¿Qué hacer con Biden? ¿Entrará Michelle Obama?
Carlos Ramírez
Una profunda crisis política se está abriendo paso rumbo a las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 2024, dentro de poco más de trece meses. Mientras las informaciones sobre el presidente Biden están destacando escenas en las que aparece extraviado y caminando con pasitos de anciano, su adversario Donald Trump no pierde oportunidad de fotografiarse jugando golf todos los días, diciendo discursos en giras proselitistas y siendo protegido por la estructura de Justicia.
Las encuestas de circunstancias colocan a Trump un poco arriba de Biden en tendencia de votos, pero el dato más revelador se localiza en que el expresidente aparece ubicado en tendencias de votos republicanos tres veces arriba del segundo lugar, un impulsivo gobernador de Florida, Ron DeSantis, con más problemas que posibilidades.
El punto más conflictivo de estas circunstancias se encuentra en el hecho de que Trump está en medio de juicios judiciales que pudieran invalidarlo para la candidatura, que estarían buscando evitar su presencia en la boleta y abriendo el gran debate sobre los disturbios del 6 de enero de 2020 para impedir la toma de posesión de Biden.
En el lado demócrata, el debate que toma seriedad está insistiendo en que la capacidad de salud y de atención neurológica del presidente Biden no le permitirá llegar con energía y lucidez a las elecciones y que por lo tanto hay pocos meses para construir una nueva candidatura, en el entendido de que la vicepresidenta Kamala Harris ha sido la gran decepción política y en ninguna encuesta logra acercarse a las tendencias del expresidente Trump. Pero hay que registrar el hecho de que la estructura de poder del sistema norteamericano estaría conteniendo las posibilidades de la vicepresidenta, sobre todo si al final de cuentas el expresidente Trump logra imponer su candidatura republicana.
No se percibe todavía ninguna campaña muy concreta, pero el nombre de Michelle Obama comienza a aparecer en algunas columnas políticas, sin duda por sus altos positivos en encuestas de personalidad y su imagen no activista en las dos presidencias de Barack Obama. En los hechos, la primera dama Obama no tuvo ningún papel relevante en ninguna actividad sobresaliente, aunque logró desplegar un carisma que la posicionó en el medio ambiente de imágenes mediáticas.
En 2016, Estados Unidos demostró que la candidatura de Hillary Clinton no pasaba por un debate de género, toda vez que ella sí tuvo activismo político en las dos presidencias de Bill Clinton y luego, como parte de un compromiso formal, el presidente Barack Obama la designó secretaria de Estado como parte de su camino hacia la candidatura presidencial demócrata, tomando en cuenta que su actividad como senadora no la había hecho destacar en los espacios del poder imperial.
La candidata demócrata tuvo dos problemas en su campaña: nunca pudo desentenderse de la organización y la manejó como si fuera asesora y no candidata y, la parte más importante, nunca pudo construir un discurso de respuesta frente a la figura machista dominante de Trump, todo ello en medio de un ciclo conservador norteamericano que se había decepcionado de la presidencia de Obama y que había sido sacudido por la agenda de pánico migratorio de Trump.
El resultado electoral de 2016 mandó muchos mensajes, pero uno fue sobresaliente: Hillary Clinton ganó en voto popular –es decir: el voto directo del pueblo–, pero perdió la votación de colegios electorales que vota en función de intereses políticos de poder. En la campaña, Hillary le dio más importancia a su perfil de género, pero olvidando la temática en modo de pánico que desarrolló Trump para demostrar el fracaso migratorio de la administración Obama.
Todavía no existen encuesta que pueden perfilar si en realidad Michelle Obama pudiera ser una candidata que concitara el voto anti Trump, pero nuevamente en el escenario estratégico equivocado de que buena parte del perfil personal de Trump tiene que ver con su discurso agresivo de tipo racista, excluyente y antipopular, y todo ello en medio de una gravísima crisis migratoria que parece haber permitido en cifras preliminares el ingreso de tres millones de personas que no cumplieron con las reglas migratorias, que rompieron la frontera de seguridad nacional, que hasta ahora han permitido la captura de casi 160 personas que estaban en la lista de potenciales terroristas y que en el año que falta para las elecciones pudiera considerarse otro millón o más de migrantes que se podrían meter a la fuerza al país.
Los primeros indicios del manejo de la figura de Michelle Obama no generaron ninguna versión aclaratoria, lo que parece haber perfilado cuando menos la posibilidad de la exprimera dama. Además de Biden y la vicepresidenta Harris, la caballada de candidatos demócratas está, como se dice en México, “flaca” o famélica: la exasesora espiritual Marianne Williamson y Robert Kennedy Jr., familiar directo de dos Kennedy asesinados: el presidente John y el senador Robert, en medio ya de la reactivación de la famosa “maldición Kennedy” marcada por magnicidios.
El punto más importante en la actualidad, antes que barajar precandidatos, se encuentra en la percepción de que el presidente Biden no aguantaría una campaña electoral contra Donald Trump y enfrentaría una severísima crisis política si el expresidente es bajado de la boleta electoral con trampas judiciales, como parece ser el caso.
El escenario de crisis política presidencial de Estados Unidos interesa a todos los países del mundo que dependen de la hegemonía de la Casa Blanca.
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