Ruido

Fabiola Guarneros Saavedra

Expertos de la ONU advirtieron que las desapariciones en México reflejan un patrón de impunidad.

La joven se desploma, el escritor la ve, pero el resto de los transeúntes siguen, indiferentes, su camino. Él se acerca y pregunta.

—¿Está usted bien?

—Sí.

—¿Necesita ayuda?

—No.

—Déjeme que…

—No me toque.

—¿Qué le pasa a la señora? ¿Está muerta? —pregunta un curioso.

—No estoy muerta. Estoy desaparecida.

—Pero usted está aquí señora —le dice el escritor.

—Déjala, siempre hacen lo mismo. Desaparecen, pero están jodiendo a todo el mundo —dice el curioso.

—Ni vuelven ni se mueren —dice un tercero.

Enseguida otras mujeres, jóvenes y ancianos empiezan a desplomarse por las calles del Centro Histórico.

Ese diálogo es parte de una escena de la película Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades. La siguiente, la que tiene como escenario el Zócalo capitalino, es cruel y burda como la realidad mexicana: una montaña de cuerpos inertes apilados.

“Ni vuelven ni se mueren”, esa frase describe la terrible cifra de 110,158 personas desaparecidas en México. No aparecen ni vivas ni muertas.

Ruido  —la película que retrata las muchas formas de violencia e impunidad que se viven en México—, es un llamado a la justicia, una invitación a no permanecer indiferentes, un recordatorio de lo que debiera ser prioridad en este país.

La cinta —basada en hechos reales y con testimonios de la asociación Voz y Dignidad por los Nuestros San Luis Potosí y del colectivo Buscándote con amor Estado de México es la fotografía del dolor, del sufrimiento de muchas hijas, de muchas madres, de muchos padres y de muchos hermanos. Es el retrato de la felicidad a medias…

“¿Dónde están?” “Hasta encontrarte” “No estás sola”… Esas frases y las fotos de sus desaparecidos en los bordados, en los tejidos, en los listones, en las playeras de los colectivos de buscadoras hacen ruido, mucho ruido y el Estado mexicano no puede ya hacerse el sordo.

Cada nombre debiera retumbar en la conciencia de los gobernantes, de las autoridades y de las policías.

En mayo pasado, expertos de la ONU advirtieron que las desapariciones en México reflejan un patrón de impunidad, y es que, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), de la Secretaría de Gobernación, en el país hay 110,158 personas desaparecidas.

Es una tragedia desgarradora porque cada víctima tiene nombre, apellido, rostro y una familia que sufre y que busca en morgues, contenedores de tráileres, en refugios, en fosas clandestinas y que también temen por su vida. Quienes integran los colectivos han sido amenazados de muerte o intimidados por policías y gente del crimen organizado. A las madres buscadoras también las han asesinado.

Y las prioridades de los partidos, de las autoridades, de los gobernantes, de quienes están obligados a procurar justicia son otras: las campañas electorales, el poder, las obras emblemáticas… El gobierno federal desvía la atención de los problemas que no le importa atender y la oposición le sigue el juego.

En mi columna titulada Todos los nombres (Excelsior 25/05/22), recopilo testimonios de familiares que no se dan por vencidos y siguen buscando. Le invito nuevamente a leerla para seguir haciendo ruido. Los que callan también son cómplices. No están solos.

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