¡Pobre Pemex!

Miriam Grunstein

El título de esta columna revela el primer gran error que cometemos al hablar de Pemex: referirnos a ella como si fuera una persona: ¡Pobre Pemex! Tal vez, si la percibiéramos como lo que realmente es –una organización muy compleja—dejaríamos de buscarle salidas fáciles. La última de ellas consiste en inyectarle recursos para cumplir con los tenedores de sus bonos. Pemex, entre tenedores de bonos, te veas.

Sin filias ni fobias, tal vez podríamos realizar un escrutinio más profundo y eficaz sobre sus problemas y cómo se reflejan en dolencias públicas y privadas. Para los mexicanos, sin excluir algunos extranjeros, el futuro de Pemex no es indiferente. Se trata, después de todo, del activo público más importante del país, además de ser el mayor contribuyente.

Por otra parte, aparte de CFE, es la única “empresa” que no puede abandonar México porque no tiene adónde ir ni debe. Chávez criticó a PDVESA, la cual, al convertirse en una empresa trotamundos, le dio la espalda a Venezuela. En busca de menores cargas fiscales y mejores mercados, el gobierno chavista acusó al liderazgo de PDVESA de servir a todos menos al pueblo de Venezuela. Así, PDVSA pudo haber sido una gran empresa, pero no para sus connacionales.

Pemex nunca ha tenido adónde ir. Fuera de sus exportaciones petroleras, no participa en los mercados energéticos internacionales. Sería un sueño ver la marca Pemex en el extranjero, como aún existe Citgo por otros lares. Imaginemos andar por ahí, rodando por Houston, y elegir entre Chevron, Valero o ¡Pemex! Pero ése es un sueño de opio. Pemex vive atrapado en un “mercado” de pobres, de rentistas y de políticos. Un peor escenario para una empresa es inconcebible.

¿Para que emite deuda Pemex? Es la que debe ahora, a caudales, y la ha elevado a ser la petrolera más endeudada del mundo y a una reducción en su calificación crediticia. La deuda se adquiere y paga para crecer, que no para acelerar un fenecimiento anunciado hace ya muchos años. La reiteración de la frase “Pemex está en quiebra técnica” a lo largo de los lustros es descorazonadora, puesto que ni los “tecnócratas” ni el gobierno actual han cambiado, ni un ápice, el estado de la cuestión. Al contrario, cada vez es mayor el atrapamiento de Pemex entre los tenedores de deudas y los cuchillos que con ésta pretenden hacer un banquete político. Ya sea en el mercado de valores o en las transacciones políticas, la que invariablemente sale con pérdidas es Pemex, y con un costo económico social y económico muy alto.

La Secretaría de Hacienda absorberá los vencimientos de los compromisos de la empresa porque, según Romero Oropeza, “no tiene sentido que Pemex le regale dinero a las grandes financieras, a los grandes bancos”, que le cobrarían mucho más que “el soberano”.

Se entiende por qué, nadie, ni la que escribe, ni el mismo Romero Oropeza, quiere dejar dinero en la banca. Si a mí me duele pagar una comisión de 25 pesos por usar un cajero que no es de mi banco, mucho más le dolerá a Pemex y al país pagar 1.95 billones (billones de billones) de pesos a sus tenedores. El problema es que los que han sujetado el cuchillo por el mango por décadas han hecho que Pemex se endeude sólo para volverse más pobre.

Pero sí hay un costo en que la SHCP absorba la deuda: cada vez que el tesoro público paga por Pemex, ésta última se vuelve más irresponsable. Lo que se guarda la mano izquierda lo entrega la mano derecha, y a nadie le duele más que a los mexicanos, cuyas vidas dependen de los programas sociales que ya no podrán ser financiados por el costo de oportunidad de entregar la Nación a Pemex. Entre tenedores y cuchillos, Pemex ya no es de la Nación, sino todo lo contrario.

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