109 mil desaparecidos y… ¿328 mil capos y sicarios?
Juan Pablo Becerra-Acosta M.
México está lleno de maldad y no queremos verlo. O casi nadie quiere admitirlo.
Predomina un estado de negación colectiva que a estas alturas no solo resulta inaudito, sino que es inadmisible por ser tan vergonzoso.
Hay un descomunal elefante blanco en la habitación… y quién desea hablar de él. Casi todos prefieren ignorarlo. Es más fácil hacer como que no está ahí, aunque en sus fauces tenga, hasta las 18:00 horas de este viernes, los nombres de 109,512 personas desaparecidas y no localizadas (27 mil 324 de éstas son mujeres) que han sido contabilizadas en nuestro país desde 1964.
Peor noticia, la mayoría de esas desapariciones ocurrió a partir de diciembre de 2006, cuando empezó, abiertamente, la guerra contra el crimen organizado y entre cárteles: se trata de 91,272 personas (21 mil 991 mujeres, 24%) desaparecidas en ese lapso.
Qué incómodo tener semejante mastodonte en la sala, ¿verdad?, porque no solo se trata de la desaparición de esas mujeres y hombres, sino del otro furioso elefante sentado en el comedor, que es mucho más grande y horroroso porque representa a la cantidad de personas (es un decir) que participaron en todas esas desapariciones. ¿Cuántos sicarios perpetraron la desaparición de cada una de esas 109 mil 512 personas? Seamos optimistas: mínimo dos que sometieron y levantaron a cada víctima, bajo las órdenes de cuando menos un capo. ¿Unos 328 mil 536 sujetos desde Gustavo Díaz Ordaz hasta Andrés Manuel López Obrador, más decenas y decenas de gobernadores, fiscales y policías ineficientes, negligentes, omisos, quizá cómplices?
¿Ese es el tamaño del mamut asesino que hemos engendrado en México y del cual nadie quiere hablar, salvo cuando un caso nos cimbra durante algunos días? ¿Un monstruo enloquecido con más de un cuarto de millón de colmillos canallas, 273 mil 816 sicarios y capos que han pululado impunemente en las calles desde 2006?
Si por curiosidad usted ha osado leer esta columna hasta ahora, seguro que ya estará molesto. O al menos, incómodo. ¿Por qué a este tipo se le ocurre escribir sobre los desaparecidos justamente el último día del año? ¿Este malvado nos quiere echar a perder la cena y el reventón? No, no quiero boicotearle sus alimentos de Noche Vieja ni sus festejos de Año Nuevo, porque espero que esté leyendo lo que tecleo por la mañana, tal vez al mediodía, máximo antes de comer, y luego usted se olvidará del tema, como lo hacen cada día los gobiernos municipales, estatales y el federal, y todas las fiscalías del país.
Sé que usted preferiría que yo le deseara feliz año, salud, amor y dinero, y sí, puras bendiciones le envío para usted y los suyos, lectora-lector, pero este 2023 no dejemos de hacer comunidad porque allá afuera hay más de cien mil familias (más de 90 mil desde 2006) que esta noche tendrán un nudo en la garganta porque no saben dónde está su hijo, su hija, sus nietos, sus madres, sus padres, sus hermanos, sus amigos desaparecidos. ¿Se imagina padecer semejante mutilación?
Déjeme soñar: basta ya. Ojalá este sea el año en que inicie el fin de esta tragedia, de esta emergencia nacional, porque, ¿qué país del mundo ha generado más de 91 mil desaparecidos en los últimos 16 años y el infierno no cesa?
¿Cuál, además de México?
El extraordinario poeta chileno Raúl Zurita, que padeció en piel y alma las vilezas de la dictadura de Pinochet, ha escrito:
“El instante en que un ser humano pierde la vida como víctima de otros seres humanos borra las fronteras del pasado y del futuro para erigir el rostro más desolador de lo imprescriptible. No hay palabras para nombrar el horror absoluto, para dar cuenta del instante exacto en que un cuerpo torturado hasta hace un momento pasa a ser un desaparecido; no tenemos imágenes para fijar ese segundo infinitesimal en que alguien se convierte en sus despojos.”
Pues eso, la desgarradora incertidumbre individual y colectiva que describe la pluma de Raúl.