Hybris

Javier Sicilia

Los griegos, que eran más sabios que nosotros, acuñaron una palabra necesaria, hybris, cuya intraducibilidad contiene los conceptos de “desmesura”, “soberbia”, “desprecio”. Quien sucumbe a ella destroza y atrae sobre sí males inimaginables. Todo el género de la tragedia gira en torno a ese gozne. Lo resume Heráclito en un aforismo que he citado muchas veces: “El sol [habría que decir mejor el hombre] no sobrepasará sus límites, si no, las Erinias que guardan la justicia sabrán castigarlo”.

Es difícil para los seres humanos de hoy entender la hybris. A diferencia de los griegos para quienes la desmesura era una excepción que servía de ejemplo, nosotros habitamos en ella. Somos como el pez de la parábola que al pedirle que hablara del agua respondió: “¿Agua?, ¿qué es el agua?”. La hybris envuelve nuestra cotidianidad y nos impide verla, al grado de que no logramos asociar sus consecuencias con ella. La estructura tecnológica en la que habitamos y que es un sobrepasamiento desmesurado de nuestros límites humanos, se nos devuelve en calentamiento global, sequías y ciclones, migraciones y luchas territoriales.

El tema es enorme. Günther Anders, Leopold Khor e Iván Illich dedicaron miles de páginas a desentrañarlo. Baste, sin embargo, para este artículo decir que la hybris está asociada con el poder que, al desapropiarnos de los límites de nuestra condición humana, nos crea la ilusión de ser como dioses, capaces de trastocar todo ya sea por deseos puramente egoístas o por razones humanistas y nobles. Quien mejor lo muestra es la posición que López Obrador y la 4T han asumido en relación con el uso de la democracia desde que llegaron al poder. La hybris los ha hecho creer que esa palabra, cuyo significado es “el gobierno del pueblo”, se transformó en el gobierno de las mayorías. Pueblo y mayorías no sólo se volvieron sinónimos para la 4T, se encarnaron también en el poder de un soberano que recuerda la imagen que Abraham Bosse ideó para ilustrar al Estado moderno concebido por Hobbes: un rey, cuyo monstruoso cuerpo está constituido de miles de seres que miran arrobado su rostro en espera de su conducción.

Anders. Filósofo de los medios y crítico de la tecnología. Foto: Especial.

Esa transformación de la democracia en el poder de las mayorías vueltas pueblo y concentradas en la presencia de un soberano absoluto, ha llevado, como suele suceder con la hybris, a acciones irreflexivas y desmesuradas que han derivado en consecuencias terribles –aumento de la violencia, de la inseguridad y la corrupción, devastaciones ecológicas, destrucción de organizaciones autónomas que limitaban el poder soberano, persecución a las disidencias– y serán mayores. Con la reforma del Poder Judicial para que sea el pueblo, es decir, las mayorías encarnadas en el rey soberano, quienes elijan a sus jueces, las minorías serán asimiladas o excretadas como desechos del cuerpo del pueblo.

Lo lamentable de esta hybris es que además de volver a formas políticas que alimentaron a los Estados totalitarios, desalojan de la conciencia pública un principio fundamental de la vida democrática: las minorías no son desechos del pueblo que hay que absorber o eliminar como el nazismo eliminó judíos y disidentes y el sovietismo kulaks, trotskistas y críticos. Las minorías son parte del pueblo y como tales deben ser respetadas, protegidas, escuchadas y tomadas en cuenta. En ellas pueden hallarse criterios de verdad que las mayorías, devoradas por hybris, no logran ver. Si por un momento las mayorías actuaran como seres humanos y no como súbditos, sabrían escucharlas y ponderar sus argumentos antes de tomar decisiones dictadas por las precipitaciones pasionales de la hybris. Sabrían también que, además de que las mayorías no son el pueblo encarnado en el soberano, tampoco poseen la verdad.

Gandhi. Espíritu tutelar de AMLO. Foto: Especial.

La verdad no es un acto cuantitativo sino cualitativo. No se define por el montón que respalda una iniciativa o una ocurrencia, sino por la sensatez y la responsabilidad ante ella. El que las mayorías opinaran, por ejemplo, que la tierra es plana e impusieran la creencia como sabiduría del pueblo, no invalidaría la verdad sostenida por un solo individuo. Henri David Thoreau, el maestro de Tolstoi y Gandhi –este último uno de los supuestos espíritus tutelares de López Obrador–, decía que “las mayorías suelen ser ciegas a los principios de justicia y se mueven por conveniencia”. Decía también que “cualquiera que tenga más razón que sus prójimos ya constituye una mayoría de uno” al que hay que escuchar con atención: quizá guarda en él cosas que las mayorías no suelen ver y pueden evitar catástrofes.

En el Arca, comunidad fundada por Lanza del Vasto, el discípulo católico de Gandhi, ese principio se aplica. Cuando es necesario tomar decisiones trascendentes, la comunidad se reúne, propone, discute. Si uno solo de sus miembros no está de acuerdo con los demás y su argumento es contrario a la opinión de la mayoría, la comunidad se retira a reflexionar durante varios días y vuelve a reunirse. El procedimiento se repite hasta llegar a la unanimidad. Muchas veces, después de largas reflexiones la opinión de la minoría se transforma en el consenso.

Los zapatistas también lo hacen a su manera. El proceso es largo, pero sus resultados son siempre buenos. He sido testigo de algunos de ellos. Nos los mueve hybris, sino la humildad, la mesura, el sentido de lo que es bueno, la justa proporción que los griegos llamaban eutropelia.

Suele decirse que ese tipo de consensos sólo funciona en comunidades pequeñas. Ciertamente ellas son lugares privilegiados. Pero en los países, las Cámaras de representantes desempeñan ese mismo papel. Si las mayorías en ellas no estuvieran poseídas por la hybris, sobre todo de un soberano transubstanciado en pueblo, podrían proceder así con reformas y acciones de importancia trascendental como la del Poder Judicial o la de una política de Estado para contener la violencia y hacer justicia.

Realizarlas bien, con el tiempo que requieren tomas de decisiones que comprometen el destino de una comunidad y necesitan del consenso de todos, lejos de hundirnos más en el abismo, sentarían las bases para recuperar al país de su ya larga tragedia. Pero hybris es la temperatura y la atmósfera de nuestro tiempo. Ella, que es inseparable del poder y sus mayorías, ciega, estupidiza, corrompe y prepara catástrofes aún más inimaginables. Habrá que releer de nuevo a Thoreau y aprender a desobedecer civilmente las atrocidades de quienes poseídos por la hybris se arrogan el derecho de someter todo a sí mismos.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.

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