El penúltimo dilema de AMLO

Agustín Basave

Los pronósticos catastrofistas de los economistas críticos del presidente López Obrador no se han cumplido. La economía mexicana está en mal estado en términos de crecimiento y de inflación, a no dudarlo, pero eso se debe primordialmente a factores externos; y aunque es posible que en el futuro mediato se desplome la inversión, se devalúe el peso o se dispare el desempleo, lo cierto es que hasta hoy los indicadores macroeconómicos se han mantenido más o menos sanos. ¿Cómo es posible que un gobierno populista haya esquivado a Escila y Caribdis en el mar del neoliberalismo? ¿Por qué no se ha hundido? Por una sencilla razón: en materia de macroeconomía AMLO no aplica el populismo sino los dictados del Consenso de Washington. Su estatismo –o gobiernismo, mejor dicho– se limita a su política energética y su simpatía por el régimen cubano no pasa del discurso y de la contratación de médicos. En el manejo de las finanzas públicas la 4T es harto conservadora.

El ejemplo más claro de ese neoliberalismo es el apoyo de AMLO al tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Desde su llegada al poder hace cuatro años, en efecto, el T-MEC ha sido la locomotora de nuestra economía y el presidente le ha dado todo su respaldo. Lo ha hecho al grado de doblarse ante Donald Trump y aceptar su condición de que México le haga el trabajo sucio para detener la migración antes que arriesgar la cancelación del T-MEC, incluso al costo de distraer del cuidado de la seguridad de los mexicanos a casi 30 mil efectivos de la Guardia Nacional. Por cierto, no deja de ser paradójico que sea el legado de su némesis, Carlos Salinas de Gortari, lo que ha mantenido a flote la gestión de AMLO.

Es en buena medida por ese pragmatismo en la conducción económica, y particularmente en el comercio exterior, que AMLO ha conservado una alta aprobación popular. Ha evitado las catástrofes que algunos vaticinaban y la sociedad no ha sufrido un golpe devastador en sus bolsillos. Pero he aquí que la situación ha dado un giro significativo tras las consultas pedidas por nuestros dos principales socios comerciales. Si bien al menos en el plano retórico ya se había deteriorado la relación con el más importante de ellos, desde la llegada de Joe Biden a la Presidencia, fue la ofensiva estadunidense y canadiense para impedir que el gobierno mexicano dé trato preferente a Pemex y a CFE lo que enfureció a AMLO. Su declaración de que la independencia nacional está por encima del mercado norteamericano, y sus sucesivos amagos en el sentido de que no cederá en ese tema, fueron vistos como nubarrones en el cielo financiero del país.

AMLO anunció que dará un mensaje sobre el diferendo el 16 de septiembre y dio credibilidad, ahora sí, a los agoreros del desastre. En esa fecha no puede más que pregonar la defensa de la nación frente al extraño enemigo, y el margen de maniobra para reivindicar los beneficios del libre comercio es estrecho. El problema es que en la medida en que crece su fervor patrio se incrementan las presiones de la realidad: salir del T-MEC sería suicida para México. Cierto, perjudicaría también a Estados Unidos y en menor medida a Canadá, pero a nosotros nos pegaría en la línea de flotación. He aquí el dilema: ¿tirará AMLO por la borda su tabla de salvación económica si se le exige tratar igual a sus empresas estatales que a las trasnacionales? ¿Cuál de sus prioridades pesará más, la prudencia financiera o el gobiernismo petrolero y eléctrico?

Ambas cosas le son muy caras. Sabe que si hay en nuestro país una crisis del tamaño de la que provocaría nuestra salida del T-MEC –mucho mayor que el impacto de la pandemia y los coletazos de la invasión rusa a Ucrania– su popularidad disminuirá sustancialmente y Morena podría perder las elecciones de 2024. Pero también siente –este es un asunto de sentimientos– que su imagen ante la historia se vería mermada si en vez de reconocérsele como el presidente que nacionalizó el litio se le recuerda como el que se doblegó ante el poder de potencias y potentados y no fue capaz de defender la soberanía energética de México. Claro, lo ideal sería que hubiera un acuerdo en las consultas, no se tuviera que llegar a un panel y se zanjara el conflicto, mas todo parece indicar que la postura de la 4T es rígida. Lo que se viene en el fuero interno de AMLO, pues, luce como un choque de trenes.

Faltan cinco días para disipar dudas, o para acrecentarlas. Si el discurso presidencial en el día de nuestra Independencia Nacional es aguerrido, duro al grado de la quema de naves, los espacios del diálogo y la negociación comercial se cerrarán más, quizá de manera irreversible. Si, en cambio, lanza su pirotecnia verbal de siempre sin llegar a la amenaza irreparable, se abrirá a sí mismo una puerta de salida. Yo he sostenido en este espacio que AMLO es un idealista maquiavélico, y creo que en esa dualidad encarna su penúltimo dilema. Tengo para mí que será suficientemente pragmático para evitar la ruptura del T-MEC, aunque tendrá que hilar fino porque es probable que esté jugando al mad-man, al estilo de su impresentable amigo Trump, y quiere negociar en posición de fuerza haciendo creer que puede llegar a la locura. Ya veremos si lo logra. Ah, y de su último dilema escribiré más adelante…

Proceso

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