La mejor política exterior es… exterior
Tonatiuh Guillén López
Las relaciones de México con otros países se han convertido en una cuestión crucial para asuntos decisivos de la vida nacional. Así es de manera evidente para la economía y el desarrollo, dicho en términos generales; otro ejemplo es la dinámica migratoria que transcurre desde y a través de nuestro territorio. En ambos escenarios, que son prioritarios, la gestión de sus respectivos procesos es imposible desde el horizonte individual de un país, así se trate del más poderoso del planeta o de alguno que pretenda un “interiorismo” extremo.
En materias económica y migratoria la intervención conjunta de los Estados involucrados es imprescindible. No por casualidad existe el tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá. Tampoco por casualidad existen los acuerdos escritos –y además los no escritos– entre México y Estados Unidos en cuestiones migratorias, si bien ese campo está aún subdesarrollado institucionalmente y tiene contenidos incivilizados.
Los anteriores ejemplos permiten subrayar la creciente importancia de las relaciones exteriores y de sus instrumentos como herramientas para atender asuntos fundamentales, nominalmente internos, pero que han evolucionado hacia una composición internacional como muestran economía y migración.
Vale decir, no hay soluciones estrictamente internas debido a que cada vez son menos viables. Por este motivo, contrario a lo que pretende el actual gobierno, la mejor política exterior es precisamente la exterior, no la interior. Contrario a “cerrarse”, la vía estratégica es aquella articulada con el entorno externo.
Agreguemos ahora que el asunto esencial, el más sustantivo de México que es la nación y su estructura social… ya no es estrictamente “interna” (enmarcada por el territorio). Las y los mexicanos que residen en el extranjero –que solamente en Estados Unidos alcanzan una cifra cercana a 38 millones de personas– son parte integrante de la nación, con plenos e iguales derechos como cualquier otra persona mexicana residiendo en el país. Dicho de otra manera: la sociedad nacional ya no corresponde solamente a la ubicada en el territorio, sino además la que vive en otros países. Como he insistido en otras oportunidades, las reformas del artículo 30 constitucional del año 1997 y, sobre todo, la del año 2021 han modificado radicalmente nuestra definición, alcances sociales y dimensiones como nación.
La sociedad mexicana está integrada actualmente por más de 166 millones de personas, con una diversidad cultural extraordinaria, distribuida en el territorio y fuera de éste. Desde la perspectiva general de las relaciones exteriores, considerando la cuestión nacional, la relación “exterior” más importante para México es entonces consigo mismo, es decir, las relaciones de la nación entre sí, comprendidas como un mismo conjunto nacional.
El escenario aquí esbozado es de la mayor complejidad y trascendencia. Si nos ubicamos en el plano social, el que corresponde a la sociedad consigo misma –a las redes familiares, culturales, económicas y de todo tipo– éstas fluyen por su cuenta, como ha sido en la práctica con independencia de las dificultades o facilidades fronterizas, como puede ocurrir. Ahora bien, si nos ubicamos en el plano de las instituciones del Estado, el panorama adquiere otras dimensiones y características.
Desde esa perspectiva, la principal relación de México con el exterior ya no es aquella con otro gobierno, sociedad o economía. La principal relación es ahora con la población mexicana en el extranjero: principalmente, con la que se encuentra en Estados Unidos en cantidades enormes. ¿Sería esa relación materia de política exterior? Sí y no, simultáneamente. Del lado afirmativo, porque tendría una dimensión institucional que correspondería a los instrumentos tradicionales de política exterior, como son embajadas y consulados. Del otro lado, no, porque se estaría realizando una interacción con la dimensión social propia de la nación: es decir, sería una relación consigo misma que, por consiguiente, no pudiera definirse como “exterior”.
Parte sustancial del actual desafío para el Estado mexicano es justamente resolver e instrumentar la anterior dualidad y, sobre todo, reconocer su extraordinario peso relativo. A partir de ahora, la relación con los mexicanos en el extranjero es lo más importante, esencial, del universo de la política exterior que, como dijimos, no sería exactamente “exterior”. Para evaluarlo frente a otros asuntos, se trata de un rubro más importante que el tratado comercial de América del Norte o que la relación con el gobierno de Estados Unidos.
Nada hay más importante en política exterior, nada hay más decisivo para la política interior, simultáneamente. Si el ejemplo de los temas económicos y migratorios ya nos anunciaban la relevancia de los procesos internacionales para los asuntos internos, la evolución reciente de la nación y de la sociedad nacional llevan la metáfora al extremo.
Ahora bien, cabe advertir que la estructura y funcionalidad transterritorial de la nación no es un evento del futuro. No es algo por ocurrir. Ya se encuentra operando e influyendo procesos tan importantes como el desarrollo social en las regiones de México, como sucede mediante las remesas familiares que en escala inmensa describen la potente interacción “interna y externa” de la sociedad nacional.
Precisamente, como argumentan las remesas, el reto principal no es la interacción de la población consigo misma, en el territorio y el extranjero. La limitación principal se encuentra en las instituciones del Estado, como es la Secretaría de Relaciones Exteriores en primera instancia, que requiere actualizar su agenda e incluso multiplicar su estructura y capacidades operativas para ubicarse como institución protagónica de la nueva relación del Estado con la población mexicana en el extranjero. Por supuesto, con la perspectiva ampliada hacia los cerca de 40 millones de nacionales que viven en otros países, de primera, segunda o tercera generaciones, con o sin doble nacionalidad y con su respectivo abanico de idiomas y marcos culturales.
El histórico y valioso rol institucional de la SRE enfrenta hoy una nueva época que le presiona a evolucionar su agenda, que más que dificultades promete un enorme potencial en todos los campos, para fortalecer a la nueva gran nación mexicana. Siendo así, la mejor política exterior es la que valora y se concentra en la interacción con las y los mexicanos en el extranjero. Por razones demográficas, económicas, sociales, culturales e históricas, particularmente con quienes viven hoy en Estados Unidos. La cuestión es entonces la siguiente: ¿habrá que esperar un próximo gobierno para dar el giro? Espero que no.
*Profesor del PUED/UNAM. Excomisionado del INM