Carta a la Gobernadora del Banco de México

Fernando Martí

EXCMA. DOÑA VICTORIA RODRÍGUEZ CEJA COMENDADORA DEL BANCO DE BANCOS

Muy Prudente y Discreta Gobernadora:

Tengo en mis manos un opúsculo intitulado “Banco de México. Fundador de Cancún. 1969-2019”. Como yo vivo en esa localidad y, para colmo, soy cronista de la ciudad desde hace rato, las fechas en mención me provocan algo de picor, por no decir harta comezón, pues hay un acuerdo de Cabildo que decreta como fecha oficial de fundación el año 1970, es decir, cuando se instalaron los campamentos y se iniciaron los desmontes. 

Para enredar más esa madeja, hay quien alega que la fecha oficial debería de ser agosto de 1971, porque ese mes se publicó en el Diario Oficial el decreto que declaraba de utilidad pública la construcción de Cancún y, ya en la necia, no falta quien discuta que la fecha correcta es el 12 de enero de 1975 (es decir, hoy, pero hace 50 años), día en que se promulgó la Constitución que dio vida a nuestro municipio, Benito Juárez, porque en sus primeros años Cancún pertenecía a Isla Mujeres.

La verdad sea dicha, Cancún no tiene una fecha precisa de fundación porque nadie se preocupó, hace medio siglo, por organizar una ceremonia en la cual un cabildo asumiera la autoridad civil, y mucho menos, en que viniera un cura a echar prédicas y bendiciones, como era costumbre en este país desde que Hernán Cortés fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, allá por el año de 1519. 

En lo que no hay discusión es en la parte intermedia del título: fundador de Cancún. En efecto, propios y extraños reconocen que fue en el Banco de México, la institución que Vuestra Merced hoy encabeza, donde se gestó la idea original, se hicieron los estudios conducentes, se consiguieron las voluntades necesarias, se contrataron los talentos dispersos, se dibujaron los trazos utópicos, se discutieron los rasgos idóneos, se juntaron los dineros precisos, en resumen, todo lo rigurosamente indispensable para construir una ciudad a partir de cero. 

Dirigía entonces el Banco de México un personaje muy modesto, don Rodrigo Gómez, a quien no le daba pena confesar que nunca terminó la secundaria. Era su segundo Ernesto Fernández Hurtado, un auténtico surtidor de proyectos luminosos. Le cuento un lance: en aquella época, la Constitución señalaba que todas las empresas con más de 20 trabajadores debían de proporcionar vivienda a sus empleados. ¿Y qué sucedía? Pues que ninguna empresa tenía 20 empleados en la misma nómina. Fernández Hurtado discurrió la solución: todos los patrones ahorrarán por ley el cinco por ciento de la nómina, en cuentas a nombre de cada trabajador, y el Estado otorgará créditos con esos recursos para construir casas, propuso. Así nació el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores, el Infonavit, que haiga sido como haiga sido lleva otorgados poco más de 12 millones de créditos.

Completaba la tercia Antonio Enríquez Savignac, un banquero muy creativo para ser burócrata. Pero aquel Banco de México requería de mucha imaginación porque, aparte de hacer lo que hace hoy (controlar la inflación, fijar las tasas, ajustar el circulante, cuidar las reservas, o sea, la política monetaria), también era responsable de la balanza de pagos, hoy tarea de Hacienda, y también la de fomento, hoy labor de Economía, lo que significa que tenía que ver de dónde salían los dólares para pagar las importaciones que demanda la economía.

Don Ernesto pensó que una fuente de divisas podría ser el turismo y le pidió a Toño Enríquez, entonces recién desempacado de Harvard, que averiguara. Como era en exceso imaginativo, Savignac (su otro apelativo) salió con una propuesta alucinante: vamos construyendo ciudades turísticas, dijo. Del dicho al hecho no hubo mucho trecho: tres años más tarde, en 1969, a través del Fondo de Infraestructura Turística, o sea Infratur, que luego se convirtió en el Fondo Nacional de Fomento al Turismo, o sea Fonatur, el Banco de México aprobó el proyecto para construir Cancún.

Tal vez Vuestra Gracia desconozca esa historia por una razón muy válida: aún no había nacido. No me lo tome a mal, pues, si le recomiendo leer el opúsculo en cuestión, que describe un tránsito que ningún país había recorrido: México fue la primera nación que diseñó y levantó centros turísticos integralmente planeados, o CIPs, como les decían los banqueros.

