Gobernar la victoria
Javier Rosiles Salas
Claudia Sheinbaum carga con el peso, desde hace años, de ser la favorita del liderazgo más importante y descollante del país. Sólo hay una cosa peor que la de perder, y es la de apechugar, casi obligadamente, con la decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador de darle continuidad a la llamada Cuarta Transformación estando a su sombra.
Los desafíos más importantes para Sheinbaum apenas comienzan. En política, las victorias no significan el final del camino, sino apenas el inicio. Vienen nueve meses intrincados para la próxima candidata presidencial de Morena en los que tendrá que sostener el triunfo que hoy celebra. Claudia es una mezcla de sonrisas y tensión.
El proceso interno de Morena se montó para gestionar, para procesar una decisión ya tomada meses atrás. Las encuestas, pero tampoco la decisión de Palacio Nacional, en ningún momento favorecieron a Marcelo Ebrard. El mecanismo de legitimación fracasó, no porque haya variado el resultado, sino por la sobrerreacción del segundo lugar.
La lucha electoral que ya está en marcha será cruenta. El triunfo de Morena y sus aliados todavía no está en riesgo, pero se ha venido embrollando. Los premios de consolación se pusieron rápidamente sobre la mesa: estar al frente del Senado, de la Cámara de Diputados, ocupar un lugar en el gabinete. A Ebrard le parecieron exiguos.
Ya no importa la decisión de Ebrard, el proceso morenista terminó de manera atropellada, con acusaciones graves que lo mostraron desaseado. Nunca se le podrá perdonar a Marcelo que evidenció que el máximo líder, López Obrador, no tiene pleno control sobre su sucesión como se creía.
Lo que es peor, el exabrupto ebrardista hizo patente que difícilmente Sheinbaum tendrá control sobre la gama de grupos que se aglomeran en Morena. En el arranque formal del proceso sucesorio del presidente no se generaron los mecanismos suficientes para gestionar los conflictos. Las divergencias son parte de la lucha democrática, pero no lo son las acusaciones de fraude y de actos cuasi delincuenciales. Fricciones que ponen al movimiento, no sólo al partido oficialista, al borde de la ruptura.
Lo urgente salta a la vista: “vamos a trabajar conjuntamente para que este proceso sea de mucha integración territorial. Va el llamado a todos y todas, porque tenemos que buscarnos en el territorio para que iniciemos conjuntamente un proceso de unidad”, propuso casi de inmediato Claudia.
Adán Augusto López, el cuarto lugar en la contienda y “un gran operador para construir estructuras y territorios” (Sheinbaum dixit), se unió de inmediato al llamado: “te decimos que somos los soldados del movimiento que tú encabezas, y vamos a hacer todo, vamos a dejar toda nuestra piel por el movimiento y por Claudia”.
Pero habrá heridas que difícilmente podrán cerrarse. “Lo que sí me queda claro es que en Morena no tenemos espacio”, declaró Ebrard. Y si el excanciller, una figura pública reconocida, no tiene espacio, mucho menos lo tendrán otros miembros de su estructura o de quienes le mostraron su respaldo. Ese es el legado del ebrardismo: la aceleración de la revelación de las disputas, la exhibición de la incapacidad para implementar procesos de negociación efectivos.
La de 2024 será una megaelección. Están en disputa 19,634 cargos, incluyendo 128 senadurías y 500 diputaciones federales. Ciertamente destaca la pugna por las gubernaturas de Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán, así como la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, pero la realidad es que en todas las entidades habrá procesos locales.
En todas ellas se disputan diputaciones locales, presidencias municipales, sindicaturas y regidurías (o su equivalente en la Ciudad de México), salvo en los casos de Coahuila (sólo presidencias municipales, sindicaturas y regidurías) y de Durango y Veracruz (sólo diputaciones locales).
El triunfo de Sheinbaum pasará, necesariamente, por evitar el mayor número de rupturas posible a nivel local en las hostilidades por esa gran cantidad de espacios de poder rumbo al 2024. La contrariedad que enfrenta es que ya quedó claro que, pese a la narrativa que se quiere imponer, la verdad es que en el partido fundado por López Obrador ya no caben todos.
Por si eso fuera poco, Claudia y sus cercanos tendrán que anticipar lo que vendrá tras un posible triunfo electoral, y prepararse para gobernar esa nueva victoria a lo largo de un sexenio. Será importante asegurar, por ejemplo, la colocación de alfiles en un espacio en donde la oposición sí tendrá posiciones relevantes: el Congreso de la Unión (con un buen contingente legislativo y líderes parlamentarios).
Las derrotas de tipo político-electoral se asumen y asimilan, en tanto que las victorias se celebran, pero también deben pagarse y resistirse. Sheinbaum tendrá que aprender a gobernar la victoria, sí con el respaldo de López Obrador, pero no con su carisma ni su capacidad de aglutinamiento.