El feudo de los Camacho: cuando el poder se hereda como plaga
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Benjamín Bojórquez Olea
El municipio de Salvador Alvarado es hoy un reflejo de la impunidad, el nepotismo y la falta de visión. La historia no absolverá a Armando Camacho Aguilar, exalcalde que, con su administración marcada por el sometimiento y la mediocridad, dejó como herencia un municipio sumido en el abandono.
Con su ambición desmedida, no solo traicionó la confianza del pueblo, sino que aseguró la continuidad de su desastrosa gestión colocando a su esposa, Lupita López de Camacho, en el poder. Sin experiencia, sin carácter y con un liderazgo inexistente, la alcaldesa no es más que la extensión de un gobierno fallido, dirigido en la sombra por su marido y, peor aún, por intereses oscuros que han tomado el control de la localidad.
El crimen organizado se ha convertido en el verdadero poder en Salvador Alvarado, mientras la administración municipal finge gobernar con discursos vacíos. Las calles se deterioran, la economía está paralizada y el miedo se apodera de una población que ha sido abandonada a su suerte. La violencia, la corrupción y la negligencia son los pilares de este gobierno de papel, donde la única prioridad parece ser el beneficio personal de sus dirigentes.
La falta de capacidad del gabinete municipal es una burla a la ciudadanía. Rodeados de amigos y compadres, los funcionarios alvaradenses han convertido la administración pública en un club privado donde la incompetencia es el requisito de entrada. Mientras tanto, el pueblo sufre las consecuencias de una gestión desastrosa, sin acceso a servicios dignos y sin respuestas a sus necesidades más básicas.
La oposición, por su parte, brilla por su ausencia. Callados por conveniencia o por miedo, han preferido la complicidad del silencio antes que enfrentarse a un régimen que ha demostrado ser incapaz de garantizar la seguridad y el desarrollo del municipio. La crítica, el derecho fundamental de una sociedad democrática, ha sido silenciada con amenazas y presiones, dejando a los ciudadanos en un estado de indefensión total.
Mientras la alcaldesa sigue soñando con proyectos ilusorios, la realidad golpea con fuerza: la inseguridad crece, la pobreza se acentúa y la desesperanza se apodera de los alvaradenses. Cada día que pasa bajo su mandato, Salvador Alvarado se hunde más en el atraso y la incertidumbre. Urge un cambio real, uno que no se base en discursos, sino en acciones concretas que devuelvan la dignidad a un pueblo que merece mucho más que un gobierno inoperante y sometido al crimen.
GOTITAS DE AGUA:
La historia juzgará a Armando Camacho y a Lupita López de Camacho, pero el pueblo debe hacerlo antes. Porque el silencio es el cómplice más peligroso de la corrupción.