La 4T, clave de la sucesión en Morena; y los cuatro lo saben
Carlos Ramírez
Los cuatro precandidatos presidenciales de Morena fueron perfilados personalmente por el presidente López Obrador en función de su único objetivo sucesorio: la continuidad de la Cuarta Transformación y toda la paquetería política, ideológica y legal por lo menos por un sexenio más y con la intención de otro adicional.
La revisión del proceso de sucesión en las decisiones presidenciales estuvo muy clara desde el principio: sólo Claudia Sheinbaum Pardo garantiza esa continuidad en tanto que fue construida como funcionaria desde el seno mismo del lopezobradorismo como grupo de poder: secretaria de Medio Ambiente en el gabinete del jefe de gobierno del DF 2000-2005.
Marcelo Ebrard Casaubón y Ricardo Monreal Avila fueron dos políticos que ya estaban en el ambiente y que representaban sus propios intereses y proyectos: Ebrard se formó en el seno del salinismo como el principal operador político de Manuel Camacho Solís y Monreal renunció al PRI en 1998 porque no le daban la candidatura y ahí fijó sus parámetros de ambición política personal.
Ebrard y Monreal no han participado a fondo y con convicción en la construcción del proyecto político transexenal de la 4T; como jefe de gobierno capitalino por decisión de López Obrador al imponerlo por dedazo como candidato del PRD en el 2006, Ebrard nunca hizo equipo con el lopezobradorismo y en 2012 se atrevió –palabra es causada en términos de la disciplina lopezobradorista– a disputarle la candidatura presidencial a López Obrador, fijando desde ese momento el perfil de que se trataba de un político ajeno al proyecto del jefe del grupo. Como canciller, Ebrard nunca compaginó ni se entreveró con los intereses del proyecto político de López Obrador y siempre figuró con brillo propio y sin ninguna interrelación con el proyecto político-ideológico de la 4T.
Monreal también transitó sus propios caminos. La candidatura a gobernador por el PRD en Zacatecas en 1998 se la ofreció el entonces dirigente del partido López Obrador, pero Monreal hizo su propio grupo y no terminó de entretejerse con el lopezobradorismo; en el libro que está comenzando a circular Cuatro corcholatas y un destapador (de Alejandro Ramos, Carlos Ramírez y Jesús Sánchez, disponible en la plataforma Amazon y pronto en versión impresa) se define el perfil político de Monreal en una imagen: priista de sí mismo, y lo ha demostrado tratando de sumarse al presidente López Obrador al lado y con proyecto propio y no subordinado.
La precandidatura del tabasqueño Adán Augusto López Hernández salió del análisis estratégico que perfilaba una sucesión conflictiva con la terna Sheinbaum-Ebrard-Monreal, porque desde el principio se evidenciaron indicios de una interacción casi hasta natural entre Ebrard y Monreal, aislando a la jefa de gobierno capitalino. El presidente López Obrador echó a mano de uno de sus camaradas de mayor confianza, y dicen en los pasillos de Palacio que con la grata sorpresa de que no sólo operaba como aliado de Sheinbaum, sino que por sí mismo se ganaba su lugar entre las corcholatas.
Si se leen con sentido estratégico, las reglas políticas para definir la candidatura parecen reglas de combate en el ámbito militar y dejan muy en claro que el objetivo no es escoger al más popular entre la tropa, sino generar un ambiente político-social para imponer el criterio de la continuidad del proyecto de la 4T como condición indispensable para obtener la candidatura de Morena para el 2024.
La apertura de un espacio social y mediático para la exposición de las corcholatas beneficia la representación de Sheinbaum como la única precandidata natural de continuidad de la 4T y se presentan como trampas políticas para que Ebrard y Monreal siga mostrándose como un candidatos para sus propios proyectos personales de gobierno.
El modelo de procedimiento para la candidatura de Morena tiene más cola que un dinosaurio priista.
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