La frontera no es una línea; es una cicatriz
Rafael Cardona
La más reciente aportación a la tradicional xenofobia y el racismo supremacista de los republicanos de Texas en contra de los mexicanos, conocida como SB4, producida por el gobernador Greg Abbott en abierto escalamiento de los demenciales proyectos de Donald Trump en la preparación de su segundo periodo en la Casa Blanca, tiene –por desgracia—muy profundas raíces en la historia del norte de México.
Los colonos texanos iniciaron el movimiento independentista contra México en el siglo XIX. La Guerra de Texas, facilitada por el aislamiento y el abandono de esos vastos territorios por el gobierno centralista mexicano, culminó con la mutilación del territorio nacional. Pero mucho del México de entonces ser quedó en suelo texano.
Porfirio Muñoz Ledo, en la última de sus batallas políticas, hablaba del Gran México: la suma de los nacionales de allá con los habitantes de aquí. Ese razonamiento permitió, entre otras cosas, el voto de los mexicanos en el extranjero, lo cual –con todo respeto a su memoria— resulta absolutamente irrelevante. Como el derecho a votar de los PPL (Personas Privadas de la Libertad; vulgos reos, presos o encarcelados).
Pero ese es otro tema.
La ya dicha guerra texana no sólo dividió el territorio del Grande (Bravo) para arriba o para abajo, sino también partió familias y separó afectos, lazos, linajes y estirpes. Hoy los mexicanos nacidos en Estados Unidos, aunque posean dos componentes nacionales, tiene claro cuál les conviene: ser american citizen. Lo demás, es romanticismo de ocasión.
Muy pocos de ellos dejarían Estados Unidos para asentarse en los solares yermos de sus abuelos al sur de la frontera. El caso contrario es, obviamente, la tendencia dominante.
No se puede vivir en dos culturas simultáneamente. Se pueden tener dos nacionalidades para fines burocráticos o administrativos o para la satisfacción de un discurso político incluyente, pero internamente, en el ejercicio de la lengua, la religión y las tradiciones, la mezcla tarda un tiempo en fraguar. Es el dilema de la cultura chicana.
Ese problema se les presenta a quienes quieren con esa duplicidad de naciones, evadir, por ejemplo, el reclutamiento en tiempos bélicos, los cuales suelen presentarse con frecuencia en Estados Unidos. Los estadounidenses afroamericanos o de origen mexicano o latino, son los primeros en irse al frente. Es cuando quisieran ser mexicanos de a deveras, no por patriotismo, por supervivencia.
La anunciada persecución de los cafecitos, cuya cacería la ley SB4 permite, atacará también los derechos de quienes allá nacieron, pero no se han despojado de su fenotipo mexicano. Aunque sean ciudadanos estadunidenses, se verán forzados a exhibir sus documentos a cada paso en su propia sociedad, en sus calles, en sus barrios y ciudades. Apellidarse González será un estigma, como el pelo negro o los ojos de carbón de las muchachas.
En ese sentido valdría la pena revisar la historia de los hermanos Esparza durante los principios de la guerra texana.
Gustavo Ernesto Emmerich tiene un lúcido ensayo sobre este tema. Estos son sus primeros párrafos:
“El 6 de marzo de 1836 las tropas mexicanas tomaron por asalto el fuerte de El Álamo, situado en el actual San Antonio.
“Todos sus defensores, partidarios de la independencia de Texas, cayeron en la acción; entre ellos, Gregorio Esparza, un nativo de esa ciudad. Finalizada la batalla, fue sepultado por su hermano Francisco, enrolado en el bando mexicano.
“La saga de dos hermanos enfrentados en bandos opuestos tiene indudable calor humano, y ha sido muy socorrida en la historiografía texana. En cambio, en México poco o nada se conoce de ellos, lo que amerita dar a conocer su historia. En particular, porque pone de manifiesto la desgarradora división que sufrió la comunidad de raíz mexicana allí residente, frente al movimiento que llevó a Texas a independizarse de la república mexicana.
“El papel de los hermanos Esparza en la independencia texana adquirió luz pública a principios del siglo XX, por vía de los relatos de un hijo de Gregorio publicados en periódicos de San Antonio.
“Gregorio se había incorporado en octubre de 1835 a un grupo independentista de origen mexicano, y participado en diciembre de 1835 en la toma de San Antonio por los rebeldes.
“En febrero de 1836, las tropas mexicanas reconquistaron la ciudad y pusieron sitio a El Álamo.
“Gregorio, con esposa e hijos, se refugió en el fuerte, donde murió combatiendo el 6 de marzo. Por su lado, su medio hermano Francisco Esparza se había enrolado desde tiempo atrás en la Leal Compañía Presidial de San Antonio, la guarnición local mexicana.
“En diciembre de 1835, esta compañía capituló ante los rebeldes, y ya no volvió a ser movilizada por los mexicanos. Aunque no luchó en El Álamo, Francisco pidió permiso a sus superiores para buscar el cuerpo de Gregorio y darle cristiana sepultura. Lo salvó así de la pira funeraria en que fueron incinerados los restos de los demás vencidos.
“Investigaciones ulteriores confirmaron en lo sustancial estos datos, al revelar que a mediados del siglo XIX el estado de Texas había otorgado tierras a los herederos de Gregorio Esparza, en compensación por los servicios prestados por el difunto a la causa independentista; y también al propio Francisco, en este caso por el solo hecho de haber residido en Texas al momento de su independencia…”
Con información de La Crónica