El relato que hizo que arrasara AMLO… perdón, Claudia
Enrique Quintana
Yuval Noah Harari es uno de los pensadores más interesantes del mundo moderno, con una visión de la historia que ha plasmado en sus libros.
El más reciente de ellos, Nexus, es una historia de las redes de información que van desde los tiempos prehistóricos hasta la actualidad.
Uno de los componentes de la historia de la civilización, en la perspectiva de Harari es que lo que ha hecho exitosos a los seres humanos es la capacidad de emprender acciones que involucran a numerosos individuos buscando un mismo propósito.
Para conseguirlo, uno de los ingredientes fundamentales es el relato.
Desde las historias que los cazadores contaban alrededor del fuego y que permitían que decenas de personas cooperaran al perseguir a las presas, hasta las hazañas como el Proyecto Manhattan que creó las armas atómicas o las misiones espaciales, han requerido que exista un relato compartido, creíble para muchos.
En la política, sea por la influencia de un partido o frecuentemente de un líder que tenga el arrastre, también son esas narrativas las que conducen al éxito, sea en los procesos electorales o en las revoluciones.
El proceso electoral del 2018 en México, el cual AMLO ganó por un amplio margen, superior al que la mayoría de los sondeos anticipaba, fue un ejemplo claro de cómo emplear ese recurso.
López Obrador convenció a una gran parte de la población de que existía un grupo de privilegiados, que, a través del abuso y la corrupción, oprimía a la gran mayoría de la población. Nada original, por cierto, pues muchos gobernantes populistas han planteado el mismo relato.
Se identificó al PAN y al PRI como los responsables de ese régimen y con ello, AMLO consiguió un respaldo que incluso fue superior a la suma de los votos obtenidos por los candidatos rivales juntos, debido a la aversión del electorado a los partidos tradicionales.
Lo que ocurrió en México en 2018 no fue un fenómeno aislado.
El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos en 2016 o el referéndum a favor del Brexit fueron solo dos expresiones de un descontento generalizado de los electorados que condujo a la derrota de los llamados incumbentes, es decir, de los partidos en el poder.
Debido a los pobres resultados en materia de crecimiento económico, a la crisis sanitaria que se presentó con el Covid o a la situación de inseguridad creciente, se pensó que, en las elecciones de 2024, Morena, ahora como incumbente, iba a ser castigado por el electorado. La lógica parecía indicarlo.
Los registros del 2021 parecían sugerir que la oposición podría crecer.
La gran habilidad de AMLO y el gran desastre de la oposición, permitió que se construyera una narrativa, un relato, en el que sistemáticamente atribuía los malos resultados de su administración a los gobiernos anteriores, o de plano, a través de la selección amañada de cifras, presentaba un cuadro del país diferente al que existía, basado en los llamados “otros datos”.
Pese a ser el ‘incumbente’, parecía que los candidatos de Morena, desde luego Claudia Sheinbaum, repetían la misma historia del 2018.
La creación del concepto de la “Cuarta Transformación” es parte medular de la narrativa. Ahora, poniéndole un “segundo piso”.
Pero, además, la otra parte de la historia fue que, mediante programas sociales y una política de incrementos salariales superiores a la inflación (en el caso de los salarios mínimos muy superiores), se obtuvo el respaldo de una parte importante de los electores.
La oposición fue siempre incapaz de construir otro relato creíble.
Xóchitl Gálvez fue una candidata que empezó muy prometedora y que vino a menos conforme pasaba el tiempo. Los partidos opositores demostraron que su interés principal era conseguir la sobrevivencia de sus dirigentes y no ganar la presidencia.
Ninguna narrativa pudo competir con la de Morena.
Son múltiples factores los que se conjugaron para conseguir un triunfo electoral con un margen que sorprendió incluso a Morena, pero uno de los ingredientes fue que AMLO y Sheinbaum lograron eludir el ‘voto de castigo’ a su movimiento.
La candidata a la presidencia tuvo la gran virtud de seguir una disciplina estratégica, de hacer lo que sus asesores le proponían, y hacerlo con toda puntualidad.
Su gran problema es que pareciera que quien ganó la elección fue López Obrador.
Toda la tensión que hemos visto en el proceso de transición ha derivado de que AMLO asume que fue él quien ganó la elección, y por tanto, reclama el derecho a hacerse presente en el poder.
Lo ha logrado hasta ahora a través de sus colaboradores y sus proyectos.
Ha conseguido borrar a Claudia Sheinbaum, a quien hoy realmente no conocemos.
¿Podrá la próxima presidenta de la República construir su propia narrativa para delinear una figura propia?
¿O López Obrador reclamará su éxito y seguirá -de una u otra manera- gobernando?
Ese será, en los siguientes meses, uno de los grandes dilemas de México.
Con información de El Financiero