Segundo llamado urgente a los medios de comunicación

Jacques Coste

Recientemente, releí la famosa novela de Hector Aguilar Camín, “La guerra de Galio”, que es una dramatización del golpe a Excélsior, orquestado por el presidente Luis Echeverría contra Julio Scherer. La novela es una reflexión sobre el resquebrajamiento del régimen posrevolucionario, sobre la cultura política del México priista y sobre los vicios de la prensa de ese entonces: el morbo por la nota roja, la fijación por la grilla política, la escasez de cuestionamientos al discurso oficial, la existencia de medios plenamente oficialistas, así como la falta de seguimiento a los hechos noticiosos.

Por suerte, el periodismo de investigación se ha desarrollado de una manera notable en México durante los últimos años, tanto así que hoy nos enteramos con frecuencia de los escándalos de corrupción de la familia presidencial y de funcionarios o líderes partidistas del más alto nivel. También nos enteramos constantemente de los horrores de la violencia en que vivimos, perpetrada por agentes del Estado y miembros de grupos criminales.

No obstante, muchos rasgos de la prensa que describe elocuentemente Aguilar Camín en su novela siguen vigentes. Por ejemplo, hace unos días los medios se volcaron a denunciar, investigar y reflexionar sobre la terrible desaparición y el atroz asesinato que sufrieron los jóvenes de Lagos de Moreno, Jalisco, seguida de la inhumana reacción del presidente López Obrador frente al dolor de las víctimas y la indignación de la sociedad. Esta semana, la mayor parte de las notas y los editoriales están dedicados a la sucesión presidencial.

Hace algunas semanas, dediqué un par de textos a reflexionar sobre el estado actual de la prensa y el debate público en México (disponibles aquí) . Hoy, regreso al tema. Empiezo por decir que me parece indignante que seamos incapaces de ponernos de acuerdo en aceptar que el comportamiento del presidente frente a las víctimas es inaceptable.

No importa si López Obrador escuchó o no a los periodistas que realizaron la pregunta. Lo importante es que, durante todo el sexenio, el presidente ha mostrado una indolencia total frente a las víctimas de la violencia, como ha sido claro en sus negativas de recibir a Javier Sicilia y a las madres buscadoras, en sus fantasías sobre la ausencia de masacres en el México actual y en su intención de recontar –de forma opaca– a las personas desaparecidas, para lavarle la cara a su gobierno.

Si como periodistas y analistas no podemos coincidir en que este comportamiento es inaceptable, algo estamos haciendo mal en nuestra labor de escrutar al poder público, más allá de que podamos simpatizar o discrepar del proyecto político en turno. Si alguien defiende esa conducta presidencial, espero que esté recibiendo su sueldo de Palacio Nacional, como vocero oficial del gobierno, y no de los cada vez más estrechos fondos de los periódicos.

En segundo lugar, me parece triste y vergonzoso que la mayoría de medios de comunicación hayan optado por regresar el foco de la discusión pública a los procesos de selección de candidatos presidenciales del oficialismo y la oposición, en vez de mantener el énfasis en lo verdaderamente importante: la tragedia humana en que vive México.

En serio, ¿les parece más importante dar cuenta de la teatral denuncia de Marcelo Ebrard contra el acarreo de Claudia Sheinbaum que seguir informando sobre la brutalidad del conflicto armado interno que vive México? De verdad, ¿es de mayor interés periodístico la declinación de Santiago Creel a favor de Xóchitl Gálvez que continuar discutiendo sobre las dimensiones del horror en que vivimos o que seguir indagando sobre este caso o los otros miles de desapariciones, asesinatos y feminicidios?

Hay algo decepcionante y desgarrador en cómo se discuten estos casos de monstruosas violaciones de derechos humanos en contraste con el tratamiento que los medios le dieron a las reformas electorales propuestas por el presidente López Obrador. Cuando el Ejecutivo lanzó sus propuestas de reforma electoral hace unos meses, los espacios de opinión y los reportajes se enfocaron en ese tema por semanas y meses enteros. En cambio, cuando ocurren atrocidades como la de Lagos de Moreno, los hechos ocupan las primeras planas por unos cuantos días y eso es todo.

Esto es paradójico, pues entre la clase política y los circuitos intelectuales se suele criticar a la sociedad mexicana por apática; sin embargo, nosotros, como medios, contribuimos a esa indolencia social, al no darle el tratamiento que merecen a los hechos de violencia, muerte, guerra y desaparición que ocurren en México todos los días. Sí, todos los días.

Del lado de la prensa opositora y en los espacios periodísticos más objetivos y profesionales, se adujo que las reformas electorales propuestas por Morena eran peligros mortales para la democracia e incluso para la estabilidad política de la república, así como atropellos contra los derechos políticos y las libertades civiles de los ciudadanos. En el campo de la prensa oficialista, el argumento central fue que, gracias a estas reformas electorales, ahora sí llegaría a México la auténtica democracia.

El mensaje central que transmitimos con este debate fue: lo verdaderamente importante para la democracia son las instituciones, las leyes y los procedimientos; las personas quedan en segundo plano.

Algunos me tildarán de exagerado o sensacionalista, pero genuinamente pienso que es el mensaje que estamos enviando como medios de comunicación: si una reforma electoral es, o bien, un paso fundamental para la consolidación de la democracia, o mal, un mecanismo para su destrucción, pero las atrocidades que sufren todos los días personas de carne y hueso son solamente hechos aislados de los que debemos indignarnos unos momentos y ya está, entonces la idea que recibe la audiencia es que para una vida pública saludable y para una democracia fuerte resulta más importante el marco legal e institucional que la vida, la seguridad y la dignidad de las personas.

Si como medios de comunicación queremos contribuir a un México más pacífico y digno, nuestra primera prioridad debería ser dar cuenta del horror en que vivimos. No puede haber otro tema de mayor interés periodístico. No hay nada más importante que la vida, la seguridad y la dignidad de las personas.

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