Democracia y deliberación
Juan Eduardo Martínez Leyva
En su origen, la democracia griega estuvo asociada a la deliberación pública. Democracia y deliberación eran dos caras de la misma moneda, una no podía existir sin la otra. La discusión ardua, la confrontación de las ideas, el esfuerzo por persuadir mediante la argumentación lógica, racional, estuvieron en el interés primario de esa nueva forma de sociedad y gobierno que los griegos impulsaron de manera decidida por primera vez. No se podía concebir la votación en las asambleas o en el ágora sin haber agotado la exposición de todas las ideas y argumentos de los interesados en participar en la toma de decisiones. Los ciudadanos emitían su voto después de haber escuchado, de manera paciente y a veces agitada, a los oradores.
Otro de los rasgos primarios de la democracia griega era el interés por darle la máxima publicidad y transparencia a las decisiones tomadas. Se pensaba que el ciudadano común debía estar al tanto de las resoluciones a las que llegaban los órganos de decisión y por esa razón se debían escribir y publicar en lugares accesibles para todos.
Estas aseveraciones las encontramos en el trabajo, breve pero sustancioso, del filósofo e historiador francés, especialista en los temas de la Grecia antigua, Jean-Pierre Vernant, publicado por Paidós bajo el título Los orígenes del pensamiento griego.
Vernant se propone responder en este trabajo a dos preguntas de gran interés histórico: ¿Cuál es el origen del pensamiento racional en Occidente? ¿Cómo y cuándo surgió este pensamiento en el mundo griego?
El autor le pone fecha al inicio del proceso de racionalización del pensamiento. Lo sitúa en el siglo VI a.C. con la aparición de los filósofos jónicos: Tales de Mileto, Anaxímenes, pero sobre todos ellos Anaximandro, contribuyeron a la aparición del racionalismo. Anaximandro elaboró la idea de que la tierra era una esfera que flotaba en el espacio, inmóvil en el centro del universo y que se relacionaba con el resto de los cuerpos celestes por las relaciones de sus fuerzas geométricas. “Los jonios ubican en el espacio el orden del cosmos; representan la organización del universo, las posiciones, las distancias, las dimensiones y el movimiento de los astros, según esquemas geométricos”. Si la tierra está situada en el centro del universo, perfectamente circular, puede permanecer inmóvil en razón de su igualdad de distancia sin estar sometida a ninguna dominación, pensaban estos filósofos, según Vernart
Intentan explicar el origen de todas las cosas como resultado de la acción e interacción de elementos físicos: el agua, la tierra, el fuego, el aire. Esta forma de concebir el Universo deja atrás las ideas mitológicas mediante las cuales el mundo se explicaba por la intervención de divinidades poderosas, creadoras del cosmos y reguladoras de la vida. En el mito son los dioses los que crean y gobiernan todo desde su poder soberano inatacable e infalible. El pensamiento mitológico (mythos) entra así en contradicción con el logos, entendido como una forma pensada, razonada, válida y fundada de explicación.
En ese proceso de racionalización que va desde el siglo VI hasta Euclides, en el siglo III, se va conformando una ciencia demostrativa que, aunque adolece de la experimentación y de la observación práctica, avanza la forma de pensar mediante la exposición de postulados, axiomas y definiciones que son deducidas unas de otras “de suerte que la validez de cada una esté asegurada por el carácter formal de las pruebas que, en la continuación del razonamiento, la han establecido”.
La actitud filosófica nueva produce una revolución en el uso del lenguaje e impacta radicalmente en la forma de pensar la sociedad y la política. “En lugar de que el Rey ejerza su omnipotencia sin control ni límites en el secreto de su palacio, la vida política griega quiere ser objeto de un debate público, a plena luz del día, en el ágora, por parte de unos ciudadanos a quienes se define como iguales y de los cuales el Estado es ocupación común; en lugar de las antiguas cosmogonías asociadas a rituales reales y a mitos de soberanía, un nuevo pensamiento trata de fundar el orden del mundo sobre relaciones de simetría, de equilibrio, de igualdad entre los distintos elementos que integran el cosmos social”. De esta manera se produce una especie de laicización del pensamiento político y las atribuciones exclusivas del rey son reemplazadas por funciones sociales especializadas, diferentes unas de otras y cuyo ajuste plantea difíciles problemas de equilibrio.
El ágora es el espacio público en el que se llevan al cabo las justas oratorias, los combates de argumentos, los ciudadanos se enfrentan con las armas de la palabra para persuadir y convencer y, al final, esa rivalidad es resuelta por el ciudadano que elige con su voto las ideas que considera pertinentes. La deliberación es permanente por lo que algo que fue aprobado en un tiempo puede ser corregido o negado en subsecuentes discusiones.
Las discusiones no siempre garantizaron la toma de decisiones más racionales u óptimas. Los sesgos y pre-juicios de los ciudadanos, y la labor de los oradores demagogos hacían su parte, como lo ejemplifica el caso del juicio y condena de Sócrates, sin embargo, el procedimiento deliberativo había echado raíces en las primeras etapas de la democracia griega.
La práctica de debatir con los que piensan diferente es algo que no ha estado presente en la política mexicana de los últimos años. Vencer más que convencer es la actitud preponderante en la política actual. No se tiene conocimiento de que el presidente anterior se haya reunido con grupos opositores o críticos a sus políticas para sopesar mejor sus decisiones. La nueva presidenta nos ha dicho que no dialogará personalmente con la oposición. Se ha regresado a la idea de que el poder soberano, ejercido ahora por un Ejecutivo ciertamente legitimado en las urnas, es suficiente para imponer una visión del mundo y llevar a cabo políticas que son refractarias a la crítica y al cuestionamiento. La práctica arcaica a la que se refiere Vernant, en la que el rey ejercía su omnipotencia sin control y sin límites, en el secreto de su palacio, pareciera que está de vuelta.
Los congresos, espacios por excelencia constituidos para la deliberación libre y la toma de decisiones basadas en la razón y el bien común, han renunciado a asumir la responsabilidad revisora de las decisiones del Ejecutivo en turno. La velocidad con la que se han aprobado iniciativas de ley que requieren una reflexión profunda y pausada reflejan una sumisión vergonzosa al poder del “soberano”.
Aunque suene ingenuo, nunca estará de más insistir en la necesidad de recuperar la deliberación pública como un valor fundamental de la las sociedades que se asumen como democráticas.
Con información de La Crónica