Crisis inflacionaria

León Bendesky

La inflación en México ha seguido una clara tendencia al alza desde diciembre de 2021, cuando la tasa anual del índice de precios al consumidor fue 3.15 por ciento, hasta junio de este año, con una tasa anual de 7.99 por ciento. El índice de precios al productor aumentó 10.52 por ciento en junio con respecto al mismo mes del año anterior.

Este proceso de elevación de los precios ha ido erosionando las condiciones económicas y el bienestar de la población. La inflación desgasta también, progresivamente, las condiciones políticas. Cuando su efecto adverso se impone en la mesa de las familias, hay pocas explicaciones convincentes para contener el malestar.

Si se agrega la insuficiente expansión productiva en los tres primeros años de esta administración y el reducido crecimiento esperado también en este año, la situación se complica aún más.

Bajo estas condiciones se deteriora paulatinamente el efecto del aumento de los salarios mínimos y los contractuales. Las plazas de trabajo que se crean son más precarias en cuanto a las remuneraciones que se reciben, mientras crece el número de horas trabajadas. La muy alta informalidad fiscal, la falta de seguridad social y de prestaciones en el mercado de trabajo sigue siendo una condición definitoria de esta economía.

Los apoyos fiscales a grupos específicos de la población y los subsidios a ciertos precios, como el gas y la gasolina, han sido un instrumento elegido en las políticas públicas para contener los efectos de la insuficiente expansión productiva y las cargas recientes de la inflación.

No hay una evaluación suficiente de la efectividad de tales políticas de ayudas, aunque en principio sean justificadas. Los subsidios que se aplican de manera genérica –como el precio de la gasolina– son muy onerosos para el erario y poco eficientes en términos redistributivos.

Estas medidas tienen un límite financiero y lo mismo ocurre con la pauta básica de la austeridad del gasto en la política hacendaria. El marco establecido es tan rígido que, en la medida en que las condiciones económicas y financieras internas se van tensando y con un entorno global en franco deterioro, los márgenes de maniobra se estrechan.

La inflación tiene un componente interno derivado de la baja productividad general de la economía y la actividad económica está retraída por un reducido nivel del gasto en inversión pública y privada.

La inflación y el lento crecimiento productivo tienen, ambos, otras fuentes muy decisivas de origen externo, por el efecto del proceso de formación de los precios en medio de los problemas existentes del lado de la oferta. Igualmente, por un nivel de demanda agregada sostenido cada vez menos por las políticas fiscal y monetaria en Estados Unidos. Los apoyos fiscales aplicados en el marco de la pandemia y la política monetaria que sostuvo durante muchos años un muy bajo nivel de la tasa de interés han llegado a su fin y la expansión está por convertirse en una recesión. Es más, podrá ser una “estanflación” con muy severas consecuencias.

En el mediano plazo, un eventual proceso de recuperación cíclica requiere de México un posicionamiento audaz en un nuevo escenario económico que puede ser de una globalización redefinida con nuevas estrategias regionales. Es así que el mercado de América del Norte está replanteando su reconfiguración. El aprovechamiento insuficiente de las nuevas condiciones de relocalización de la producción que está ya en curso será muy costoso para el país.

El asunto de la recesión que podría desatarse de las consecuencias de la inflación y las medidas monetarias de alza de los intereses ha centrado la atención en las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal. El dinero ha de ser visto como una serie diversa de deudas. Las tasas más altas comprometen la validación de las deudas excesivas que se contrataron por gobiernos, empresas y hogares durante el largo periodo de tasas prácticamente de cero en el periodo previo a esta nueva crisis.

La discusión sobre los posibles escenarios de esta crisis se ha centrado en una serie de cuestiones. Una, sobre el carácter de la inflación en las economías más ricas: si será temporal o duradera. Primero las autoridades económicas en Estados Unidos o la Unión Europea sostuvieron que sería temporal, cada vez más se afirma que será de larga duración: un par de años.

El origen de la inflación se asocia con “choques de la oferta” relacionados con el covid-19 y los posteriores confinamientos en China y que han comprometido las cadenas de producción y de abasto. Pero, hay rastros relacionados con el exceso de demanda originados con la expansión fiscal destinada a asignaciones directas a hogares y empresas.

En este contexto, se cuestiona si la política monetaria de los principales bancos centrales podrá propiciar un ajuste suave en lugar de una recesión más dura. Cada vez más se apunta al segundo caso, lo que ha sido sugerido de modo expreso por la Reserva Federal. Esta cuestión marcaría la gestión de la crisis y la capacidad o la voluntad política de administrar una crisis honda. De no ser así, la crisis sería más larga y en un entorno de mayor fragilidad financiera.

La Jornada

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