Ahora bien, si a Su Lozanía no le apetece leer, en mi calidad de cronista le cuento otro poco. Por ejemplo, que Cancún se convirtió en el principal centro turístico de México y América Latina: solito, recibe más turistas que Brasil y Argentina juntos. Otro ejemplo: su aeropuerto es el segundo del país, con conexiones directas a más de cien ciudades del extranjero, arriba de la Ciudad de México y el AIFA juntos. Uno extra: capta más divisas turísticas que cualquier otro destino, y que todas las ciudades de la frontera norte juntas. Otro más: resultó tan buen negocio para el país, que todo el Caribe mexicano se volvió turístico, pues de ahí se desprendieron la Riviera Maya, Tulum, Puerto Morelos, Playa Mujeres, y sus efectos se sienten en toda la península. El penúltimo: es el factor económico dominante en el Sureste, una ciudad con 50 años de auge sostenido en un país en crisis recurrentes, y ese dinamismo justifica proyectos de infraestructura de gran envergadura, como el Tren Maya y el aeropuerto de Tulum (más un puerto de altura que sigue pendiente y que urge). La última, quizás la más importante: es hogar de un millón de mexicanos (¡!) que, de no vivir en Cancún, estaríamos hacinados en las ciudades del Altiplano o nos habríamos fugado a Estados Unidos, y las proyecciones de ONU Habitat prevén que será una megalópolis regional en 2050. 

Algún día le contaré sobre la parte pedregosa de ese camino, Su Gentileza, pues no todo ha sido comer y cantar. Sus antecesores cometieron muchos errores, sobre todo de planeación, y una migración descontrolada dio paso a una ciudad disfuncional y caótica, deficiente en sus servicios, peligrosa en sus suburbios, irregular en sus predios, hacinada en sus barrios, y con un factor indeseable e inesperado, la pobreza laboral, pues al día que corre, se lo digo con enfado, uno de cada tres trabajadores de Cancún no gana lo necesario para alimentar a su familia (¡!). 

Más ahora me quiero concretar al instrumento del Banco de MéxicoFonatur, que no tan solo fue el creador del modelo turístico, sino que durante cinco décadas estuvo más o menos pendiente de la calidad del producto, de la prestación del servicio, y sobre todo, del mantenimiento de la zona hotelera, para lo cual aportaba unos 150 millones de pesos por año, liberando al Ayuntamiento de ese abultado gasto, muy necesario pero muy difícil de justificar cuando tienes una mancha urbana repleta de zonas precaristas que no cuentan con agua o con alumbrado.

Mucho contribuyó Fonatur al éxito del modelo turístico, como bien relatan los autores del folletín que menciono, uno de ellos Pedro Dondé, quien estuvo metido de lleno en la etapa fundacional de Cancún, y el otro Eduardo Turrent, historiador oficial de Banco de México por largo tiempo. Cifras y datos abundan en el texto, pero la narración transmite sobre todo el privilegio de haber participado, pues la fundación de ciudades turísticas fue durante décadas la razón de ser de Fonatur y un timbre de orgullo para Banco de México.

El equipo de fundadores no traía puesta la camiseta: la traía tatuada. Estaban convencidos, con razón, de que estaban haciendo historia, que habían logrado una hazaña de clase mundial, que habían dedicado sus vidas a una causa valiosa y que le habían prestado un notable servicio a su país. Eran más que funcionarios: eran cruzados, hacían jornadas extenuantes, sacrificaban vidas y familias, andaban como hipnotizados o como posesos, más que prestos a partirse el alma. Cierto, cometieron errores, pero como dicen que dijo Winston Churchill, el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.

***

El modelo básico de un CIP, Vuestra Mocedad no lo ignora, es muy sencillo: consiste en construir una ciudad en donde todo funciona para satisfacer al turista. Eso obliga a que las calles estén limpias, los parques estén verdes, las calles no tengan baches, no se vea la basura, las playas estén bien equipadas, los hoteles ofrezcan estándares de calidad internacional, el aeropuerto sea eficiente. Tras esos criterios, que son imperativos, hay que crear una oferta generosa y variada: campos de golf, excursiones arqueológicas, turismo de aventura, vida nocturna, espectáculos culturales, centros comerciales, marinas náuticas, en breve, todo lo que se le puede ocurrir a alguien que está de vacaciones. Cancún no tenía todo eso en sus inicios, pero el Consejo de Promoción actual asegura que el visitante de hoy tiene a su alcance 140 actividades distintas, incluyendo la posibilidad de casarse (se verifican cada año 30 mil bodas de turistas, casi cien por día), aparte de la inevitable rutina de meter los pies en uno de los mares más luminosos del planeta.

El éxito de ese modelo fue instantáneo: en Cancún se construyeron 19 mil cuartos de hotel en 15 años (de 1974, año en que abrió el primero, a 1990), con lo cual Cancún desplazó a Acapulco del liderazgo nacional. Hoy esas cifras son modestas: el éxito se replicó en todas direcciones y el inventario actual del norte de Quintana Roo anda por las 140 mil habitaciones, tercer lugar en América, tan solo detrás de Las Vegas y Orlando.

Tanto auge no podía pasar desapercibido, Su Gobrenanza. Las islas del Caribe, aletargadas en sus resorts de lujo, pronto se dieron cuenta que tenían el mismo mar y el mismo clima, y que hacía sentido pensar en flujos masivos. Más temprano que tarde, todos inventaron su versión tropicalizada de Cancún: Jamaica en Montego Bay, Cuba en Varadero y Cayo Coco, Bahamas en Paradise Island, y sobre todo República Dominicana, que hizo una copia al carbón primero en Punta Cana, luego en Punta Bávaro.

