Antioquía y la pérdida de cristianos en Medio Oriente
Carlos Martínez Assad
En Antioquía todo ha desaparecido después de los temblores que asolaron la región el 6 de febrero y subsecuentes. Y lo más lamentable, la pérdida de los últimos judíos y cristianos de la región. Ello ha acabado también con la tradición plurirreligiosa.
La sinagoga se vino abajo dando sepultura a su dirigente y a su esposa, representantes de una ya muy pequeña comunidad cuya antigüedad allí es de hace 2 mil 500 años. Fueron recuperados intactos sus ocho viejos ejemplares de la Torah y enviados a Estambul, luego de un periplo que primero los llevó a Israel y estuvo a punto de generar un problema diplomático.
Quedó destruida igualmente la mezquita Habib el-Najjar, erigida como muy pocas en el temprano siglo VII cuando el islam iniciaba. Es testimonio de la presencia de los musulmanes sunitas con el mayor número de feligreses arabófonos donde han llegado muchos refugiados de la guerra en Siria.
A unos cuantos metros, entre las montañas de escombros, puede verse lo que quedó de la Iglesia de los santos Pedro y Pablo, honrando a quienes iniciaron la difusión del cristianismo y desde allí iniciaron la conversión del mundo, comenzando con los griegos y judíos que la habitaban. Antioquía fue el primer sitio que dio nombre a los cristianos debido a la presencia de los discípulos de Jesús. Junto a la roca del Monte Scarius, estaba la iglesia donde por primera vez se predicó el Evangelio. Desde allí tuvo lugar la expansión del oriente cristiano y ahora de apenas mil cristianos quedan unos cuantos supervivientes de los sismos.
Antioquía es la sede de varias de las eparquías de las iglesias que conforman los cristianismos orientales. Está el patriarcado de la iglesia ortodoxa griega de Antioquía y de todo el oriente, encabezada ahora por Jean X, y el patriarcado de la iglesia siríaca maronita de Antioquía, aunque su sede se encuentra en Bkerké, en Líbano, donde reside el patriarca Béchara Boutros Raï, junto con otras, que comparten los cánones de las iglesias orientales.
De la ciudad histórica sólo ha quedado un montón de piedras. Antioquía ya no existe, dice un superviviente.
En la ciudad de la coexistencia religiosa, sólo quedan los pasajes y trazos de las civilizaciones que la conformaron desde la antigua Roma, el reino seléucida que encontró su nombre en el nombre de su padre Antioquio, cuando rivalizaba con Alejandría. En la actualidad de uno 360 mil habitantes, apenas el 0.1 % eran cristianos y una cuarentena de ellos murió en los derrumbes provocados por los sismos. Algo importante, porque con la tradición cristiana que albergó Antioquía expresa la tendencia de la extinción del cristianismo en el Medio Oriente.
En el extenso mezarlik (cementerio), los séquitos llevando a sus muertos se suceden uno tras otro. Los transportan en sacos de plástico que son colocados en la caja de las camionetas. Como la mayoría son musulmanes, los hombres recitan la fatiha, guiados por los sheiks. Salir del cementerio no cambia el paisaje porque decenas de familias están junto a las mortajas de sus seres queridos esperando turno para conducirlos al cementerio. Los cuerpos identificados tendrán su tumba individual, los otros serán conducidos a una fosa común.
No se distingue dónde quedó la señal que marcó el pequeño sitio de los cristianos greco-ortodoxos para sepultar a sus muertos. En cambio, se puede ver el espacio donde se encuentran las lápidas judías muy dañadas por los sismos. Un sacerdote católico, con su sotana negra, recubre una fosa con una pala. Se escuchan los rezos en árabe que duran unos veinte minutos en cada entierro.
En la vecina ciudad de Trípoli en Líbano, a consecuencia de los sismos al menos 150 edificios patrimoniales se encuentran en riesgo de desaparecer, aunque previamente 700 han sido catalogados en riesgo. Como en las vecinas ciudades de Turquía y Siria, la de Trípoli es testigo de varias civilizaciones que se han sucedido en siglos. Allí se encuentra, por ejemplo, una de las fortalezas de los cruzados que dio origen a la leyenda de Raimond. Quizás como en otros lugares, corren los rumores de que las calamidades ocurren porque Dios castiga a los pecadores, y se llega al límite de suponer que en esta ocasión la divinidad mostró su desacuerdo con la medida del gobierno turco de convertir a Santa Sofía, máxima expresión del cristianismo, en mezquita.
Y en ese clima de tensión, la tendencia a la disminución de cristianos enfrentó una polémica inusual cuando el primer ministro saliente de Líbano, Najib Mikati, musulmán sunita, dio a conocer una encuesta –en un país no acostumbrado a los censos de población– que señala que en el momento actual sus iglesias no suman 20 % de feligreses frente a un apabullante 80% de musulmanes. En las dificultades que está causando la participación de los diferentes grupos religiosos, con su contraparte política, en la designación de la vacante de presidente que ya dura seis meses, el asunto adquiere especial relevancia.
La respuesta airada del patriarca maronita sobre la falsedad de la cifra, provocó que el primer ministro negara conocer la fuente que llegó a esa conclusión. La Fundación Maronita en el Mundo expresó que mejor haría en establecer medidas para frenar la emigración que tiene lugar, la que, como se sabe, ha sido nutrida históricamente por cristianos, más dispuestos culturalmente a abandonar el país. A lo que se agrega el grave problema del alto número de inmigrantes sirios en Líbano que atenta contra su identidad y al peligro que corren quienes se aventuran a salir por el mar donde muchos mueren ahogados.
También se ha señalado que, según el Ministerio del Interior, de acuerdo con las elecciones legislativas de mayo de 2022, los cristianos constituyen un 34.42% de los electores; de lo cual se infiere que 65.4% son musulmanes, lo que es sin duda expresión de la tendencia manifiesta en Medio Oriente como puede verse con la pérdida notable de cristianos en Irak, Egipto y Siria. Y los temblores recientes se suman a la tendencia que no puede revertirse de lo que históricamente ha venido aconteciendo por toda la región.