Memoria y resistencia
Javier Sicilia
En 1920 Paul Klee pintó un cuadro fundamental, Angelus Novus. En lo personal, la pintura me parece espantosa: carece del esplendor y la sobrecogedora belleza que esos mensajeros tienen a lo largo de la Biblia y cuyo atributo Rilke definió en su primera elegía de Duino como “el comienzo de lo terrible”.
Walter Benjamin, que compró el cuadro en 1921 y lo llevó consigo hasta su muerte, miró, sin embargo, en él una revelación de esa terribilidad entrevista por el poeta. La expresó en 1940, el año de su suicidio, en la novena de sus Tesis sobre la filosofía de la historia:
“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que le tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las alas extendidas; así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.
La tesis no es sólo una alegoría que prefiguraba las atrocidades del progreso que condujeron a Auschwitz, al Gulag y a Hiroshima. Es una concepción mística de la historia. Benjamin, como su amigo Gershom Scholem, pertenecía a esa estirpe y lo que miraba en el cuadro de Klee es la desesperación de un ángel que, arrojado a la historia por el huracán de la Caída, no puede, dice Enrique Krauze, “despertar a los muertos” como está escrito en Ezequiel 37, 4, “ni recomponer el pasado”, es decir, no puede cumplir con el tikún olam (“reparar el mundo”), del que habla el Talmud y la Cábala, “porque lo arrastra el ciego progreso” de la historia nacida de la expulsión del Paraíso.
Dejando a un lado las ideas marxistas de Benjamin, que creía que el tikún olam podría ocurrir con una revolución tal y como Marx la entendía, su novena tesis, dice, de alguna forma, que esa “reparación”, esa “recomposición de los pedazos rotos y esparcidos”, ese traer a la vida a los muertos, no vendría ni de los fascistas ni de los comunistas ni de los capitalistas del mundo liberal de entonces; tampoco de los hoy llamados “neoliberales” y “populistas” –esas reediciones de un ayer monstruoso–. Enredados en el entusiasmo del progreso sólo contribuirán a la catástrofe que mira y padece el ángel. El tikún no será, por lo tanto, obra del ángel; mucho menos del ser humano, responsable del “huracán de la historia”. Pertenece a Dios, al final de los tiempos, a la era apocalíptica, a la llegada del Mesías en el judaísmo o al regreso de Cristo en el cristianismo; pertenece a una era que, vuelvo a Krauze, “sólo puede advenir de un acto metahistórico” del que dice Jesús “nadie sabe el día ni la hora” (Mt. 24. 36-51).
El ser humano, sin embargo, puede, como el Ángel de la Historia, dar testimonio de la catástrofe. Es lo que han hecho el propio Benjamin o –nombro a algunos– Arendt, Anders, Ellul, Illich, Agamben. Puede también, como el Agelus Novus de Klee –esos seres que, según el Talmud, son creados a cada instante para cantar himnos a Dios y, quizá, recordarle lo que la historia perdió y hay que rescatar–, prefigurar mediante el recuerdo el tikún, como lo que han hecho Primo Levi, Paul Celan, Jorge Semprúm y todos aquellos que al recordar resisten lo que la historia, en nombre del mañana, se empeña en derrotar, olvidar y borrar. Recordar –una especie de “ya, pero aún no”– es preservar, contra la historia, los pedazos rotos que el día del tikún Dios restituirá para la vida. El recuerdo es así una forma de resistencia contra el huracán de la historia; una manera de evitar la absoluta derrota, una especie de redención que aguarda, en una esperanza teologal, su real advenimiento.
Si recuerdo todo esto es porque en México, la política y el crimen organizado han logrado crear “una cadena de acontecimientos” que, como una reedición de la tesis de Benjamin, “amontonan ruina sobre ruina”. Quienes, como el Ángel de la Historia, la percibimos y denunciamos, nunca tampoco hemos logrado “despertar a los muertos” que ya suman más de 350 mil ni “recomponer lo despedazado” que se ha olvidado en la ilusión de una absurda democracia. Nuestros intentos –la creación de las comisiones de atención a víctimas y de búsqueda de desaparecidos, y de una propuesta de justicia transicional– fracasaron. Frente a ello, lo que queda es la resistencia de la memoria, a la manera del Angelus Novus: quienes recuerdan, levantan un memorial, escriben libros sobre el horror que hemos vivido y vivimos, quienes al recordar protestan, denuncian y exigen justicia; quienes ponen al descubierto la verdad que el poder oculta; quienes hacen de lo inolvidable que quiere olvidarse una constante presencia, resguardan los pedazos rotos y esparcidos del todo original que un día advendrá a pesar de la historia y sus intoxicados sueños.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.