De recesiones y cambio climático: la primera
José Antonio Rojas Nieto
Tenemos urgencia de superar, al menos, cinco problemas graves. Desigualdad, desempleo, precariedad laboral, inseguridad y cambio climático. Requerimos diseñar y evaluar acciones sociales y políticas públicas para ello, más ahora que la rentabilidad general de las economías está prácticamente detenida desde inicio de los ochenta y con severas caídas en 2009 y 2020.
Se agudiza la lucha social. La aguda inflación actual muestra las disputas en juego por el relativamente menor excedente disponible, también la elevación de precios de materias primas, de tasa de interés, la baja drástica de capacidad utilizada, la destrucción de capital y los impulsos monopólicos.
Si viene la recesión, se hará cada vez más complicado diseñar e impulsar una estrategia que nos oriente a superar esos cinco graves problemas. Hay explicaciones oficiales, ortodoxas, sobre la inminente recesión, como la de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Visión sustentada en los llamados indicadores compuestos principales (ICP), con ellos identifica los “ciclos de crecimiento” e indica fases, puntos de inflexión, descensos, recuperaciones, auges y depresiones, con el producto interior bruto (PIB) como referencia, y lo compara con “su tendencia histórica” o con “su comportamiento potencial”, pero, domina la visión ortodoxa.
Sin embargo, hay alternativas a identificar y estudiar. Un ejemplo, el excelente trabajo relativamente reciente (marzo de 2014) del profesor Duncan Foley ( The New School for Social Research, de Nueva York). Preparado con Lance Taylor y Armon Rezai ( An Integrated Approach to Climate Change, Income Distribution, Employment and Economic Growth, parte del Research Project on Sustainability, Distribution, and Stability, Institute for New Economic Thinking and the Schwartz Center for Economic Policy Analysis, 2014). Analizan el crecimiento económico impulsado por la demanda, no por la oferta y –gran mérito– profundizan las interacciones entre acumulación de gases de efecto invernadero (GEI), calentamiento global y crecimiento económico en un marco poskeynesiano.
¿Por qué?, para evitar –citémoslos– las debilidades del llamado mainstream. ¿Cuáles?, analizar el crecimiento y los impactos del calentamiento global en dicho crecimiento macroeconómico, desde la perspectiva de la oferta, la que supone que todos los recursos –fuerza de trabajo incluida– se emplean por completo, por lo que el gasto total en inversión y mitigación climática está determinado por el ahorro disponible.
Son modelos –aseguran– que asumen que las decisiones sobre inversión y mitigación las toma un “agente representativo” que maximiza la utilidad descontada del consumo, en un horizonte temporal de siglos. Lamentan que esta visión tiene supuestos clave, no convincentes. Uno, no se empleará plenamente la fuerza de trabajo si el calentamiento global reduce el nivel de producción, e insisten en la necesidad de asumir que vivimos en un mundo de países y grupos sociales con intereses en conflicto. Con ello –dicen– se descubre que la producción y la actividad económica están determinadas por la demanda agregada y la demanda misma, por la distribución del ingreso entre ganancias y salarios.
Con el tiempo la economía crece y su stock de capital y capacidad productiva aumentan. Niveles más altos de ingresos requieren mayor uso de energía y sin política climática, mayores emisiones de GEI, por eso atienden la evolución de las relaciones capital-población y GEI-capital. Finalmente, muestran la alta probabilidad de que la interacción acumulación de gases de efecto invernadero con crecimiento económico implique periodos cíclicos de auge y caída en la producción, con una estabilización de los GEI en altos niveles, para mantener bajo control la acumulación de capital. Es una perspectiva innovadora a profundizar. Va de por medio una buena estrategia de desarrollo. De veras.