Sinaloa: periodistas, gobierno y narcos y la estrategia del miedo
Álvaro Aragón Ayala
Si un grupo armado amenaza al gobernador Rubén Rocha Moya y manda mensajes fúnebres, intimidantes, a un medio de comunicación -como ocurrió con el atentado a las instalaciones de El Debate de Culiacán-, es porque tiene interés en vulnerar la integridad del mandatario estatal y porque las publicaciones del medio van a contracorriente a la narrativa y el interés criminal.
¿Qué motiva, pues, a los grupos delictivos? ¿Se puede prever o calcular las acciones de las organizaciones criminales? ¿Cómo valoran, perciben o reciben los delincuentes lo que difunden los medios? ¿Están atentos a los análisis de los columnistas y analistas en materia de narcotráfico? ¿Puede o no un artículo periodístico inhibir o encolerizar a los delincuentes? ¿Las declaraciones de los funcionarios públicos pueden o no desencadenar más violencia?
Los grupos delictivos enfrentados en Sinaloa tienen especial interés en demostrar su fuerza, su poderío, con acciones violentas, dañándose y matándose unos a otros, avanzando territorialmente y exhibiendo cadáveres o cabezas como trofeos de guerra, en respuesta el gobierno de Sinaloa montó una estrategia para tratar de minimizar los sucesos criminales y plantar la “teoría política y filosófica” para generar confusión y conquistar el terreno mediático.
No se sabe a ciencia cierta si el plan de comunicación anti-narco tendrá o no los efectos deseados en la sociedad, si mejorará o no la percepción en torno a la violencia y el crimen y si es o será una medida comunicativa que frenará o atenuará u orillará a delincuentes a emprender acciones más violentas para demostrar que su presencia no ha sido menguada.
En esta narco-guerra, tal vez nadie se ha puesto a analizar cómo piensan, cuáles son los procesos mentales de los delincuentes, qué los impulsa a atacarse mutuamente con fiereza, con saldos fúnebres, ni si hay razón o no para que uno de los grupos coloque en medio conflicto armado al gobernador Rubén Rocha. Un psicodiagnóstico colectivo sería necesario para tomar medidas para evitar que los enfrentamientos escalen y toquen las esferas del Poder Estatal.
En la estrategia de comunicación para recuperar la agenda de seguridad pública y sembrar la percepción de que va disminuyendo el número de muertos y desaparecidos y el poder de ataque y presencia de los grupos armados, priva la constante de las medias verdades y las mentiras completas, sin tener a la mano si ese mecanismo generará desaliento entre los delincuentes o los obligará a aumentar la escalada de violencia.
Hannah Arendt, historiadora y filosofa alemana que desarrolló el concepto de “la banalidad del mal”, planteó que “un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien del mal. Y el pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Y con gente así, puedes a ver lo que quieras”.
Pero es muy riesgoso el montar esta estrategia en medio de la violencia. Colocar por encima la narrativa del gobierno sobre el registro diario de una cadena delictiva que parece no tener fin, despierta en la sociedad más miedo que certeza, ya que puede resultar peor que la “carabina de Ambrosio”, pues es probable y posible que obligue a los delincuentes a ampliar sus objetivos prioritarios para ganarle la “agenda publicitaria” a las autoridades estatales.