Proceso: el canon heredado
Ricardo Raphael
Proceso no es una consigna, ni el cabezal de una revista, tampoco una leyenda extraviada, mucho menos un capítulo cerrado. Proceso es, sobre todas las cosas, un conjunto de voces que se han acompañado en el tiempo en forma de bucle.
La novela Los Periodistas de Vicente Leñero abre en su primera página con la voz de un canon compartido:
“(C)on el peso del mundo en las espaldas… cargado de problemas, con un trabajo enorme por delante todos los días del año porque todos los días, y a todas horas, se producen noticias que es necesario descubrir, ganar, recoger de las fuentes, arrebatar al enemigo y sobre todo provocar si se desea competir dignamente en este mercado de la prensa donde todo se mide”.
El relato de Leñero está dedicado a Julio Scherer García a quien ahí emplaza como “protagonista y causa”, de ese canon. Pronunciar los nombres de Leñero y Scherer es hacerlo, al mismo tiempo, con el de tantas otras personas que han hincado los codos y las rodillas durante los últimos 46 años sobre el devenir de un país cuya biografía no podría concebirse sin recurrir a las páginas de Proceso.
Quien dice que el periodismo está atravesando por su peor crisis es que no entiende nada. Las personas que oficiamos dentro de este canon no conocemos ese utópico remanso sin crisis. Tal como escribió Leñero, resultaría imposible ejercer el oficio desentendiéndose del peso que el mundo deposita sobre las espaldas del periodismo. No es la tarea del informador la que está en crisis, sino los medios que en esta época sirven para transportarla. Por eso es indispensable distinguir entre la empresa y el objeto emprendido, aunque a veces las dos cosas suelan confundirse.
Este hebdomadario no dejará de circular porque sus páginas ya publicadas continuarán leyéndose para entender el recorrido realizado.
Quienes hoy dirigen la revista Proceso tomaron la decisión de aligerar el peso en papel con la esperanza de sortear los obstáculos que un día podrían poner en riesgo nuestro canon. No hay nada en ello que pueda ser juzgado como un error cuando en este oficio “editar” y “corregir” son dos de los términos más empleados.
Scherer y Leñero trascendieron su época porque supieron tratar con respeto a sus pares y también porque en su día les convencieron de la sinceridad de un proyecto colectivo. Sin la voz del padre Maza, las comas de Miguel Ángel Granados Chapa o los puntos de Armando Ponce tampoco habría existido el canon. Ese trenzado de voces se halla en el origen y habrá seguramente de edificar el futuro.
Para el canon de Proceso ha sido significativa la enseñanza del periodismo a las siguientes generaciones; un compromiso asumido por los fundadores incluso antes de que existiera la revista. Proceso no ha sido solamente un vehículo para la información, también formó profesionales que colonizaron a la mayoría de los medios contemporáneos de México.
En el camino algunos se apartaron, pero no por ello pudieron olvidar el punto de partida. Las varias generaciones de periodistas que depositaron muchas horas de su vida en la página escrita tienen como trofeo principal haber logrado, con este canon, que el poder rindiera cuentas.
No es una anécdota banal recordar a los déspotas poderosos que, para eludir su responsabilidad, se atrevieron a comprar la edición entera de la revista en cuanto ésta llegaba a los puestos de periódicos. Otros intentaron sobornar con dinero, canonjías, negocios y publicidad. Los hay también, más recientemente, que optaron por minar la reputación del colectivo.
Todos esos intentos han fracasado y así seguirá ocurriendo pues, mientras el poder es irremediablemente finito, nuestro periodismo es un bucle que continúa.
Abrazo en esta página las decisiones difíciles que, para la sobrevivencia, debieron tomar en la última etapa Rafael Rodríguez Castañeda y Jorge Carrasco. A ellos les debemos, en parte, la larga vida que habrá por delante. También reconozco con fraternidad a quienes integran el Consejo de Administración, custodios principales del canon heredado y, sobre todo, de las muchas voces que aún le componen. Ellas y ellos saben que Proceso es un estilo de hacer periodismo sin el cual una enorme diversidad de voces dejaría de ser contrapunto para el porvenir de la vida pública mexicana.