El fracaso de Iguala-Ayotzinapa

Rafael Cardona

Memorable entre los muchos fracasos –algunos de ellos disfrazados de épica transformación–, la prometida investigación de imposibles y prejuiciosos resultados sobre los hechos de Iguala, donde hace diez años –como todos sabemos– fueron secuestrados, asesinados y desaparecidos, 43 activistas de la Escuela Isidro Burgos de Ayotzinapa, le deja a la siguiente administración, la continuidad del error y la perpetuación de una leyenda.

Con enorme e interesada insistencia la versión ofrecida por el gobierno de Enrique Peña ha sido negada porque admitirla extinguiría un brasero cuyos rescoldos le convienen a la industria política de la queja y la protesta, cuya materia prima se acabaría si se admite lo conclusivo: los estudiantes están muertos hace diez años y no quedan de ellos vestigios. La desaparición fue brutal y definitiva.

La pregunta entonces es muy sencilla e imposible al mismo tiempo. ¿Quién fue el responsable de esas desapariciones y el posterior desmembramiento, troceo, incineración, inhumación o dispersión generalizada de los cadáveres?

La rápida y eficiente investigación del entonces Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, cuya eficacia fue sancionada años más tarde con injusta prisión, consignó a un centenar de culpables y dejó en claro muchas evidencias inconvenientes para la filosofía de la 4-T, desde antes de llamarse así.

Pero la industriosa fábrica de la inconformidad, en los tiempos anteriores incitada por la izquierda cómplice de los alcaldes perredistas de Iguala y Cocula y el gobierno de Guerrero, cuyo recurso más sentimental fue siempre azuzar a los dolientes familiares de los desaparecidos con la imposible promesa de localizarlos, se encargó de poner en libertad a los ya procesados.

Todavía en una carta inútil dirigida a las familias por el presidente López Obrador, casi al fin de su errático proceder y sus desatinos (en esta materia, por ahora), se sigue repitiendo la falacia inicial, origen de todas las demás: encontrarlos.

“ (julio 2024).- …Hacia adelante, en el tiempo que me queda como Presidente de la República, continuaremos la búsqueda de los jóvenes estudiantes desaparecidos y no descansaremos hasta conocer toda la verdad sobre este doloroso, injusto e indignante suceso (debe estar muy cansado, entonces)…

“…Espero que antes de mi último informe podamos, para satisfacción de las madres, padres y familiares y del pueblo de México, cumplir el compromiso de encontrar a los jóvenes de Ayotzinapa y saber con mayor precisión lo sucedido; es decir, la irrefutable y auténtica verdad de los hechos”.

Pues con estrépito de jolgorio y autocomplacencia triunfante ya se ofreció el último informe y no ocurrió absolutamente nada. Las cosas hoy están como en el primer día. Todo nos regresa a la “Verdad histórica”, quizá porque es la real. En diez años nadie ha logrado entender los hechos de otra manera.

Pero una cosa es entender y otra admitir.

Por eso ahora han sustituido la “verdad histórica” con los podridos mecanismos de la “politiquería histórica”. En el umbral del aniversario del próximo jueves, los quejosos se han devorado entre ellos.

Con información de Crónica

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