Cuatro lecciones de la marea rosa
La manifestación ciudadana del 26 de febrero se convirtió en una nueva sacudida del tablero político nacional. Nadie puede negar que, después de este domingo, el entorno cambia de cara a los últimos veinte meses de gobierno y la sucesión presidencial. A continuación, cuatro lecciones generadas por una protesta social que logró trascender de las redes y charlas de café, para instalarse en la plaza pública con miras a volcarse a las urnas.
El Zócalo no es de un partido o una ideología. Durante muchos años se pensó que el Zócalo de la Ciudad de México era un espacio que había sido conquistado por la izquierda y sus partidos, movimientos y liderazgos. De manifestaciones estudiantiles como las del CEU o el Frente Democrático Nacional, hasta el más reciente mitin de Andrés Manuel López Obrador hace apenas tres meses, este espacio tan simbólico de la capital del país parecía destinado a alojar siempre a los mismos inquilinos. Creyendo que no se atreverían o que no lo lograrían, López Obrador lanzó el reto para que quienes había participado en la marcha del 13 de noviembre en contra de la reforma al INE, intentaran llenar y desbordar este espacio. La ciudadanía no solo se atrevió y lo logró, sino que demostró que el Zócalo le pertenece a las causas sociales y ciudadanas y no a las ideologías y preferencias políticas.
La Ciudad de México ya no será el corazón de Morena. En poco más de tres meses, dos movilizaciones sociales en la capital del país reunieron a cerca de un millón de personas que, de forma pacífica y ordenada, pero sobre todo con alegría y esperanza, se manifestaron en contra de los intentos gubernamentales de regresar al pasado en demérito de la democracia hasta ahora conquistada. Sin que el objetivo de las protestas fuera electoral, es indudable que el efecto generado sí lo será. Si a la ecuación sumamos el hecho de que en 2021 Morena logró el triunfo únicamente en siete de las dieciséis alcaldías, no es difícil pensar que en 2024 la oposición podría conquistar los votos necesario para arrebatarles su bastión. Esto, evidentemente, no es una buena noticia para Claudia Sheinbaum, quien sigue dando muestra de sus enormes limitaciones no solo gubernamentales, sino principalmente políticas.
México se está transformando, pero no como el presidente cree. Lo que el presidente pensó en noviembre que solo era una golondrina, podría convertirse en verano, pues al parecer México y su sociedad se están transformando y están aprendiendo que la fuerza de la unidad puede ser el factor que detone cambios en el país y genere una verdadera transformación. Esta, sin embargo, no es la que el presidente había soñado, sino la que los ciudadanos quieren conquistar. El domingo, México inició su transformación porque la sociedad asumió que en la protesta política sí puede incidir, a diferencia de aquellos aspectos en los que se requiere de la voluntad y la acción gubernamental, como la inseguridad, el combate a la pobreza o la generación de desarrollo.
Falta liderazgo, pero comienza a tomar forma una base social. Si bien es cierto que aún no se perfila un liderazgo que logre aglutinar a la oposición, un amplio sector de la sociedad decidió dar un paso al frente para manifestarse listo y dispuesto para acompañar un proyecto que satisfaga sus necesidades y expectativas. El proyecto y el personaje terminarán de tomar forma en los próximos meses. Si existe la suficiente inteligencia de la clase política, sabrán entender que llegado el momento no deberán de ser los acuerdos cupulares los que prevalezcan, sino la voluntad ciudadana que ponga por encima de los proyectos personales o de grupo el destino de todo un país.
Las lecciones sobre la marea rosa que el domingo desbordó el Zócalo son muchas, pero estas pueden servir para iniciar el análisis de lo que está por venir después de la fuerte sacudida al tablero político nacional.
Profesor de la UNAM y consultor político