Un poco de literatura para comprender a México
Jacques Coste
Charlaba, hace poco, con unos buenos amigos sobre la frontera artificial que la academia ha establecido entre la literatura y las ciencias sociales. A grandes rasgos, podemos decir que esta división inició en el siglo XVIII con la Ilustración y se consolidó en el siglo XIX, con la expansión del método científico hacia los estudios de la sociedad, la política, la economía y la historia.
Poco a poco, la división se fue acentuando. Conforme se fue acercando el siglo XX, las ciencias sociales se parecieron, más y más, a las ciencias duras. Las universidades contribuyeron a endurecer la frontera entre los géneros literarios y los estudios “serios”, sustentados, precisamente, en el método científico.
Es cierto: lo valioso de los estudios académicos conducidos por el método científico es que están fundamentados en marcos teóricos coherentes, metodologías replicables y evidencia empírica. Todo esto incentiva que los debates académicos sean estructurados y que todas las personas que estudien cierta disciplina hablen el mismo lenguaje y tengan más o menos los mismos referentes. También permite que el conocimiento en los distintos campos vaya avanzando a partir de contribuciones, profundizaciones o refutaciones a las teorías, hipótesis y conclusiones existentes.
Ninguno de los elementos anteriores es cosa menor. Además, la introducción del método científico a las disciplinas sociales arrojó otras ventajas, en las cuales no vale la pena detenerse por ahora.
No obstante, al mismo tiempo, el endurecimiento de la frontera entre la literatura y las ciencias sociales trajo consigo una consecuencia desafortunada: en las aulas de las universidades se recurre cada vez menos a los textos literarios para estudiar hechos históricos, fenómenos político-sociales o virajes ideológicos.
Y digo que esto es desafortunado porque hay obras literarias de las cuales los estudiantes —pero también los profesores, investigadores, especialistas y líderes de opinión— pueden aprender un sinfín de elementos enriquecedores para su respectivo campo de conocimiento o área de análisis. Asimismo, la literatura puede aportar referentes valiosos para comprender fenómenos políticos o, al menos, para reflexionar con mayor profundidad en torno a ellos.
Por ejemplo, es imprescindible leer a Stefan Zweig para comprender la debacle del Imperio Austrohúngaro y de Viena como el centro cultural europeo, así como la irrupción del fascismo en ese mundo. Nada como leer a Tolstoi para entender las guerras napoleónicas, la aristocracia rusa de la época y el alejamiento del Imperio Ruso respecto a la cultura europea occidental.
Quizá no hay herramienta más asequible para comprender el racismo institucionalizado posterior a la Guerra Civil estadounidense que Matar a un ruiseñor de Harper Lee. Habría cientos de ejemplos adicionales. Sin embargo, en este punto, me interesa detenerme en la importancia de la literatura para comprender mejor la realidad político-social del México actual. A continuación, recomendaré algunas obras que juzgo pertinentes para tal propósito.
Primero, recomiendo ampliamente dos novelas de la gran escritora veracruzana, Fernanda Melchor: Temporada de huracanes y Páradais. No he leído nada que refleje con tanta crudeza, tanto realismo y tantos matices la violencia que cruza el paisaje social mexicano.
Leer a Melchor contribuye a comprender que las violencias no son circunstanciales, sino que son los ejes articuladores de muchas relaciones sociales en México. Estas dos novelas retratan la violencia que roba y mata; la violencia que humilla y veja; la violencia que lastima la carne y los sentimientos; la violencia como escudo y como arma; la violencia como boleto de entrada para pertenecer a un grupo o como pase de salida para abandonar una realidad miserable; la violencia como pilar de una familia y hasta como instinto de supervivencia. En suma, Melchor profundiza, como pocos, en las funciones político-sociales de las violencias en México.
En segundo lugar, recomiendo ampliamente leer Radicales libres de Rosa Beltrán. Además de contener una estupenda prosa y de ser divertida, interesante y conmovedora, la novela desarrolla la paradoja de cómo, a partir de los años setenta, México se fue abriendo al mundo y su pequeña burguesía se fue haciendo supuestamente más cosmopolita y progresista, pero estos cambios no significaron la desaparición del machismo, sino su transformación hacia nuevas formas de violencia de género, hasta el punto en que alcanzamos la brutal realidad en que vivimos hoy: un país marcado por los feminicidios, las violaciones, la discriminación y las desapariciones.
Finalmente, revisar la obra de Martín Luis Guzmán, Jorge Ibargüengoitia y Carlos Fuentes es fundamental para comprender la cultura política y la efervescencia social del México revolucionario y posrevolucionario. También es crucial para adentrarse en la mezquindad y el egoísmo de buena parte de la élite política de la época, así como para entender la complicidad entre el poder político y el poder económico, y observar cómo los cargos públicos eran botines para el enriquecimiento y el empoderamiento de clanes y familias. Lo más inquietante es que en sus obras encontraremos un espejo de muchos rasgos de la clase política de nuestros días.