Desaparición y estigma en México

Rubén Martín

Toda persona medianamente informada debe saber que el principal problema político y social del México actual es la desaparición de personas. En el México de ahora se desaparecen disidentes políticos, amas de casa y estudiantes en sus hogares. Todos somos desaparecibles ahora en este país. Es falso que sólo se matan o desaparecen “entre ellos”, en referencia a las bandas del crimen organizado.

En la década de 1970 se instauraron varias dictaduras en América Latina y todas implementaron la desaparición forzada como un método represivo: la dictadura chilena dejó tres mil desaparecidos, la argentina más de 30 mil, la guatemalteca más de 45 mil. La guerra civil en Colombia dejó 80 mil desaparecidos.

En el México contemporáneo, que supuestamente no vive bajo dictadura o guerra civil, ha dejado más de 100 mil desaparecidos. Las familias organizadas que buscan a sus desaparecidos estiman que la cifra real de desaparecidos en México podría ser tres o cuatro veces mayor, es decir, rondar el medio millón de personas ausentes en el país. Esto porque muchas familias deciden no presentar denuncias ante los organismos de procuración de justicia por amenazas y presiones de las redes de macro criminalidad, privadas y estatales, encargadas de las desapariciones. Ningún otro país del mundo atraviesa una crisis tan grande y tan grave en materia de desaparición de personas como México.

Más allá de la magnitud de estas cifras, la desaparición de personas provoca un daño inimaginable en la familia directa y en el entorno social de la persona que desaparece. El dolor permanente, la angustia, la incertidumbre que se vive día a día por parte de la familia que tiene un ser ausente es indescriptible. La frase que más he escuchado de familiares que tienen desaparecidos es su angustia por saber si sus hijos ya comieron, si tienen frío, si están sufriendo…

Junto con este dolor cotidiano que carcome cada día de las madres, padres, esposas, hermanas de quienes buscan a sus desaparecidos ocurre un fenómeno que hasta ahora ha sido poco explorado: el trastorno de la vida cotidiana y las drásticas consecuencias que una desaparición deja a las familias que buscan a sus desaparecidos.

En este ámbito del dolor que deja una ausencia forzosa se centró el estudio Nadie merece desaparecer: diagnóstico sobre la estigmatización hacia las personas víctimas de desaparición, sus familiares y las organizaciones que las acompañan, producido por el Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia “Francisco Suárez SJ” del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente ITESO, la universidad jesuita de Guadalajara (aquí se puede bajar el texto: https://bit.ly/3PPNrUR).

Enfrentarse con una desaparición y con la extenuante labor de buscar al familiar ausente provoca un cadena de cambios emocionales y relacionales en los entornos familiares y sociales donde ocurre esta desgracia.

A través de 24 entrevistas personales y dos grupales este estudio ahonda en las severas afectaciones emocionales que provoca una desaparición. El fenómeno de la desaparición modifica radicalmente la vida de las familias que son víctimas de este terrible crimen. De pronto deben suspender sus vidas habituales para volcarse en la búsqueda de su familiar ausente, tienen qué reorganizar su tiempo, gastar dinero, recursos materiales y emocionales para enfrentar esta ausencia de la que no pueden cerrar el duelo. Los desaparecidos, muchos de ellos, dejan a su vez hijos que de pronto quedan a cargo de los abuelos, o las tías.

Y muchos enfrentan también el estigma de la desaparición por la sospecha insidiosa de que si el familiar desaparecido es por que si andaba en “malos pasos”. Pero en este estudio se hace énfasis en que nadie debe desaparecer, incluso los que han cometido algún delito. “Cometer un delito obliga a responder por los actos, pero no da derecho a que alguien sea desaparecido. Al permitir que una norma tan básica se quiebre, el resto del edificio del derecho mexicano se tambalea. Nadie debe ser desaparecido o desaparecida. No importa lo que haya hecho. La estigmatización es la herramienta que permite deshumanizar y señalar una serie de personas como peligrosos e indeseables, tanto, que merecen su desaparición”.

Lamentablemente, enfrentar la desaparición muchas veces produce conflictos al interior de las mismas familias. Dice Marlety, del colectivo Entre Cielo y Tierra de Jalisco: “Hay conflictos familiares porque, de repente, yo no estoy con las fechas fuertes. El día del cumpleaños de mi hijo, yo no quiero estar con mi familia. El día de las madres, yo no quiero estar con mi familia. El día de mi cumpleaños, yo no quiero estar con mi familia. Prefiero estar con la gente del colectivo. Con las compañeras. Yo no quiero descomponerles el día a la familia, porque ellos pueden tener un día bonito, alegre. Yo veo que todos llegan con sus hijos, pero no está mi hijo. Entonces, me pregunto: ¿cómo voy a estar yo conviviendo si no sé el destino de mi hijo?”.

Se produce así un estado de interrupción de la vida cotidiana, de la vida que solía vivirse que los expertos denominan liminalidad, definida como la “condición interrumpida del rol en la familia que se suspende de manera abrupta, al mismo tiempo que se suspende en la estructura social, ya que los familiares se encuentran en una permanente ambigüedad a la espera de lo que pueda suceder”, según la definición del antropólogo Victor Turner (https://bit.ly/3QWTEjl).

La desaparición produce un drástico vuelco en la condición de vida. Una madre que busca a su hijo desaparecido lo contó así a la especialista Guadalupe Rodríguez: “Entre nosotras y nosotros nos platicamos y nos consolamos, fíjese, no somos viudas, no somos solteras, pero tampoco tenemos esposo; no somos huérfanos, somos hijos, pero no sabemos dónde están nuestros padres; somos madres, pero tampoco sabemos dónde están nuestros hijos”. Es la reseña de un drama que solo viven las familias víctimas de las desapariciones.

Este estigma que se vive dentro de las familias y en sus entornos sociales, es multiplicado porque las distintas autoridades también suelen revictimizar a quienes tienen desaparecidos. Y además muchos tienen la convicción de que las mismas fuerzas de seguridad pública forman parte de las redes de macro criminalidad implicadas en la comisión de este crimen. “Para las familias, las fuerzas del orden se sitúan así, sin ninguna duda, del lado de los perpetradores: son quienes consienten que la situación de desaparición siga existiendo, quienes mantienen y profundizan los estigmas que han caído sobre ellos”, dice el informe Nadie merece desaparecer.

Ante este contexto tan difícil y doloroso que atraviesan en lo individual las madres, esposas, o hijos, muchas de las víctimas han optado, como una de sus principales estrategias, en reunirse con otras víctimas y crear colectivos de familias que buscan a sus desaparecidos. Así, en colectivo, es más factible procesar su dolor y a la vez se acompañan en las búsquedas y en las exigencias a las autoridades.

Nadie merece desaparecer, pero lamentablemente en México se sigue desapareciendo. Es urgente detener la guerra informal que se alimenta de las desapariciones. El gobierno ha optado por administrar este grave problemas; desde la sociedad debemos acompañar a las familias y desde abajo detener y acabar con este crimen terrible. Esta condición de necropolítica que alimenta la actual fase del capitalismo mexicano como sello distintivo.

Este es uno de los énfasis del estudio Nadie merece desaparecer: la estigmatización promovida por las autoridades y reproducida desde la sociedad, produce un sujeto “indeseable” al que no importa que desaparezca. Esto debe cambiar y ser combatido. Nadie merece desaparecer se convierte así en una consigna política. Nadie es nadie.

SinEmbargo

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