Enemigos de la razón

Gilberto Guevara Niebla

Hay, en filosofía, una larga tradición de pensamiento irracionalista y en el siglo XX florecieron corrientes de esta índole como las que representan Federico Nietzche, Martin Heidegger, Sigmund Freud, Miguel de Unamuno, etc. y otras vertientes que lograron celebridad a finales del siglo.

La Nueva Escuela Mexicana se nutrió de un coctel de doctrinas que tienen en común su rechazo a la razón y su oposición al universalismo y a la democracia. Una vertiente constitutiva de ese proyecto educativo es el postmodernismo, un discurso anti-ilustrado que surgió en los años 70 y 80 del siglo pasado, de las plumas de Michel Foucault, Gilles Deleuze, Francois Lyotard y Jacques Derrida.

La fuente originaria de esta filosofía que se ha difundido con éxito en ciertos cenáculos de la Universidad, es Federico Nietzche cuyo antirracionalismo y nihilismo son ampliamente conocidos. Este autor reivindica la voluntad, la energía, la fuerza que lo constituye todo; la razón es un mero epígono de esa fuerza.

Foucault critica a las instituciones modernas (la escuela, el manicomio, la cárcel) por ser constitutivamente alienantes y llegó a afirmar su enemistad con el conocimiento: “Todo conocimiento descansa sobre la injusticia; no hay derecho, incluso en el acto de conocer, a la verdad o a un fundamento para la verdad, y el instinto por conocimiento es malicioso (algo criminal, opuesto a la felicidad de la raza humana)”. En la última parte de su libro Civilización y locura habla de “la soberana empresa de la sinrazón” exaltando las virtudes inherentes a la locura”. Para Derrida la razón es un “un mecanismo de opresión” que actúa por la vía de la exclusión, las restricciones y las prohibiciones”. Él llama “logocentrismo” a la tiranía de la razón.

Un sentimiento semejante produce cuando afirma que, desde los tiempos de Platón, el pensamiento occidental ha desplegado una sistemática intolerancia hacia la diferencia, la otredad y la heterogeneidad. Jean Fracois Lyotard, por su parte ganó notoriedad por temeraria afirmación de que el “consenso” era igual a “terrorismo”. La idea de un libre acuerdo racional es fantasía; subyacente a todo consenso se encuentra la fuerza. Esta absurda idea, desde luego, fomenta la creencia de que solo la fuerza puede resolver los conflictos humanos.

En la era de la globalización es casi imperdonable que el postmodernismo en tanto enfoque “culturalista” no tenga una noción sólida de la economía. Ellos se enfocan en otros aspectos de la realidad: “la diferencia” (Derrida), “la transgresión” (Foucault) y la “esquizofrenia (Deleuze y Guattari).

Hay entre ellos deviaciones extrañas, Foucault llega a decir que la palabra “emancipación” es en realidad una trampa de la “gobernabilidad” y coloca a “sujeto” en el engranaje del “poder-conocimiento” lo cual no deja margen para la acción política.

Quienes logran articular lo cultural con lo político son Ernesto Laclau y Chantal Mouffe que se inspiran en los postmodernos y en Antonio Gramsci para ofrecer su perspectiva en Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una democracia radical (1985).

Laclau y Mouffe hacen una crítica del marxismo clásico, recuperan el concepto gramsciano de “hegemonía” y revaloran el papel social del lenguaje para plantear una estrategia de acción y de lucha para la construcción de una “democracia radical”-–término que equivale al populismo.

La clave de este nuevo discurso es la crítica al marxismo. Se trata de abandonar la definición de clases sociales y asumir que ya no es la economía la que juega el papel determinante en su construcción sino el lenguaje –o discurso—que es ahora el que construye a los grupos sociales. La nueva “lucha de clases” ya o es proletariado-burguesía, tampoco la lucha ya no será por el socialismo, se trata de construir una sociedad populista que acoja no solo las demandas de un sujeto—el proletariado—el que se le concibe como una esencia, sino que abra su campo de acción para reunir bajo su bandera (democracia radical-populismo) a todas las formas de opresión (de género, racial, étnica, nacionalidad, etc.).

Ese parece ser el sustento político doctrinario de fondo de la Nueva Escuela Mexicana. Se pretende educar para polarizar todos los conflictos –no solo los económicos—con la expectativa de crear un ideal de sociedad que e llama populismo o democracia radical. O sea. Un modelo populista –como el del antiguo PRI—pero sin estabilidad sin diálogo racional y democrático.

Con información de La Crónica

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