Ya no será Golfo de México para Google en Estados Unidos

Hiroshi Takahashi

Los usuarios de Google en Estados Unidos verán “Golfo de América”. Las personas que usen Google Maps en este país, seguirán viendo “Golfo de México”. Las que usen esos mapas fuera de Estados Unidos y México, verán ambos nombres, dice preocupado un vocero de Google.  

Donald Trump no perdió tiempo en volver a la carga con su obsesión por imponer su propia narrativa en cada rincón del mundo. Esta vez, el campo de batalla no fue el comercio ni la política exterior, sino el propio mapa de Estados Unidos y su entorno. Con la firma de la orden ejecutiva Restoring Names That Honor American GreatnessTrump ordenó que el Golfo de México pasara a llamarse Golfo de América y que la montaña Denali recuperara su antiguo nombre, Mount McKinley. Una decisión que, más allá del gesto simbólico, plantea serios cuestionamientos sobre el proceso de renombramiento geográfico en Estados Unidos y sus consecuencias diplomáticas.

El informe del Congressional Research Service (CRS), elaborado por Anna E. Normand y Mark K. DeSantis, desglosa los efectos de esta orden y su aplicación en la política interna y exterior. Para entender la magnitud de esta medida, primero hay que conocer el papel del U.S. Board on Geographic Names (BGN), la entidad encargada de estandarizar la nomenclatura geográfica en el gobierno federal. Normalmente, los cambios de nombre se dan por peticiones públicas, propuestas de agencias o actos del Congreso, siempre bajo criterios técnicos y administrativos. Sin embargo, Trump utilizó su poder ejecutivo para ordenar estos cambios, esquivando el proceso habitual y convirtiendo el acto en una decisión política más que en una necesidad cartográfica.

El cambio de nombre del Golfo de México a Golfo de América podría no tener efectos prácticos inmediatos, pero sí genera tensiones diplomáticas. 

De acuerdo con el informe del CRS, la convención internacional en nomenclatura geográfica permite que países con cuerpos de agua compartidos mantengan nombres distintos si no hay consenso, como sucede con el Mar del Japón y el Mar del Este, denominaciones en disputa entre Japón y Corea del Sur. En este caso, México difícilmente aceptará el cambio, y es poco probable que la comunidad internacional adopte la nueva nomenclatura, lo que resultaría en una dualidad cartográfica que sólo refuerza la imagen de aislamiento de Estados Unidos en cuestiones diplomáticas.

Por otro lado, dice el documento que la reversión del nombre de Denali a Mount McKinley no es solamente una cuestión geográfica, sino una batalla ideológica. En 2015, Barack Obama cambió oficialmente el nombre de la montaña más alta de Norteamérica a Denali, respetando el término indígena con el que las comunidades nativas de Alaska han identificado a esta cumbre por siglos. La decisión de Trump no responde a un criterio histórico, sino a una reafirmación de su estilo de política radical y de su confrontación con cualquier cambio realizado por sus predecesores, en especial Obama.

Un punto clave que resalta el informe es que la orden ejecutiva de Trump no obliga a entidades no federales a adoptar los nuevos nombres. Esto significa que mapas de empresas privadas como Google Maps o Apple Maps, así como publicaciones estatales y académicas, podrían ignorar el cambio (pero no lo harán). Algo similar ocurrió con Denali, cuyo nombre ya era usado ampliamente en Alaska antes de que Obama lo oficializara. Es decir, aunque el gobierno federal adopte la nueva nomenclatura, su éxito depende de la aceptación del público y las instituciones.

Además, el informe subraya que el Congreso puede intervenir en estos cambios. En el pasado, ha legislado sobre la nomenclatura de parques nacionales y otras áreas federales, lo que abre la puerta a que una futura administración revierta o desestime esta orden, en caso de que no sea acogida con seriedad o que genere conflictos innecesarios.

El informe del Congressional Research Service plantea interrogantes importantes: ¿Hasta qué punto puede una administración modificar la nomenclatura geográfica sin aprobación legislativa? ¿Qué implicaciones tendrá esto en la relación con México y otros países? Y lo más importante allá en el norte: ¿Qué tan duradero será este cambio en un país donde cada nuevo presidente parece decidido a borrar el legado del anterior?

Con información de El Sol de México

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