La herencia negra de López Obrador
Pablo Hiriart
Por donde se palpe el sexenio que termina, brota pus.
López Obrador deja un país con el tejido social podrido y al gobierno mexicano junto a las peores compañías en el exterior y el interior.
Un solo tema interno, por hoy: viene una guerra en Sinaloa entre ejércitos de narcotraficantes armados hasta los dientes, como ya la hay en Chiapas y Guanajuato.
José de Córdoba, el veterano y experimentado corresponsal del Wall Street Journal en México, publicó en la primera plana del diario, este miércoles, que luego de la presunta traición de Los Chapitos a su padrino, el Mayo Zambada, ambos grupos se preparan para la guerra.
Un miembro del cártel (de Sinaloa) le dijo a José de Córdoba que “los dos bandos están reclutando elementos y comprando armas” para la guerra que viene.
Los Chapitos –dice la nota, reseñada en estas páginas– tienen un ejército de hasta cinco mil pistoleros, mientras que uno de los hijos del Mayo, Ismael, podría recurrir a las alianzas que hizo su padre durante 50 años.
El día que Los Chapitos doblaron al Ejército gracias a la intercesión del presidente López Obrador para liberar a Ovidio Guzmán, con una amenazante exhibición de capacidad de fuego y hombres prestos al combate en las calles de Culiacán, tuvieron la confirmación de que el gobierno estaba de su lado.
El negocio del cártel floreció como nunca, gracias a la tolerancia del gobierno y a la diversificación de su actividad criminal hacia las drogas sintéticas, especialmente el fentanilo.
Pusieron al gobernador Rocha Moya a punta de pistola (200 operadores electorales priistas levantados, llevados a casas de seguridad en Culiacán y Mazatlán, donde fueron atados bajo el resguardo de sicarios con armas de alto poder).
El gobierno federal los dejó hacer, al amparo del lema de abrazos y no balazos, visitas del Presidente al poblado de La Tuna (donde nacieron el Chapo y otros gánsteres, cuyas familias ahí viven), municipio de Badiraguato, en cuya alcaldía Rocha Moya tiene una estatua y López Obrador un busto en bronce.
La simpatía del gobierno de AMLO hacia un grupo criminal ha traído consecuencias funestas para el país. Roto el cártel por las reales o supuestas traiciones, viene la guerra en Sinaloa entre mafias que han aumentado su poder de fuego debido a la tolerancia oficial.
Estados Unidos, nuestro gran socio comercial y aliado, le perdió la confianza al Presidente para colaborar en el tema drogas, y en respuesta López Obrador pone a México cada vez más cerca de Putin y se descara el apoyo al dictador Nicolás Maduro.
En la semana asistí a la exposición Guerra en Ucrania: infancia secuestrada, en la que hay fotos de niños que juegan entre los escombros dejados por los bombardeos rusos, y dibujos hechos por las víctimas más débiles de la agresión del Ejército de Vladímir Putin a su vecino.
Diecinueve mil niños ucranianos han sido secuestrados por los soldados invasores, no como actos individuales de crueldad, sino como política de Estado del país invasor para ‘rusificar’ a la infancia ucraniana, mediante lavado de cerebro contra sus padres y su patria.
Habrá que ocuparse más a fondo de esa barbaridad, pero el punto hoy es que se creó una coalición de 40 países para exigir a Putin la devolución de los niños secuestrados, y México no figura entre ellos pese a que el gobierno fue invitado a participar.
El silencio de López Obrador ante los crímenes de guerra rusos no tiene otra interpretación más que su aval a las atrocidades como las expuestas en Guerra en Ucrania: infancia secuestrada.
En cambio, se invitó a Vladímir Putin a la toma de posesión de la presidenta Sheinbaum el 1 de octubre, y se convidó a tropas de asalto del Ejército ruso a desfilar en el Zócalo de la Ciudad de México en el aniversario de la Independencia, lo que efectivamente sucedió.
Otro aval, herencia negra de esta administración que ha deshecho la tradición diplomática brillante de nuestro país, es el que brinda a la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela.
No cabe duda alguna del triunfo de la oposición, que con 80 por ciento de las actas en su mano muestra la victoria del opositor Edmundo González. Tiene 70 por ciento de los votos a su favor. El Consejo Electoral (controlado por el gobierno) debió mostrar en 48 horas las actas con los resultados, y después de 20 días no lo ha hecho.
Ganó la oposición. Lula y Petro se pronunciaron por nuevas elecciones, a pesar de que en las ya realizadas los venezolanos eligieron de manera abrumadora al opositor. Ni eso acepta López Obrador.
Nuestro Presidente no quiere hablar con Lula ni con Petro, y dice que sólo aceptará los resultados que dé a conocer el Consejo Electoral (una vez que rusos y cubanos hayan terminado de falsificar actas), lo que debió suceder hace 20 días.
En Venezuela gobierna una mafia, por eso Maduro no se va ni se puede ir tan fácil, aunque quiera.
López Obrador deja mafias con poder, que son parte, sólo parte, de su herencia negra.
Con información de El Financiero