Medicina: incompetencia y mediocridad
Arnoldo Kraus
Los inmensos avances médicos son bienvenidos: los ricos viven más. Los inmensos avances médicos no son bienvenidos: incrementan la brecha económica. La medicina seguirá reproduciendo sus saberes. La medicina seguirá obviando lo obvio.
Entubar el agua, promover ambientes saludables libres de contaminantes, disminuir el tabaquismo, ingerir dietas adecuadas y hacer ejercicio son, entre otros, aportes invaluables de la medicina. Las recomendaciones previas, como bien se sabe, se llevan a cabo en países ricos y en las sociedades económicamente pudientes en naciones pobres. De la teoría a la realidad: en medicina, la distancia entre hunos y hotros (Unamuno dixit) es enorme. La razón fundamental, como en incontables rubros, radica en la economía. Estulticia y estupidez son características humanas. No en balde Einstein dijo: “Dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana. Y aún no estoy totalmente convencido respecto al universo”. Desechar ideas y planes inteligentes es costumbre humana. Hacer caso omiso de planteamientos brillantes es consustancial de nuestra especie y de la estupidez de la cual hablaba Einstein. Al hablar de salud, de la proliferación infinita de la tecnología médica, no siempre bienvenida, y de la insalubridad in crescendo en el mundo actual, mirar hacia atrás es obligado. De haberse llevado a cabo el Plan Beveridge, la salud del mundo contemporáneo y de México sería mejor.
William Henry Beveridge (1879-1963) fue un economista y político británico, pionero en la creación de planes y teorías sociales en beneficio de los trabajadores. En 1942 (¡hace ochenta años!) publicó Social Insurance and Allied Services, conocido como “Primer informe Beveridge”. Dicho trabajo sembró las bases del denominado Welfare State (Estado de bienestar). Beveridge propuso “que todo ciudadano en edad laboral debe pagar una serie de tasas sociales semanales, con el objetivo de poder establecer una serie de prestaciones en caso de enfermedad, desempleo y jubilación”. Sus ideas eran simples, justas, humanas: “[…] si se llevase a cabo ese sistema, será posible asegurar un nivel de vida mínimo por debajo del cual nadie debería caer”.
En México, debido a la suma de gobiernos corruptos e ineficaces, nuestros iletrados políticos, del color que sean, ni han leído ni son capaces de entender los postulados del barón Beveridge. Entre una miríada, tres datos para ilustrar nuestros fracasos; los denominaré México como México. De acuerdo al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, nuestra nación está enferma. Por el espacio enjuto sólo comparto tres lacras. Primera: 45 % de la población pervive en condiciones de pobreza moderada o extrema. Segunda: 29 % de los niños menores de 5 años tienen problemas relacionados con mala nutrición, i. e.,desnutrición, obesidad, bajo peso y baja talla. Tercera: la pandemia inacabada de covid ha retratado otra cara de la miseria; los mexicanos pobres tienen cinco veces más probabilidades de morir por el virus que los ricos.
En La vida de los hombres infames (las ediciones de La Piqueta, Madrid, 1990) Michel Foucault (1926-1984), el gran e irreproducible filósofo francés, escribe, en el capítulo “La crisis de la medicina o la crisis de la antimedicina”: “El Plan Beveridge indica que el Estado se hace cargo de la salud […]”; “[…] es derecho del hombre mantener su cuerpo en buena salud […]”; “[…] el Estado debe garantizar a sus miembros no sólo la vida, sino la vida en buen estado de salud”.
En México, vide supra, el fracaso es notorio. La pobreza no sólo conlleva la imposibilidad de salir de ella y de competir. Implica erogar cantidades de dinero, siempre insuficientes para atender los gastos catastróficos propios de la patología de la pobreza. Prevenir diabetes u obesidad, entre otras enfermedades, cuesta menos que tratarlas. Hace veinte años o más entrevisté a Jesús Kumate, exministro de Salud. Le pregunté: “¿Tiene esperanzas en que la salud de los mexicanos mejore?”. “No”, fue su respuesta.