Derecho humano a migrar

Isidro H. Cisneros

Prácticamente no pasa un día sin noticias sobre los enormes flujos migratorios que atraviesan nuestro país con destino a los Estados Unidos. Con un crecimiento exponencial en el flujo de refugiados, prófugos, migrantes, reclamantes de asilo y minorías étnicas en tránsito, México sigue empleando enfoques tradicionales para enfrentar este fenómeno. Las categorías con las que se define este proceso de movilidad internacional reflejan concepciones jurídicas y políticas, así como actitudes de la población, de la memoria colectiva y percepciones respecto al grado de distancia social existente entre los diversos grupos. La ausencia de políticas coherentes y efectivas hacia las migraciones deriva de estrategias que privilegian la idea de los confines nacionales propiciando procesos de inclusión y exclusión.

La movilidad es un fenómeno que acompaña desde siempre la historia de la humanidad y ha influido profundamente en la modernización de las sociedades así como en el nacimiento de distintas comunidades estatales. Las migraciones son, sobre todo, procesos demográficos que se caracterizan por los desplazamientos de personas al interior de los países y entre las regiones del mundo. Ellas modifican de manera irreversible la composición de las poblaciones tanto en las sociedades de partida como en las de llegada. Es en las “sociedades globales” de nuestro tiempo -caracterizadas por una profunda interdependencia entre las diversas áreas del planeta- que las migraciones internacionales se han impuesto como uno de los principales factores de cambio en nuestras sociedades.

El potencial transformador que producen las migraciones actúa en todos los niveles de la vida social: desde el ámbito político-institucional hasta el espacio económico, desde el plano cultural y de la identidad nacional hasta las distintas esferas de la cotidianeidad. Por ello resulta imprescindible comprender el fenómeno de la movilidad humana así como los desafíos que produce en la convivencia social. Por sus profundas implicaciones en las comunidades de destino y tránsito, las migraciones representan un fenómeno que pone en crisis los mitos de la homogeneidad cultural y nacional. Es necesario tener presente que la condición de desventaja estructural que golpea a los migrantes y a sus familias también impacta directamente en la cohesión social. Por si fuera poco, muchos aspectos no funcionan en la gestión de la movilidad humana. Destacan los efectos perversos de los regímenes de admisión y de las políticas de acogida, así como la tendencia a la exclusión de quienes son percibidos como diferentes constituyéndose en objeto de discriminaciones y racismos.

La migración en México enfrenta políticas de gestión que son violatorias de los derechos humanos. Incapaz de entender las nuevas condiciones de la movilidad humana la estrategia gubernamental ha privilegiado el uso de las fuerzas armadas en el control de la migración. La reclusión en estaciones migratorias no es una alternativa, además, los ciudadanos deben confrontar aquellas tendencias xenófobas presentes en nuestra sociedad que buscan ampliar la distancia social como criterio legitimo para justificar la exclusión, la marginación y en ocasiones la persecución de los migrantes como ya empieza a observarse en algunas zonas de la Ciudad de México.

Para los migrantes se requieren nuevas políticas de Estado que tengan en cuenta las exigencias de orden público y de pacífica convivencia, los vínculos de sostenibilidad económica así como las instancias éticas y de justicia social que progresivamente permitan ampliar el círculo de los incluidos en el ámbito de la ciudadanía y de acceso a los derechos. Es necesario dejar de ver la migración solamente como un problema, para adoptar una nueva perspectiva donde las personas representan oportunidades y recursos de integración que requerimos valorar. Se debe reconocer el derecho a migrar fundado en el principio de libertad de movimiento y en el derecho a buscar condiciones de vida dignas.

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