El mito en el discurso populista
Juan Eduardo Martínez Leyva
El pensamiento mágico o mítico-religioso es algo que predomina aún en la mente de millones de personas en el mundo. El discurso populista explota con éxito creencias arcaicas que, consciente o inconscientemente, permanecen en la psicología de amplios grupos sociales. Las soluciones fáciles, radicales o simplistas que esos liderazgos ofrecen a la población, para resolver los complejos problemas que los aquejan y la adhesión entusiasta que generan en amplios grupos sociales, quizá tenga que ver, en gran medida, con su propensión a la magia y a la mitología.
La creencia de que en el pasado de la humanidad existió una Edad de Oro o una tierra paradisiaca en la que los seres humanos tenían resuelta su existencia sin mayor esfuerzo, con algunos matices, es algo común en la mayoría de las culturas. En las situaciones más complicadas o en periodos prolongados de agudas crisis, algunas sociedades quisieran regresar a esa etapa maravillosa que sólo existe en su imaginación mítica.
El mito de las edades (de la Edad de Oro a la de Hierro) por las que atravesó la humanidad, expresado por Hesíodo en Los trabajos y los días, también plantea que, con el solo transcurrir del tiempo, hubo una degradación y corrupción de las conductas humanas.
Para poner fin a esa degradación de la vida, el mito, y no solo el griego, plantea una solución radical. Los corruptos, los inmorales, los herejes, quienes se olvidaron de hacer sus ofrendas al dios deben ser destruidos, borrados de la faz de la Tierra, para empezar nuevamente desde el principio a forjar una nueva humanidad. Los relatos de los diluvios, muy extendidos entre los pueblos antiguos, reflejan la creencia en este tipo de “solución final”.
Tal vez, la creencia mítica más arraigada en la cultura moderna es que el mundo se debate en una lucha cósmica entre el bien y el mal. Al final, el mal será derrotado, pero la lucha no será fácil. La humanidad requerirá de la intervención de un mesías salvador. Un líder moral que, ungido con la fuerza divina, encabece la batalla final contra todo lo malo.
En algunos pueblos antiguos, la vida se renovaba periódicamente con la entronización de un nuevo gobernante. La llegada de un nuevo rey, emperador o líder religioso implicaba la extinción del pasado y el inicio de un tiempo nuevo. Lo construido con anterioridad debía hacerse a un lado. Se renovaban o se abandonaban los ritos antiguos y, en algunos casos, se establecía un nuevo calendario. La transformación de la sociedad se ponía en manos del nuevo dirigente, cuya posición de poder era atribuida a los designios de los dioses, o del cielo, como era el caso de la China antigua.
Estas son sólo algunas de las creencias que se pueden encontrar en el exitoso discurso populista, a veces de manera implícita y en otras cínicamente explícitas, las cuales son importantes para “conectar” con el electorado.
El movimiento cultural e intelectual conocido como Ilustración, iniciado en Europa en el siglo XVIII, conocido también como el Siglo de las Luces, buscaba cambiar a la superstición, la magia, el mito y la religión, preponderantes aún en esa época, como formas de entender la realidad. Liberar a la humanidad de la tiranía de las ideas arcaicas y poner el conocimiento en manos de la experimentación científica, de la verdad razonada, basada en evidencias. La Ilustración pugnaba por la libertad de pensamiento, el respeto a la diversidad política, la separación de los asuntos del Estado y de la Iglesia, el gobierno constitucional y representativo. Acabar con el absolutismo y el gobierno que pretendía instaurar el pensamiento religioso o ideológico único.
Los avances en los diferentes campos de la ciencia, la filosofía, la política, las artes, la vida cotidiana han sido impresionantes a partir del movimiento ilustrado. No obstante, de vez en vez, surgen con fuerza sus contrarios antiilustrados, que quisieran regresar el tiempo a las épocas oscurantistas, que muchos pensaban superadas. Pareciera que en muchas partes del mundo vivimos ahora uno de estos momentos de retrocesos de la razón y en el que el oscurantismo vuelve a tomar la delantera.
Steven Pinker, en su libro titulado Racionalidad escribe que: “En cuanto menciono el tema de la racionalidad la gente me pregunta por qué la humanidad parece estar perdiendo la cabeza”. La superstición, la posverdad, el rechazo a la ciencia (a las vacunas, al cambio climático, a la teoría de la evolución, entre otros aspectos), la elección de dirigentes políticos populistas y autoritarios, el resurgimiento del racismo y el nacionalismo tribal, el rechazo a la diversidad y a los derechos de los individuos, las guerras y otras tantas locuras, parecieran indicar que, en efecto, la humanidad (al menos una parte importante) está perdiendo la razón.
¿Cómo puede entenderse que en el país más poderoso del mundo haya sido electo como presidente un tipo de persona como Donald Trump?
Sin duda, una parte de la respuesta (hay muchas) tiene que ver con la existencia en la sociedad norteamericana de un sustrato mágico-mitológico muy extendido que acepta las promesas simplistas o soluciones radicales de su líder político. Por ejemplo, la de regresar a esa nación a una supuesta Edad de Oro en la que su país fue “grande”. Al respecto, él es el elegido por Dios para llevar a cabo esa misión: fue Dios el que desvió la bala que iba directo a su cabeza en el atentado que sufrió en Pensilvania, y esa es la prueba de que es el salvador, y de que el mundo entero conspira contra sus buenas intenciones. Hay otras tantas ideas que tocan en lo profundo las creencias religiosas de gran parte de los ciudadanos comunes.
Basado en un estudio realizado hace pocos años, Pinker señala el alarmante porcentaje de personas estadounidenses que creen en los espíritus malignos (32%), en la posesión del demonio (42%), en la percepción extrasensorial (41%), en la comunicación con los muertos (29%), en la astrología (25%), en las brujas (21%) y en otras tantas ideas irracionales.
Estos datos podrían estar arrojando luz, desde otros ángulos, para la comprensión de por qué una sociedad como la estadounidense sigue, sin más, las locuras del demagogo.
“La frontera entre la zona realista y mitológica, escribe Pinker, puede variar con las épocas y la cultura. Desde la Ilustración, las mareas en el Occidente moderno han erosionado la zona mitológica, un cambio histórico que el sociólogo Max Weber denominó el “desencantamiento” del mundo. Pero en las fronteras siempre hay escaramuzas. Las mentiras descaradas y las conspiraciones de la posverdad trumpiana pueden concebirse como un intento de reclamar el discurso político para la tierra de la mitología en lugar de para la tierra de la realidad”.
Joseph Campbell, al finalizar sus cuatro extensos volúmenes de mitología comparada de pueblos y civilizaciones ancestrales, publicados bajo el titulo Las máscaras de Dios, advierte que el conocimiento sobre las mitologías antiguas puede ser utilizado de diferentes maneras: “por personas razonables para fines razonables, por poetas para fines poéticos o por insensatos para la necedad y el desastre”. Esto último parece ser el uso que le han dado en sus discursos, antes y ahora, los dirigentes populistas y autoritarios exitosos.
Con información de La Jornada