El sentido de lo horrendo
Mario Luis Fuentes
He afirmado en distintas ocasiones que el lenguaje dominante en el ámbito del estudio de lo social resulta insuficiente para describir, pero, sobre todo, para comprender e interpretar lo que está ocurriendo en nuestro país. Desde esta perspectiva, documentar los complejos problemas que enfrentamos, constituye un reto enorme, no sólo por la magnitud, en términos del número de víctimas que hay en todo el territorio nacional, sino por los niveles de maldad que se ejercen y se perpetran todos los días.
En noviembre del 2020 fueron descubiertos los cuerpos de dos adolescentes, descuartizados, que habían sido reportados como desaparecidos el 27 de octubre de ese mismo año. Las notas horrorizaron al país, pero no lo suficiente para movilizar a la autoridad en el sentido de lo que siempre debe tenerse como objetivo primario en estos casos: reparar el daño a los familiares, pero, sobre todo, garantizar la no repetición de este tipo de monstruosidades.
De acuerdo con las crónicas que se publicaron en los diarios nacionales sobre ese suceso, presuntamente los dos adolescentes fueron torturados y luego asesinados, al parecer como parte de un “ritual” realizado por integrantes de una banda del crimen organizado.
El tema permite contextualizar el nuevo hallazgo reportado en esta semana, del cadáver de un bebé, en un frasco, que forma parte de lo encontrado a presuntos delincuentes que fueron identificados como “santeros”, quienes además tenían en su posesión diversos animales que utilizan para “rituales satánicos”.
De acuerdo con el informe de la REDIM, 2022, en México desaparecen al menos 14 niñas y niños todos los días. Esto implica una cifra de más de 5 mil cada año. En ocasiones, la movilización de la sociedad, y en menos casos, de las autoridades, se logra el adecuado rescate en vida; sin embargo, en miles de casos la búsqueda continúa y no hay ni los recursos ni las políticas adecuadas para el acompañamiento a las familias.
Según los datos de la Comisión Nacional de Búsqueda, al 17 de noviembre del 2023, había 113,259 personas desaparecidas o no localizadas. La mayor cifra en el país, desde que se tiene información relativamente confiable sobre la materia. Frente a ello, debe destacarse el enorme esfuerzo de propaganda que está haciendo el gobierno de la República para justificar que esa cifra es menor a la realmente existente; y para acreditar que no es la administración con mayor número de víctimas en la materia.
Todo lo anterior se vincula necesariamente con la comisión de varios delitos; los más evidentes: la desaparición forzada de personas, a manos de la autoridad, pero también de particulares; la sustracción de menores, las adopciones ilegales y la trata de personas con diferentes fines y en sus múltiples modalidades.
En pasadas administraciones, la política de prevención, sanción y protección de víctimas de la trata de personas fue sumamente deficiente. Sin embargo, en el presente gobierno el tema ha sido simplemente ignorado y dejó de ser parte de las prioridades de la estrategia de seguridad pública. Esto, de manera perversa, podría estar generando un efecto negativo en el número de carpetas de investigación que se inician, pues en las entidades de la República no se tiene la presión de la opinión pública y menos aún de la autoridad federal para dar resultados en la materia, con lo que la persecución de este crimen podría haberse reducido, quedando la apariencia de que, al haber menos investigaciones, hay menos delitos qué perseguir.
Más allá de las cifras, es importante hacer el ejercicio ético al que invoca todo lo hasta aquí dicho: cerrar los ojos y por un momento imaginar el horrible infierno por el que pasan las niñas, niños y adolescentes que son arrancados de sus entornos familiares, y que son convertidos en víctimas de las peores vejaciones. No es exagerado plantear que eso, lleva necesariamente al terreno de lo impensable, porque, en definitiva, la capacidad del ejercicio de la maldad de los perpetradores rebasa con mucho la posibilidad de visualizar el terror hecho realidad.
En su poema Auschwitz, el poeta León Felipe le reclama a Dante y a todos los poetas malditos su incapacidad de retratar al auténtico infierno de los hornos crematorios. Dice en ese bello y duro poema:
“Tú… no tienes imaginación,
Acuérdate que en tu “Infierno”
no hay un niño siquiera…
Y ese que ves ahí…
está solo
¡Solo! sin cicerone…
esperando que se abran las puertas de un infierno
que tú; ¡pobre florentino!,
no pudiste siquiera imaginar.”
León Felipe/Foto: julianmarquina.es
En su pretensión de objetividad total, la mayoría de las ciencias sociales han renunciado a incorporar este tipo de pensamiento, hoy urgente para darnos cuenta y horrorizarnos ante los infiernos que nos rodean; ante los miles de soledades que están ahí, esperando su turno para ser incorporados a las filas de los más duros sufrimientos y dolores imaginables, y para otros peores aún.
Imaginar el infierno es quizá una tarea imposible; pero no lo es, desde el esfuerzo de pensarlo, imaginar cómo volcar a todas las instituciones y recursos disponibles hacia la protección de las infancias y las adolescencias y garantizar que no habrá una madre más, una hermana o hermano, un padre, abuelas o abuelos, con el corazón destruido y con el dolor de la ausencia de la pérdida y la desesperación de no saber dónde y cómo están sus hijas e hijos, sobre todo las y los más pequeños y vulnerables.
Escuchar el llanto de dolor de cualquier pequeño es estrujante; pero lo es más aún estar solo en la posibilidad de imaginarlo; estar ante la ausencia radical de sus vidas, y con el horror cotidiano de pensar, inevitablemente, que quizá ha sufrido lo peor.
El terror y la violencia desatados en Auschwitz, no están muy alejados de lo que hoy enfrentamos: la racionalidad instrumental aplicada a sembrar el terror, secuestrando, torturando y asesinando niñas y niños, para el tráfico de órganos o para la realización de eventos rituales sádicos y auténticamente psicópatas.
Por eso vale cerrar la reflexión con los últimos versos del citado poema de León Felipe:
¡Mira! Éste es un lugar donde no se puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de todos
los violines del mundo…
Yo también soy un gran violinista
y he tocado en el infierno muchas veces…
Pero ahora, aquí…
Rompo mi violín… y me callo.