El simulacro mexicano de la intercampaña

Francisco Báez Rodríguez

Hay partes del proceso electoral mexicano que son simplemente incomprensibles. Una de ellas es el llamado “periodo de intercampañas”, que pretende ser algo así como un alto en el camino, en el que ya nadie hace precampaña y los partidos se alistan a definir a sus candidatos.

El caso es que, desde hace varios ciclos electorales, el periodo de intercampañas es una especie de simulacro, en donde lo único que se detiene es la profusión excesiva de spots en radio y televisión. Lo demás sigue tal cual, sólo que con unas vedas a las que todos les dan la vuelta.

En el actual proceso, la cosa es todavía más absurda. Sucede que no fue el INE quien dio la voz de arranque real a las campañas, sino el presidente López Obrador, cuando puso dizque a competir a sus “corcholatas”, y ya todo mundo (tal vez con la excepción de Marcelo Ebrard) sabía cuál iba a ser el resultado.

Ha habido tres casos, de entre las pasadas cuatro elecciones, en las que un destape o autodestape prematuro resultó en que quien se adelantó a la salida terminó ganando la carrera presidencial. La excepción fue Felipe Calderón. La lógica indica que esa ventaja de salida genera más conocimiento popular hacia el aspirante, que a su vez lo hace más proclive a la victoria.

Fue en función de la ventaja inicial que tomó Claudia Sheinbaum, que la coalición de los partidos tradicionales también aceleró sus tiempos y, desde hace meses, sabemos que su candidata presidencial es Xóchitl Gálvez. Por razones ajenas a su voluntad (es decir, porque la candidatura-cohete de Samuel García se cebó), el único partido que terminó lanzando su candidato más o menos según los tiempos oficiales fue Movimiento Ciudadano, lo que lo hace partir en desventaja (además del dato de que Jorge Álvarez Máynez es mucho menos conocido entre la población que las otras dos candidatas).

Así, entramos en una suerte de receso en el que todos harán como que se mueven poquito, pero en realidad se mueven un montón. Cosas de ese deporte nacional que es la simulación.

Paradójicamente, aunque en las precampañas todos se movieron un montón, lo que movió muy poquito, a final de cuentas, fue la intención de voto medida en las encuestas. Una carrera en la que todos han corrido a velocidad similar y han quedado a una distancia parecida. Aquí, la ventaja de inicio parece ser la clave.

Claudia Sheinbaum sabe que, partiendo con ventaja en tiempos, pero sobre todo con la bendición presidencial, tiene como principal reto en estos meses no cometer algún error fatal. No debe generar molestia en Palacio Nacional y no debe decir nada que induzca a pensar que es una radical o que le de armas de calidad a la oposición. Es de preverse que mantendrá su posición a la defensiva en los debates de abril y mayo, como ya lo hizo cuando compitió por la jefatura de gobierno capitalina. Como el tiempo corre a su favor, es la principal beneficiaria del interregno en las campañas.

Xóchitl Gálvez, en cambio, tiene que moverse más, para intentar recortar distancias. Ha tenido dos enemigos formidables: uno es la campaña de desprestigio que le han armado desde Morena (de la mano de López Obrador); otro es la cantidad de pifias que han cometido las dirigencias de los principales partidos que la postulan: entre que se han peleado más por los otros puestos de elección que por impulsar a su candidata a la Grande y que, en esa disputa, han ventilado acuerdos que dejan ver que entienden a la política como negocio, le han hecho un flaco favor a Xóchitl.

Por necesidad imperiosa, Gálvez ha tenido que intervenir para condenar esos acuerdos (“en lo oscurito”, diría AMLO) y, al menos en su cierre de precampaña capitalina, ha vuelto a ser ella misma. En la medida en que lo siga siendo, tendrá más oportunidad de acercarse en las preferencias electorales.

Quien la tiene más difícil es Álvarez Máynez, quien entra a la palestra con un escenario ya polarizado, tendrá en contra sobre todo al otro bloque opositor y no podrá contar por mucho tiempo con el empujón que le dieron Samuel García y Mariana Rodríguez. Por lo mismo, es a quien le conviene tomar más riesgos. El problema es que, si esos riesgos no son calculados (es decir, si son meras ocurrencias), la interesante aventura de Movimiento Ciudadano puede desfondarse, sobre todo por el peligro de que la fisura en Jalisco se convierta en fractura.

En estas semanas se definirán también otras candidaturas. Tanto las locales, como -de manera relevante- las federales para el próximo Congreso de la Unión. Estas últimas cobran particular importancia porque definirán la correlación de fuerzas en las cámaras de diputados y senadores, y definirán si hay mayoría absoluta o, incluso, mayoría constitucional, que permitiría pasar reformas de gran calado sin necesidad de generar consensos.

Ahí, aunque a veces no parezca, los nombres pueden ser determinantes, y generar aceptación o rechazo entre quienes conocen a los personajes y, con ello mover las agujas lo necesario para cambiar notablemente el panorama político de los seis años por venir.

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