Una mujer rota en Antioquia y el caos del temblor
Carlos Martínez Assad
Llegó a Antioquia en 2015 cuando la guerra en Siria hacía imposible la vida. No fue su mejor opción para salir, pero no tenía otra. Su familia había abandonado Líbano a causa de la guerra que se inició en 1975. Dalal Zein el-Dine fue aplastada por uno de los edificios que se vinieron abajo en el primer temblor del 6 de febrero pasado en Turquía y murió junto con tres de sus hijos y un nieto. Apenas tenía 49 años. Fue su hija mayor quien la descubrió debajo de los escombros, y sus dos hermanos permanecían con vida, pero murieron porque no hubo socorristas que les ayudaran.
Dalal fue una mujer luchadora desde que, luego de la muerte del padre, su madre debió enviarla juntos a sus otros hijos a un orfelinato para que pudieran tener acceso a la educación. Su recorrido por la vida fue en medio de las guerras que han asolado a los países del Medio Oriente y dolida por la muerte de su hermano Alí en los cuarteles generales de Amal en Beirut. Muy joven se rebeló con su identidad de siria y sunita, aunque formó parte de la oposición chiita al régimen de Bachar el-Asad; incluso simpatizó con Hezbolá, luego se dio cuenta que no podía vivir en los sitios manejados por esa organización y decidió refugiarse en Turquía.
Su militancia la llevó a escribir y a la hora de hacerlo se inspiró en su experiencia y publicó la novela El turbante y el cuerpo (ediciones Dar, 2021). Vale la pena aclarar que entre los árabes son los varones los que portan ese tocado. Ella lo retoma para mostrar en el título la oposición con la mujer. Por eso su relato es sobre las mujeres que la han rodeado y de ella misma. Cuenta la historia de Laila de 16 años, cercana a un viejo sheik que debe realizar un contrato para casarse en una aldea de Líbano en la década de 1980. Se trata de una narración entre literaria y periodística para contar el adoctrinamiento de hombres y mujeres entre los chiitas.
Pese a que en sus días combativos sus críticos le llamaron “madre hezbolá”, fue reconocida su militancia contra Bachar y su muerte suscitó consternación entre quienes la conocieron; todavía en 2021 en una revista apareció algo que probablemente es el tono de su novela:
“En el orfelinato por el que tenía un odio semejante a mi amor por mi madre, conocí el sentimiento amoroso por primera vez. Robé dulces por primera vez, recé por primera vez, enfermé por primera y última vez y, sobre todo, aprendí el alfabeto por primera vez y ahora, soy novelista por primera vez”. (Caroline Hayek, L´Orient-Le Jour, 17 de marzo de 2023)
Dalal es solamente una de las víctimas libanesas que perecieron en lo que fue la franja más golpeada por los sismos que, como se sabe, acabó con la vida de turcos y sirios, entre ellos miles de refugiados, de familias que dejaron sus terruños pensando en un futuro que la naturaleza les negó. Nunca imaginaron el peligro del lugar en el que habían encontrado un rincón para vivir.
La zona del desastre luego del temblor ha sido el noroeste de Siria porque simplemente es imposible acceder para llevar ayuda humanitaria. Muy próxima a Alepo, Homs y Deraa, cuna de la revolución contra El-Asad, fue asolada por los más intensos bombardeos que destruyeron la mayoría de las edificaciones, en los que con diferentes motivos intervinieron el Ejército Islámico y Rusia. Allí la población de 4 millones, de los cuales un millón es de niños, vive la calamidad con más fuerza. La mitad está compuesta por desplazados internos y refugiados, de los que muchos viven en campos. Se mencionó como el hoyo negro de la ayuda humanitaria. El veto de Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU ha limitado el mecanismo de ayuda transfronterizo destinado a llevar asistencia a regiones sin pasar por Damasco. Sólo un punto de paso es autorizado en la frontera turca.
En Idleb 90% de la población depende de la ayuda humanitaria, 60% tiene necesidades alimentarias y menos de 30% de los medicamentos necesarios les han sido proporcionados. Esa provincia cayó en el caos luego de los temblores. Fue la zona más cercana al epicentro y la que tenía las estructuras de vivienda menos sólidas. Entre las miles de víctimas por los sismos, se menciona que 4 mil 500 estaban bajo el dominio de los yihadistas y rebeldes, donde es imposible hacer llegar la ayuda.
En las regiones fronterizas más al norte es como si Ankara hubiera establecido una de sus provincias: Turquía hace circular su moneda, construye hospitales, correos y hasta escuelas de enseñanza en lengua turca, como principal apoyo a la oposición de El-Asad desde el inicio del levantamiento. En 2016 apadrinó a los rebeldes cuando lanzó una de las tres operaciones militares que ha realizado. Buscó dominar a la milicia kurda de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), consideradas la rama siria del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), al que Ankara define como terrorista; también buscó luchar contra el Ejército Islámico.
Por lo que respecta al noroeste de Siria, éste se encuentra en manos de los yihadistas del Hayat Tahrir al Sham (HTC) o de grupos rebeldes próximos a Turquía. La mayoría vive entre la miseria y la desesperanza. Idleb se transformó en refugio de los civiles huyendo de los bombardeos del régimen y el asedio sobre su autoridad. Después de varios años el HTC busca mostrar una imagen que les gane credibilidad en Occidente, con la puesta en práctica de un gobierno de salud con ministerios, policía, servicios y cobro de impuestos. Sin embargo, es un grupo que inspira un fuerte temor por las graves violaciones a los derechos humanos y a la corrupción de sus cuadros; la mayoría está descontenta y enfrentada con la autoridad.
En el caos fronterizo los sismos provocaron un enorme desastre y develaron el existente en la vecindad de Turquía y Siria, con graves consecuencias para la población y para mujeres como Dalal, con un destino que podía evitarse.