Tres desafíos para Lula
Gaspard Estrada
Después de una campaña presidencial con tintes épicos, en la cual el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva tuvo que usar toda su capacidad política construida durante casi cinco décadas de vida pública para construir un frente amplio en defensa de la democracia brasileña y así derrotar a Jair Bolsonaro, el fundador del Partido de los Trabajadores (PT) volvió a entrar en la historia de Brasil.
Sin embargo, el país que recibe Lula este 1 de enero es muy diferente del Brasil que comenzó a gobernar hace 20 años, cuando fue electo presidente por primera vez. Si bien su país enfrentaba en aquel entonces una crisis económica aguda –un pasivo de 30 mil millones al Fondo Monetario Internacional (FMI) y una situación fiscal endeble–, su antecesor, el expresidente Fernando Henrique Cardoso, hizo todo lo posible para respaldar a la administración entrante ante la comunidad internacional, y compartir la mayor cantidad posible de información sobre el estado de la administración pública con los que serían los ministros del primer gobierno de Lula.
Ahora con Bolsonaro las cosas han sido totalmente diferentes. Esta vez fue la comunidad internacional la que respaldó la legitimidad del resultado electoral. Buena parte de los líderes de las grandes potencias, así como la mayoría de los presidentes latinoamericanos, reconocieron de manera coordinada y expedita el triunfo del candidato del PT para evitar que el excapitán movilice a “su ejército”, para parafrasearlo, e intente una ruptura del orden constitucional. Ante el fracaso de su intentona golpista, este último se ha confinado en el Palacio de la Alvorada, donde alterna las fases depresivas con reuniones con políticos y militares cercanos, que continúan estimulando actos antidemocráticos frente a los cuarteles militares en diversos puntos del país. Sin embargo, hay algo a lo que su gobierno se ha dedicado con mucho ahínco: entorpecer lo más posible las acciones del gobierno de transición encabezado por Lula y su vicepresidente, el exgobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin.
En la mayoría de los ministerios el intercambio de datos fue casi inexistente, y cuando se llevaron a cabo la realidad reflejada en los números es escalofriante: las universidades federales no tienen dinero para pagar la nómina de sus profesores, el ministerio de Salud no sabe si las dosis de las vacunas contra el covid todavía pueden ser utilizadas, el ministerio de Educación no tiene información sobre la disponibilidad de libros didácticos… La única certeza es que Bolsonaro no transmitirá la banda presidencial a su sucesor.
En este sentido, el escenario político e institucional que vivirá Lula al principio de su gobierno será muy complejo. Su primer (y mayor) desafío será reencausar la institucionalidad del país hacia la normalidad democrática. Es indispensable que la relación entre los poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) se normalice, después de casi una década de desequilibrios. La operación Lava Jato, cuya repercusión política, mediática y jurídica fue brutal no solamente en Brasil, sino en casi toda la región latinoamericana, es responsable en buena medida de este desorden.
La decisión de los jueces de la Corte Suprema de liberar a Lula y de anular sus condenas para devolverle sus derechos políticos, y así disputar la elección presidencial de 2022, fue fundamental. Ahora, la prioridad para Lula será reencausar y restablecer la preminencia del Ejecutivo sobre el Legislativo en el control del presupuesto público. Durante el gobierno de Bolsonaro, este último delegó el control sobre buena parte del presupuesto al presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, a cambio de evitar ser destituido por los congresistas. Este reparto espurio debe terminar. Hace unos días, la Corte Suprema decidió que este mecanismo era inconstitucional: falta saber cómo reaccionarán los diputados y senadores, y de qué manera Lula construirá una mayoría política en un Congreso tan fragmentado (más de 20 fracciones parlamentarias).
Por otro lado, su segundo desafío será volver a poner a funcionar la administración pública federal, que ha sido parcialmente desmantelada y politizada a niveles nunca antes vistos. Si bien este proceso no fue uniforme y algunas dependencias fueron preservadas, como la Cancillería, en otros casos, como la Defensa, el Medio Ambiente, la Justicia, la Educación o la Cultura (esta última dejó de existir durante el gobierno de Bolsonaro), el desafío es enorme. Sin resultados en este sector, será muy difícil que su gobierno logre resultados en la economía, cuya importancia es primordial para garantizar el mantenimiento de la base política y social de Lula frente a un congreso todavía más conservador que antes. Sin olvidar que el contexto internacional ha cambiado enormemente desde su salida de la Presidencia, en 2010.
Ese será el tercer desafío de Lula: volver a posicionar a Brasil en el escenario internacional. Después del desastre de Bolsonaro, que transformó a su país en un paria internacional, el nuevo presidente brasileño deberá volver a posicionar a Brasil en los grandes debates internacionales, comenzando por la cuestión climática, el relanzamiento de la integración regional en América Latina y de la cooperación con África, y la defensa del multilateralismo. En este sentido, el regreso de Lula al poder es una muy buena noticia. Pero los desafíos están a la altura del lugar que Lula quiere tener en la historia de Brasil, de América Latina, y del mundo. No será una tarea fácil.
*Gaspard Estrada es politólogo y director ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC) de Sciences Po, en París.