Pero las repercusiones del modelo alcanzaron el mundo entero. Turquía masificó sus destinos de playa sobre el Mediterráneo, en los 700 kilómetros de costa que separan Izmir de Antalya. Egipto hizo una versión reducida al fondo de la península del Sinaí, en Sharm El-Sheik. Vietnam acondicionó las playas de Da Nang para atender el turismo chino. Y la versión superada y rebasada del modelo tuvo lugar en el golfo Pérsico, donde los jeques árabes construyeron una ciudad turística en el desierto: Dubái. Aparte de atiborrar el centro con rascacielos extravagantes tipo Las Vegas, extrajeron millones de toneladas del fondo del mar para crear un archipiélago artificial, The Palm, que tiene más de una semejanza con los rellenos que le dieron forma hace medio siglo a la isla de Cancún.

En ese dilatado andar, Su Ilustrísima, Fonatur se convirtió en uno de los mayores expertos mundiales en creación de ciudades turísticas, un know how muy valioso, pues hace cincuenta años el turismo era una industria marginal, pero hoy se ha convertido en un negocio global. Todos los países, ricos y pobres, codician los dólares que gastan los turistas, pues es riqueza que se acumuló en otro lado con un costo de producción, pero que se despilfarra de manera libérrima en el destino vacacional, agregando mucho valor a la economía. México sabía cómo generar esa industria, en buena parte la había inventado, y estaba en posición inmejorable para convertirse en potencia mundial, máxime que somos vecinos del mercado potencial más grande del planeta.

¿Qué pasó con tanta sabiduría? Pues se despilfarró, ni más ni menos, como los dólares de los turistas. Sucesivos presidentes entregaron la dirección del Fondo a sus cuates, muchas veces como refugio político. Los rígidos criterios que estableció Banxico se resquebrajaron, y Fonatur empezó a especular con su propio patrimonio. Apareció la corrupción, mal endémico de este país, pero veneno puro para cualquier institución financiera. Y el competente equipo técnico se empezó a desbandar, poniendo sus notables conocimientos al servicio de otras causas. 

En mi modesta opinión, hubo dos puntos de quiebre en esa historia: el primero en el sexenio de Salinas, cuando Pedro Aspe decidió que el gobierno no tenía porque construir ciudades turísticas, que eso le tocaba al mercado, y le quitó los recursos fiscales a Fonatur (y su capacidad de financiar proyectos). Y el segundo, cuando la 4T le dio la puntilla al despojarlo de su vocación turística y encargarle la construcción del Tren Maya, tarea para lo cual no estaba preparado. Esa decisión arrebatada y caprichosa tuvo un desenlace lógico: el presupuesto se triplicó, de 150 a 500 mil millones de pesos; hubo que cambiar el trazo varias veces, a un costo astronómico y con notable daño ambiental; la calidad de construcción fue dispareja y dejó mucho que desear; y el producto terminado dista de ser lo prometido, pues ya fue inaugurado, pero tiene muchas fallas. 

¿Qué nos pasa como país, Su Ilustrísima? ¿Cómo fue que creamos Fonatur, acumulamos conocimientos, desarrollamos tecnología, y luego, como si nada, dejamos que el prodigio se nos deshiciera entre las manos? Y que conste que no estoy culpando a la 4T que, si bien será el sepulturero, no fue responsable de la decrepitud, de la agonía, y de manera inevitable, de lo que sigue: la muerte anunciada.

***

Para los atribulados habitantes de este endeble y parchado paraíso, Vuestra Resignación se lo puede imaginar, una de las malas noticias del 2024 fue el anuncio de que Fonatur se retiraba de Cancún. Como despedida, le entregó al gobierno estatal los 155 millones que correspondían al mantenimiento de 2024, con un recadito infame: a partir de este momento, te rascas con tus propias uñas. También dejó en muy mal estado las tres plantas de tratamiento de aguas negras, más una que nunca construyó, lo cual requiere una inversión adicional de 500 millones de pesos.

Aunque haya sido de manera tan poco elegante, puesto que Cancún fue su mejor y más notable descendencia, tal vez no está mal que se haya ido. Si le sorprende esto que digo, oiga nomás como abjuró de esa paternidad (o maternidad), la actual directora de Fonatur, Lyndia Quiroz, quien tampoco había nacido cuando se fundó Cancún: “Un modelo erróneo, elitista, depredador, que abusa en el consumo, contamina el medio ambiente, daña los ecosistemas, genera pobreza, crea zonas de marginación e insalubridad, y propicia la corrupción”.

El Fonatur de la 4T convirtió a su hijo mayor en un engendro. No sé si Su Serenísima coincidirá conmigo, pero no deja de ser curioso que el gobierno más derechista del periodo neoliberal, el de Salinas, haya sido el primero que propuso que Fonatur abandonara Cancún, y el gobierno que se presume más izquierdista, el de López Obrador, haya sido el que ejecutó la faena. Como no deja de ser trágico para los mexicanos asistir, entre atónitos y rabiosos, al espectáculo de un gobierno del signo que sea que, por ceguera ideológica o por capricho presidencial, prefiere destruir el pasado que construir el futuro. Con esa perplejidad, reciba Usía un nostálgico y desencantado saludo de Fernando Martí.

También te podría gustar...