunión con la próxima presidenta del país, Samuel García (Nuevo León, MC), Manolo Jiménez (Coahuila, PRI) y Esteban Villegas (Durango, PRI).

Evidentemente que estos acercamientos no son una garantía de que habrá una relación permanente de cordialidad entre los ámbitos federal y local, comenzando por los propios gobernadores y gobernadoras emanados de Morena. Pero al parecer se está ante el advenimiento de un nuevo modelo de interacción, que habrá que ver si tiene características de coordinación o de subordinación de los ejecutivos estatales.

En tiempos del sistema de partido hegemónico, que tenía en su núcleo al PRI, se daba por sentado que los gobernadores estaban plenamente sometidos a la figura presidencial, que tenían como su función principal la de cumplir con los designios del presidente en turno.

Una vez que el otrora partido oficial perdió la Presidencia en 2000, se dieron condiciones para que los gobernadores comenzaran a parecer virreyes que controlaban a placer sus territorios y recursos. Ambas descripciones no aplican para la etapa de la 4T. Cabe agregar el ingrediente de las fuerzas locales, cuya contención y control por parte de los ejecutivos estatales les brinda una relevancia –y hasta cierto nivel de rebeldía frente al centro– que hasta el momento no ha sido valorada ni estudiada con suficiencia.

Al final, la enseñanza es que debe tomarse en cuenta la diversidad de los territorios mexicanos, las condiciones que se presentan en cada entidad federativa, lo que lleva a pensar que las situaciones de tensión (o distensión) serán diferentes para cada caso. Ya se verá.

Con información de Expansión Política

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