Una sociedad de opiniones, casi siempre desinformadas
Manuel López Michelone
Gracias a Internet hoy en día la interacción humana es más cercana, pero la promesa de ser la sociedad de la información parece estar equivocada. Cuando apareció Internet, los medios empezaron a hablar de lo que iba a ser la “sociedad del conocimiento”. Gracias a las tecnologías de la información, las brechas culturas se minimizarían, se tendría un panorama más amplio del saber, etcétera. Pero todo esto no pasó y quien afirme esto ahora se expone al ridículo. Hoy lo que tenemos es una sociedad de opiniones.
No es la primera vez que se critica esto. Ya Umberto Eco decía que Internet le había dado voz a una sarta de estúpidos. Las redes sociales le dan derecho a hablar a legiones de idiotas -decía- que eran los que hablaban en los bares y reuniones, pero no incidían estas opiniones en las sociedades. Hoy se sienten con derecho a hablar como si fuesen líderes de opinión. Y como Eco diría: “esta es la invasión de los necios”.
Bajo la premisa de que todos debemos ser iguales, las redes sociales y prácticamente el todo en Internet, nos permiten estar al tú por tú con cualquiera. Ahora todos tenemos derecho a opinar aunque esto sólo sirva para llenar las redes de opiniones intrascendentes que simplemente contaminan (o esconden) la información importante.
Dice Manuel Gil Antón, del Colegio de México, en una discusión sobre la reforma educativa de México: “Menos parloteo y más silencio para oír a los que saben”. Y esta frase bien podría aplicarse a muchísimos ámbitos. Por ejemplo, hoy en día hay herramientas para publicar cualquier información incluso escribir libros sin necesidad de pasar por consejos editoriales con los subsecuentes rechazos. Hoy cualquiera puede publicar lo que quiera pero esto implica que no hay calidad en todas estas expresiones publicadas. Vamos, que no hay quien pueda valorar qué tiene valor y qué no, pues las redes inundan todos los temas. Y entonces, no escuchamos al que sabe, porque no guardamos silencio y porque pensamos que debemos expresar nuestra opinión siempre.
Un detalle interesante es cómo las personas se expresan en las redes sociales. Por ejemplo, encuentran un tema que les parece polémico y sin decir más, se lanzan con opiniones antagonistas pero que en la mayoría de los casos no tienen sustento. Y cuando se les pide que den fuentes para apoyar sus dichos, se molestan, indican que ahí está Google si te interesa buscar, etcétera. Vamos, que muchos internautas creen que sus opiniones son la verdad absoluta y por ende, no pueden ponerse en tela de juicio y por eso, la cantidad de malos entendidos.
Curiosamente, muchos internautas -para hacer valer sus argumentos- inventan noticias falsas. Y esto tiene que ver con la vertiente de agredir políticamente al enemigo público para mostrarlo como inepto o incapaz. Y aunque estas notas falsas, estas “fake news”, son descalificadas rápidamente, mucha gente no tiene ni interés ni investiga al respecto. Se queda con la primera opinión que lee.
Y sí, no todas las historias son de una verdad absoluta, pero como no nos embarcamos en una investigación siquiera mínima sobre nada, entonces caemos en la tiranía de la opinión, en donde las redes sociales incluso pueden hacer mofa del que no está de acuerdo con las mayorías. Un ejemplo claro es cuando un personaje público se expresa contra la homosexualidad, por ejemplo. Las redes sociales le caen encima con toda la violencia del mundo, aunque ese personaje haya emitido su opinión a la cual desde luego tiene derecho.
A veces me pregunto para qué sirve tener acceso a la información literalmente en la punta de los dedos (sólo hay que entrar a Google). El grueso de la población no tiene el mínimo interés por cultivarse. Vivimos en esta sociedad “light” donde además de las comidas bajas en grasas y calorías, también tenemos opiniones “light”, sin ninguna clase de sustento, muchas veces apoyadas por las fake news y entonces, entramos en un círculo vicioso: tenemos el gran poder que nos da Internet pero lo usamos solamente para banalidades, para mentir, para sentirnos superiores y perfectos y además, de una ética intachable. Cosa que en el mundo real nos damos cuenta que es una farsa. ¿O no?