Peligro: Trump viene en versión recargada
Francisco Báez Rodríguez
Se acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Será un momento de definiciones cruciales para el futuro del mundo, por una razón fuerte y sencilla: la democracia más poderosa está en riesgo. Una victoria de Donald Trump, que ahora se presenta en versión recargada, sería catastrófica para la economía internacional, para las relaciones entre las naciones y para las perspectivas de la democracia en el resto de los países. Y México sería uno de los más afectados.
Trump ha apretado con fuerza dos pulsantes: el del nacionalismo y el de poner las instituciones al servicio de su gobierno y su ideología, llevando a cabo una persecución de sus adversarios. Por supuesto, insiste mucho más en lo primero, que es el que le puede dar la victoria.
El nacionalismo de Trump es nativista, chovinista y racista. Apela a quienes se han sentido desplazados por la globalización y el cosmopolitismo. Eso lo disfraza de “viejos valores americanos”, y tiene en su candidato a vicepresidente, J.D. Vance, al principal defensor de la idea. Vance apela a valores rurales tradicionales: el trabajo sencillo, el cristianismo y la familia, y los opone al Estado benefactor, pero entrometido, al permisivismo progresista y a los derechos reproductivos.
El nativismo de Trump lo ha hecho declarar que Estados Unidos es “un país bajo ocupación”. Los invasores son los inmigrantes. El énfasis es en los ilegales, pero en la realidad no se queda ahí. Y su principal propuesta de política comercial es un incremento jamás visto en los aranceles, con China como adversario principal, pero que afectaría fortísimamente a México. Su idea de que el proteccionismo beneficiará a la economía de EU viene “de cuando éramos un país inteligente, en 1890”. El problema es que la economía mundial ha cambiado mucho en trece décadas, y lo que lograría sería una cadena de guerras comerciales, un aumento en la inflación, la multiplicación de la deuda estadunidense y la posibilidad de que el dólar dejara de ser la divisa internacional de reserva.
La idea de la dupla republicana de “secar el pantano”, significa sustituir a los empleados públicos actuales, en particular todos aquellos involucrados en la toma de decisiones de cualquier tipo, por fieles a la causa. Lo dicen directamente: “reemplazar a cada burócrata de nivel medio con nuestra gente”.
Trump también se ha manifestado abiertamente a favor de desplegar al Ejército en las ciudades para “hacerse cargo de las personas que protestan y de las pandillas criminales” (nótese como en su lenguaje acomuna unos con otros). También usaría a las Fuerzas Armadas para acabar que esas ciudades sigan siendo santuario de inmigrantes ilegales.
La lógica detrás de todo esto es que hay que acabar “con el enemigo adentro”, para lo que está dispuesto a poner a la Guardia Nacional bajo su control, invocando el Insurrection Act, una ley de 1807 que da poderes al presidente de Estados Unidos para utilizar directamente a las Fuerzas Armadas para acabar con agitaciones civiles, insurgencias y rebeliones. No importa que aquella ley haya sido formulada cuando el país apenas se estaba formando.
Esto es apenas un esbozo de lo que podría ser la presidencia de un Trump recargado, indispuesto a compartir un poder que quisiera absoluto. Un autócrata en potencia.
Lo grave del asunto es que el republicano tiene buenas probabilidades de ganar el próximo 5 de noviembre. No tantas como las tenía cuando se perfilaba Joe Biden como el candidato demócrata, pero sí las suficientes como para decir que desde afuera podemos verlo como un volado. No sabemos de qué lado caerá la moneda.
La candidata demócrata Kamala Harris casi seguramente ganará el voto popular, pero el peculiar sistema estadunidense, en donde el ganador de un estado se lleva todos los votos del Colegio Electoral, ha permitido en tres ocasiones que llegue a la presidencia alguien que tuvo menos votos que su rival. La última vez fue Trump mismo, en 2016. Puede decirse que, de hecho, también la mayor parte de los ciudadanos de EU verá su futuro como la moneda que vuela ajena a su voluntad, si no votan en uno de los estados en donde se centra la disputa. El demócrata californiano o el republicano de Wyoming saben que no está en ellos la decisión real, sino en los habitantes de los estados-bisagra, que para esta elección son siete, que es donde las encuestas muestran una diferencia menor a dos puntos entre Harris y Trump.
Estados que alguna vez fueron considerados bisagra, como Ohio y Florida, ahora se encuentran sólidamente en el lado republicano. Han sido sustituidos por otros, que se han vuelto un poco más demócratas, como Georgia, Carolina del Norte, Nevada y Arizona. Y algunos, como Wisconsin, Michigan y Pensilvania, que alguna vez fueron bastiones demócratas, ahora ya no lo son.
Si las encuestas fueran exactas, en su promedio ponderado (uso el esquema de Nate Silver), en cuatro de esos estados la diferencia entre los candidatos sería de menos de medio punto porcentual, y habría recuento. Las encuestas no suelen ser exactas, pero existe ese peligro. Y todo mundo da por descontado que, si Trump pierde por un escaso margen, no aceptará la derrota. La mesa parece servida para un posible conflicto postelectoral… en uno de los escenarios menos pesimistas.
Un factor que juega a favor de una victoria de Kamala Harris en este momento es que la economía de Estados Unidos va bien. El problema es que eso es lo que dicen los datos, pero que no necesariamente es la percepción del público elector. Además, una cosa es la situación de hoy (más crecimiento, más empleo, menos inflación), y otra la situación del pasado próximo. También hay un elemento de memoria en los electores, que premian y castigan los resultados de un gobierno, y no solamente su último año.
Por lo pronto, y en espera de lo que decidan los electores de esos famosos siete estados, vendrá una montaña rusa en el tipo de cambio del peso mexicano frente al dólar. Nuestra moneda se devaluará en la medida en que se perciba más probable un triunfo de Trump y se revaluará si se considera que Harris repunta. Los mercados saben quién le conviene a México y quién no.
Con información de La Crónica