La Cuarta Transformación que no fue y la felicidad del presidente

Rogelio Muñiz Toledo

En su mensaje con motivo de su Cuarto Informe de Gobierno el presidente López Obrador mencionó veinte temas que él considera logros de su gobierno y dijo que está feliz “porque la revolución de las conciencias ha reducido al mínimo el analfabetismo político”. Solo él sabe lo que esto significa en el discurso presidencial y el porqué de su felicidad. El triunfalismo que ha caracterizado a los mensajes del presidente de la República con motivo de sus informes de gobierno no se sostiene con datos objetivos.

Como lo explica Jesús Silva-Herzog Márquez en su libro La casa de la contradicción, la llegada de López Obrador a la presidencia de la República en 2018 fue vista más como “el despunte de una segunda transición”, con una propuesta “fundacional”, que como una “tercera alternancia”. Dicha transición correspondería a lo que el presidente López Obrador denominó la “Cuarta Transformación de la vida pública de México”, que daría paso a un nuevo régimen político.

Desde hace dos años el discurso de López Obrador sobre la conclusión de la transformación se ha vuelto reiterativo. El 1 de septiembre de 2020 el presidente se comprometió a que al cumplir dos años de gobierno terminaría de “sentar las bases del México del porvenir”. No sucedió así. El 1 de septiembre de 2021 dijo que era tan importante lo logrado que hasta podría dejar la presidencia en ese momento sin sentirse “mal con su conciencia”. Ahora nos dice que en los dos años y un mes que le queda a su administración se va a consolidar la transformación que se está llevando a cabo y que “triunfará la Cuarta Transformación en México”. No hay ningún dato objetivo que indique que así será.

La verdad es que de los veinte temas que destacó el presidente en su discurso del pasado 1 de septiembre, únicamente cuatro son logros demostrables objetivamente y solo dos pueden atribuirse directamente a su Gobierno: los incrementos al salario mínimo y la constitucionalización de los programas de bienestar. En los otros dos: la estabilidad en el tipo de cambio peso dólar y el aumento en las reservas internacionales del Banco de México, el mérito no es exclusivo de su Gobierno.

Si nos atenemos a los reiterados anuncios que ha hecho el presidente de la República en los dos más recientes años sobre la conclusión de su “obra de transformación”, y a los magros resultados de su gobierno, a veinticinco meses de que finalice su mandato es posible afirmar que su proyecto político será recordado como la Cuarta Transformación que no fue.

El presidente de la República debió entender que en los procesos de cambio de régimen y de reforma del Estado los fines son tan importantes como los medios que se utilizan para alcanzarlos y que no se puede destruir las instituciones del viejo régimen sin establecer, al menos, las bases de las que habrán de sustituirlas y la planeación para su oportuna creación y funcionamiento (Gorbachov, dixit). Se requiere, además, algo de lo que ha carecido este gobierno, una administración eficiente y funcionarios calificados y capaces de lograr la aprobación y de planear y ejecutar la agenda del cambio.

El fracaso en la creación del nuevo sistema de salud pública y los graves -y en muchos casos irreversibles- daños causados a millones de personas por la fallida transformación del Seguro Popular en el INSABI, son la prueba más dolorosa -aunque lamentablemente no la única- de que para gobernar no basta la buena voluntad ni las buenas intenciones y de que un proyecto de transformación mal ejecutado puede tener nefastas consecuencias para quienes esperaban un cambio que mejorara sus condiciones de vida.

La improvisación, ineficacia y falta de planeación en los procesos de adquisición de bienes y servicios y de contratación y ejecución de la obra pública también dan cuenta de la incapacidad del Gobierno de la Cuarta Transformación para lograr el cambio de régimen prometido. El desabasto de medicamentos en el sector salud, la forma tan errática como se enfrentó la pandemia y la falta de planeación en la construcción de las obras emblemáticas de su gobierno, reconocida expresamente en el caso de Dos Bocas donde -a decir del presidente- “no se contemplaron equipos que se necesitan” y se tuvo que ampliar sustancialmente el presupuesto para la obra, quedarán como testimonio de un gobierno que no fue capaz de encabezar la transformación que se propuso.

El presidente López Obrador nunca entendió que para lograr el cambio de régimen y la transformación que proponía era necesario el diálogo social sin pretender imponer su agenda de cambio. Solo así lograría modificar las estructuras, las normas y los valores políticos y contar con un bloque de apoyo formado por actores políticos y grupos sociales comprometidos con la transformación. La mala noticia para el presidente de la República es que las oportunidades para lograr la Cuarta Transformación se agotaron. López Obrador lo sabe y seguramente no está tan feliz como dice.

Pero si la Cuarta Transformación que no fue es una mala noticia para López Obrador, para el país es una buena noticia porque significa que el presidente de la República y su partido no podrán consumar su “obra de transformación” que incluía una agenda con graves retrocesos en materia política y social, como la pretensión de hacer depender de la coyuntura política, de la conveniencia de su gobierno y de los intereses de sus funcionarios, el respeto, la protección y la garantía de los derechos humanos.

La Cuarta Transformación que no fue, también significa que no podrán consumar su agenda de tránsito hacia un neopresidencialismo que implicaría la concentración del poder en una persona y la dictadura de sus mayorías parlamentarias e incluía: la supermilitarización del país; el rechazo al principio de legalidad y el debilitamiento del Estado de Derecho; el sometimiento de los poderes legislativo y judicial y de los órganos constitucionales autónomos; la permanente vulneración de los derechos de las minorías políticas; y la “unidad ideológica monolítica” en torno al presidente de la República, lo que Gorbachov llamaba la “estatización de la vida social”.

Tampoco podrán hacer de la mentira oficial y los ataques a las libertades de pensamiento, opinión y prensa; de la discrecionalidad en las contrataciones y en las compras gubernamentales; de la corrupción y la opacidad en los asuntos públicos; y de la burocratización, la ineficiencia del Gobierno y la malentendida austeridad, una práctica común que formaría parte del pretendido “nuevo régimen” que llegaría con la Cuarta Transformación. Por eso, las y los mexicanos sí deberíamos estar felices con la Cuarta Transformación que no fue.

* Último presidente de la URSS y Premio Nobel de la Paz 1990

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