Ciudadanos sin partido, partido sin ciudadanos
Isidro H. Cisneros
Acorralada por la precipitación de los tiempos político-electorales que se marcan desde Palacio Nacional, la alianza opositora “Va por México” dará hoy a conocer el método que adoptará en la selección de su candidato para las elecciones presidenciales de 2024. Se trata de una estrategia mixta entre elecciones primarias, encuestas y recolección de firmas, en la que el control de todo el proceso de selección estará en manos de los partidos tradicionales y sus simpatizantes.
Aunque se incorporan algunos “representantes” de la sociedad civil, es claro que se trata de una simulación, en tiempos donde todos se cobijan bajo el “paraguas ciudadano”. Es así como integrantes de la vieja partidocracia ahora se presentan como candidatos ciudadanos. Además, el importantísimo tema del programa electoral vendrá posteriormente, cuando lo estratégico era la definición de una agenda de preocupaciones, demandas y causas ciudadanas con las cuales se tendría que comprometer el hipotético candidato. Ahora será al revés, primero se definirá a la persona para después establecer la estrategia programática que deberá restablecer nuestro sistema democrático.
El dato más preocupante es que, como se preveía, los ciudadanos independientes y sin partido quedaron excluidos del proceso. Esa importante masa crítica y social que ha decidido no ser parte de las estructuras partidarias, principalmente por razones asociadas a las tendencias oligárquicas que imperan en todos los partidos políticos, simplemente no fue tomada en cuenta.
A pesar de mantener públicamente un discurso en sentido contrario, las burocracias partidarias impusieron candados selectivos reforzando la percepción de su creciente alejamiento de la sociedad civil. Se profundiza así el desinterés ciudadano respecto de las decisiones tomadas por las castas dirigentes, en un contexto donde impera el espectáculo irritante de la política mediática.
A partir de estas decisiones se confirma la crisis de la versión mexicana de la democracia liberal-democrática y representativa que acentúa la forma y el procedimiento, evidenciando la imposibilidad de ofrecer un fundamento sustancial a nuestra política contemporánea. La crisis que se abre será más radical porque involucra la lógica representativa de lo moderno y el rol de la política como lugar de síntesis y construcción de ciudadanía. El dialogo con los ciudadanos no prosperó y de momento, se han impuesto las élites partidarias con sus concepciones sectarias.
Respecto al programa electoral se debe reafirmar que la política no puede prescindir de una referencia ética, ni de los valores relativos a la sociedad mexicana del futuro. La política proyecta la dimensión de producción de sentido y de los horizontes simbólicos respecto a las finalidades sociales que merecen ser perseguidas. Se ha producido una metamorfosis de la política caracterizada por el paso de la apertura a los muchos a la restricción de los pocos. Es un paso que marca también el cambio de la participación en indiferencia.
La política no debe ser sacerdocio exclusivo de los políticos de profesión. Resulta necesario oponerse al vanguardismo político corporativo y a su discurso destinado a otras oligarquías. Es necesario contraponer a los nichos políticos cerrados el espíritu de la transversalidad y la apertura. La política nunca se inmoviliza y mucho menos se repite. Ella impone, por el contrario, un cambio continuo de sus formas, de sus categorías, de sus determinaciones y de los puntos de equilibrio o desequilibrio que genera. Implica una redefinición permanente de las relaciones de poder. Pero también, involucra un cambio continuo en las formas de resistencia a esas prácticas del poder que inciden en la realidad. Por ello, ante el mito de la política de la representación, ahora más que nunca los ciudadanos sin partido exigen una “política de la sociedad”, es decir, una “política de los gobernados”.