América Latina: la desunión se acrecienta
Olga Pellicer
El triunfo de gobiernos de izquierda democrática en América Latina en los últimos años despertó expectativas sobre la posibilidad de reconstruir mecanismos de concertación que permitieran elevar el peso de la región en asuntos internacionales.
Tales esperanzas cobraron mayor fuerza cuando triunfó Luiz Inacio Lula da Silva en las elecciones presidenciales de Brasil. El gusto del antiguo dirigente sindical por la política internacional es conocido, su empeño en promover la acción conjunta de países del sur, así como su gran interés en conquistar para Brasil un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, han sido notas sobresalientes de su mirada hacia el exterior.
A seis meses de la llegada al poder de Lula, la situación no evoluciona en la dirección deseada. En primer lugar, los problemas internos en los países de la llamada “ola rosada” han obligado a centrarse más en lo que ocurre al interior. Muy pronto se ha fracturado la unidad de las izquierdas para abrir paso a un avance inesperado de la derecha, fenómeno muy evidente en el caso de Chile. A su vez, los problemas económicos son agobiantes en los casos de Argentina y Bolivia, cuyos gobernantes siguen perdiendo popularidad ante el desorden económico que esos países enfrentan. En Colombia la gobernabilidad parece cada día más difícil, dadas las dificultades del presidente Petro para mantener la cohesión del buen grupo de expertos con el que llegó al poder. La confianza en sus principales propuestas económicas se está perdiendo, al igual que el entusiasmo por su manejo de la relación con Venezuela y Estados Unidos.
La parte más débil en la búsqueda de un mayor acercamiento entre los países de la región para enfrentar temas internacionales reside en los tropiezos del presidente Lula. Han transcurrido varios años desde que terminó su segundo periodo presidencial en 2011. En aquel entonces Hugo Chávez todavía vivía, la revolución bolivariana tenía sustento interno e internacional. Lula atravesaba momentos de éxito indiscutibles.
Imposible olvidar la enorme transformación que bajo la conducción de Lula experimentó Brasil en esos años. Durante el periodo de 2003 a 2011 Brasil triplicó su PIB per cápita; sacó de la pobreza a más de 30 millones de ciudadanos; transformó la infraestructura y la capacidad industrial del país convirtiéndolo en una de las grandes economías del mundo. No sorprende que la popularidad de Lula al dejar el cargo llegara a un 80%, según encuestas. Desde el punto de vista internacional se había convertido en líder indiscutible de los anhelos y propuestas de los países del Sur Global.
De regreso a su tercer periodo, después de años muy convulsos de polarización y cambios profundos en el contexto internacional, el regreso de Lula al escenario internacional no ha sido fácil. Su actividad ha sido muy intensa durante los seis primeros meses de gobierno. Ha tenido encuentros con 30 líderes mundiales, ha recorrido varios continentes y colocado en la agenda internacional temas de indudable interés para el Sur Global.
Sin embargo, no ha logrado conquistar a los medios de comunicación occidentales, su narrativa no ha sido convincente, el acercamiento a sus contrapartes sudamericanos fue muy poco afortunado al no medir las consecuencias de considerar al presidente Maduro como un interlocutor más, sin tomar en cuenta el carácter tan disruptivo que Venezuela ejerce en las relaciones hemisféricas.
La reunión en Brasilia para revivir la Unión de Repúblicas del Sur (Unasur) terminó abruptamente, sin lograr siquiera el compromiso de reuniones anuales y sin una clara hoja de ruta para darle seguimiento. Serán necesarios grandes esfuerzos para superar las diferencias que se dan entre Uruguay y Chile por una parte, y Venezuela por la otra.
Por lo que toca al interés de Lula en la búsqueda de la paz para Ucrania, ésta se inscribe en una preocupación generalizada en países del sur por sumar sus voces a la reconfiguración geopolítica que, por lo pronto, tiene como eje central la guerra de Ucrania. En este mismo espacio me he referido con entusiasmo al reclamo, muy justificado, de participar en tal reconfiguración. Sin embargo, no se puede perder de vista el poder mediático, en particular Estados Unidos y los miembros de la OTAN, que ha ganado la guerra de la propaganda. Si a ello aunamos la utilización tan exitosa del presidente Zelensky de sus dotes para convencer, su carisma y sentido del heroísmo, sus muy bien trabajados mensajes sobre la necesidad de defender a Ucrania, el mensaje de Lula no puede tener éxito.
Para Lula la responsabilidad de la guerra recae por igual en Ucrania, los países de la OTAN y Rusia. Tal apreciación ha sido rápidamente descartada en los medios de comunicación occidentales. Zelensky la ha refutado seriamente implorando, a cambio, que los países de América Latina, África y algunos asiáticos tengan mejor información sobre lo que está aconteciendo en Ucrania y el grado que defenderla es defender los valores universales de la democracia y la libertad.
La incertidumbre sobre el grado en que Lula será, como se esperaba, el factor en torno al cual podrían reconstruirse mecanismos de concertación latinoamericana que pueden incidir en asuntos mundiales, permanecerá algún tiempo. Es pronto para llegar a conclusiones.
La segunda gran interrogante tiene que ver con México, el segundo país más grande de América Latina. Baste señalar que el país ya está volcado plenamente en la lucha electoral de 2024. Su política exterior se encuentra en muy segundo plano. No es ocioso, sin embargo, referirse al penoso incidente al interior de la OEA, cuando se discutió recientemente en el Consejo Permanente la ampliación del presupuesto. La propuesta presentada por los países del Caricom, favorable a una ampliación del mismo, chocó fuertemente con la posición de México, deseoso de congelar y, si fuese posible, desaparecer a la OEA. La propuesta caribeña fue finalmente aprobada por notable mayoría, después de un intercambio de palabras muy fuerte entre los representantes de México y el Caricom. El aislamiento de México dentro de la OEA se puso, pues, en evidencia.
Las perspectivas de una mayor concertación entre los países de América Latina no son alentadoras. Múltiples circunstancias permiten prever que, por lo pronto, en vez de acrecentarse, disminuyen.