El triunfo del patriarcado en la mitología
Juan Eduardo Martínez Leyva
Existen estudiosos de la mitología que sostienen que a través de los mitos se puede rastrear la transición del dominio del mundo, del poder femenino al masculino. En los relatos mitológicos más antiguos, el protagonismo de la Diosa Madre y otras deidades femeninas refleja la existencia de una sociedad matriarcal que, con el tiempo, gradualmente, dio paso a relatos donde las deidades y personajes masculinos se impusieron, de alguna u otra forma.
Joseph Campbell afirma que puede verse una secuencia mitológica que revela cuatro etapas en esa transición. En primer lugar, encuentra narraciones que reflejan un mundo creado a partir de una diosa sin intervención de un consorte. Luego, un universo nacido de una diosa fecundada con la intervención de un varón. Posteriormente, la creación a partir de la destrucción o descuartizamiento de una deidad causada por un guerrero masculino. Finalmente, el dios masculino realiza exclusivamente la creación sin la intervención de la figura femenina.
Los mitos asociados con la Madre Tierra son representativos de la primera etapa que nos señala Campbell. La cantidad de figuras femeninas labradas en pequeños trozos de piedra o hueso, conocidas como las venus paleolíticas, encontradas en amplias regiones de Asia Menor, a lo largo del Nilo, del Indo y Grecia, apunta Campbell, no dejan lugar a duda de que, durante un largo tiempo, existieron mitos y cultos que reflejaban la preeminencia de la Gran Diosa.
Pero, tal vez, un mito Pelasgo de la creación -prehelénico- es el más revelador de esa situación. Eurínome, la diosa de todas las cosas, surgió desnuda del caos y mediante una danza inició la creación del mundo adentrándose en el viento procedente del norte, conocido como Bóreas. Ese mismo viento producía en las yeguas su descendencia sin la ayuda de semental alguno. (R. Graves). La idea de la concepción sin la intervención del hombre se repite en muchos relatos míticos y, posteriormente, da lugar a la idea del nacimiento virginal del dios o el héroe.
Uno de los mitos más conocidos que refleja la segunda etapa, la de la concepción de todos los seres mediante la fecundación de una diosa por un dios, es el que se refiere a la unión de Urano, el cielo, con Gea, la tierra. De esta pareja primordial de divinidades descienden los demás dioses y diosas, incluyendo los que ocuparían el Olimpo.
La Asamblea Olímpica tuvo un momento en el que existía paridad entre lo femenino y lo masculino; estaba compuesta por seis dioses y seis diosas. Zeus y Hera la presidían. El equilibrio se rompió en favor del poder masculino con la llegada de Dionisio, el inventor del vino. La incorporación de Dionisio al Consejo divino, sucedió gracias a la destitución de una de las diosas más antiguas: Hestia, la diosa del Hogar, a la que los mortales le rendían tributo manteniendo siempre encendida la hoguera ubicada en el centro de la tribu o comunidad. La pérdida del asiento de Hestia hizo que la Asamblea Olímpica quedara conformada por siete dioses y cinco diosas. De un lado: Zeus, Poseidón, Apolo, Hefesto, Ares, Hermes y el advenedizo, Dionisio. Del otro: Hera, Atenea, Afrodita, Deméter y Artemisa (R. Graves).
El mito babilónico de la batalla librada por Marduk contra Tiamat representa la tercera etapa, la derrota definitiva de lo femenino en la cosmogonía mitológica. Marduk forma el universo, el cielo y la tierra, con los miembros arrancados con violencia de la diosa vencida.
Hay quienes ven en el juicio de Orestes, el hijo de Agamenón y Clitemnestra, un momento simbólico del triunfo del patriarcado sobre el matriarcado. Orestes mata a su madre para vengar el asesinato de su padre, cometido por Clitemnestra y su amante, Egisto. Después de huir enloquecido por todo el territorio griego, perseguido por las Erinias, que son las terribles figuras femeninas encargadas de vengar los crímenes cometidos entre familiares, Orestes finalmente es llevado ante el tribunal ateniense, el Areópago.
En el juicio, presidido por Atenea, Orestes alega que el crimen contra su madre fue aconsejado por Apolo, por lo que él es, en última instancia, el responsable. Las Erinias, por su parte, claman justicia y castigo para el asesino material. La votación final queda dividida entre los jueces, por lo que Atenea emite su voto de calidad en favor del acusado.
Esta tragedia es contada ampliamente por los escritores clásicos Esquilo, Sófocles y Eurípides. Cada uno agrega su personal perspectiva al mito. El fallo absolutorio en favor del asesino de una mujer y madre es interpretado como símbolo de la desvalorización definitiva de lo femenino.
Finalmente, los relatos asociados con el triunfo definitivo del patriarcado también aparecen, por ejemplo, en la mitología hebrea. Un dios, Yahvé, es el creador único del universo, sin la ayuda del principio femenino. El mito del dios único, creador de todas las cosas, afirma Campbell, tiene un fuerte sustento mítico patriarcal. Los relatos del dios patriarcal han tenido gran influencia en la cultura occidental y han llegado hasta la modernidad a través de las principales religiones.
La lucha de las mujeres por lograr la igualdad ha sido larga. En México fue hasta el año de 1953 que lograron el reconocimiento legal de participar en la política: votar y ser votadas, lo que ocurrió por primera vez en las elecciones federales de 1955. Ya en 1916, Hermila Galindo había enviado al Congreso Constituyente de Querétaro una iniciativa para el reconocimiento del voto femenino, la cual fue ignorada por los congresistas, que eran, en su mayoría, militares y políticos provenientes de la lucha armada.
Setenta años después de haber obtenido el derecho legal para votar y ser votadas, en este año, cada una las principales coaliciones electorales fue encabezadas por una mujer y el país será gobernado por una de ellas.
Se cree que los gobiernos presididos por mujeres son más asertivos, más sensibles y, por ello, más eficaces en la atención y solución de ciertos asuntos sociales. Así fue, por ejemplo, durante la pandemia. Los gobiernos dirigidos por la científica Angela Merkel, en Alemania; Jacinda Arden, en Nueva Zelanda; Tsai Ingwen, en Taiwan; Mette Frederiksen, en Dinamarca; Katrín Jakobsdóttir, en Islandia; Sanna Marin, de Finlandia; Erna Solberg, de Noruega, fueron los que rindieron mejores cuentas en el combate del Covid-19 y los que establecieron las mejores políticas para proteger a su población. Son demasiados casos para que sea una simple coincidencia.
Sin embargo, el buen gobierno parece estar más allá de la exclusiva explicación del género; también han existido gobiernos encabezados por mujeres que se han caracterizado por su mano dura, por su cercanía al militarismo, por la violencia contra las minorías y por su férreo autoritarismo: por ejemplo, Indira Gandhi y Margaret Thatcher, por solo mencionar a dos de ellas.
Con información de Crónica