T-MEC bajo asedio
Francisco Báez Rodríguez
La llegada de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos, pero no sólo eso, ha puesto en la mira el tratado trilateral de libre comercio entre México, EU y Canadá. Otra parte de la pinza son los acomodos que busca hacer el gobierno canadiense para tratar de entenderse con el nuevo gobierno en Washington. La tercera, la contradicción entre las necesidades reales del gobierno mexicano y las necedades del presidente saliente, a las que el Ejecutivo y el Legislativo han consecuentado de buen grado.
El hecho evidente es que las propuestas de Trump en comercio, migración y seguridad tienen la capacidad de desestabilizar tanto el T-MEC como al futuro económico de México y, con él, el del gobierno de Claudia Sheinbaum. Una economía sin crecimiento, con escasez de remesas y dificultades crecientes para atraer inversión productiva es un coctel muy nocivo en materia política. De ahí la importancia de que México vuelva a enfocarse en las relaciones con sus principales socios comerciales del mundo.
La gran pregunta es si la política arancelaria con la que amenaza Trump se concentrará en los productos chinos o si castigará directamente a las exportaciones mexicanas. La retórica trumpista dice que lo segundo, pero un gramo de pragmatismo del otro lado de la frontera nos haría esperar lo primero. El problema es que el nuevo gobierno de Estados Unidos tiene una fuerte carga ideológica. Y ya sabemos que la ideología no es amiga de la racionalidad.
Está previsto que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte sea revisado en 2026. No será un paseo en las nubes, porque Estados Unidos intentará introducir elementos no económicos, como la migración y la seguridad, pero es posible llegar a acuerdos. Esto sucederá si hay vocación de complementariedad, que debe haberla porque la situación geopolítica así lo demanda. Es probable que Trump intente vender cualquier concesión de parte de México (digamos, un compromiso no vinculante para no incrementar su superávit comercial) como un gran triunfo del Made in USA, pero no sería algo realmente determinante.
El problema severo, que han planteado tanto Estados Unidos como Canadá (este último directamente, en comentario de Justin Trudeau a Claudia Sheinbaum), es su intención de hacer que México restrinja las inversiones chinas en el país. Piden que México le haga el feo a propuestas creadoras de empleo. Ahí más vale ser cautelosos, y definir con claridad en qué áreas México se abre a la inversión china y en cuáles prefiere no hacerlo, para cuidar los intereses de sus socios en América del Norte. En un mundo ideal, sin los conflictos geopolíticos, podríamos ser más abiertos; no así en el mundo real.
De hecho, la presidenta Sheinbaum ya declaró que desarrolla un plan con los secretarios de Hacienda y de Economía, para limitar las importaciones chinas y sustituirlas, “ya sea con empresas mexicanas o de Norteamérica, y si no con otros países que tenemos relación como Europa, por ejemplo”. Eso significa que está escuchando las advertencias de los socios, que no son un blof, pero que tampoco significan que la intención de fondo sea pulverizar el tratado trilateral.
Y, de paso, eso serviría para equilibrar un poco la balanza comercial entre México y el gigante asiático, que actualmente favorece a China por más de 80 mil millones de dólares.
Todo esto tiene también un significado en la definición de lealtades y prioridades dentro de la coalición gobernante. Es posible que una parte del morenismo quiera apostar a una nueva fuga hacia adelante, y se regocije de un enfrentamiento con los yanquis imperialistas, al cabo que el TLC fue obra de Salinas de Gortari. Olvidan estos gesticuladores dos cosas: una, que el propio López Obrador fue quien empezó a poner límites a los chinos, en atención a las necesidades de los socios norteamericanos; dos, que una crisis en el TLC impactará durísimamente a la economía, y toda crisis económica suele tener costos electorales grandes; el triunfo de 2024 está ligado a que esta vez no la hubo.
Otra piedra en el zapato de las negociaciones del T-MEC es la relativa a la desaparición de entidades autónomas ligadas a sectores estratégicos de la economía, que ha sucedido tal y como quería AMLO. En particular, a los socios les interesa qué sucederá con lo que todavía son la Comisión Reguladora de Energía, el Instituto Federal de Telecomunicaciones y la Comisión Federal de Competencia Económica, en ese orden. Ahí, tendrá que ser el Ejecutivo quien dé las certidumbres necesarias, porque está visto que, en el Legislativo, que aprueba con prisas y sin leer, hay una gran confusión respecto a qué es un organismo descentralizado o un órgano constitucional autónomo. Como bien escribió en estas páginas Carlos Matute, “los responsables del gobierno actual se deberán sentar a pensar con calma el modelo que garantice mejor cierta autonomía en el ejercicio de las funciones involucradas en la poda de órganos”.
Lo cierto es que el T-MEC estará bajo asedio los próximos meses. Su preservación es fundamental para el futuro económico del país. Lo reconoce la presidenta Sheinbaum. La cuestión será cuidarlo con diplomacia, firmeza y habilidad.
Con información de Crónica