Cárdenas y la sucesión presidencial de 1940
Javier García Diego*
La Historia está indisolublemente ligada a la Política, y sería muy provechoso que ésta se apoyara en la Historia. El presidente López Obrador es el político que más recurre a la Historia. Otro que lo hacía, con diferente perspectiva, fue Jesús Reyes Heroles. El uso que el presidente hace de la Historia es complejo y variado: la utiliza iconográficamente, enmarcando a diario su figura con la de un pequeño grupo de grandes personajes históricos, a los que considera ejemplos y fuentes de inspiración; también la aprovecha para legitimar su gobierno, así como para denostar a sus adversarios políticos; asimismo, consciente de que la Historia no es propiedad de los historiadores, al presidente López Obrador le gustan los desfiles conmemorativos y las escenificaciones de algunas efemérides, para solaz y aprendizaje del público general.
Hace un par de semanas, durante la celebración por los 85 años de la expropiación petrolera, el presidente volvió a vincular la Historia con la política; esto es, volvió a utilizar la Historia para tomar y justificar decisiones políticas. En síntesis, dijo que Lázaro Cárdenas se había equivocado al elegir como sucesor a Manuel Ávila Camacho, de línea claramente moderada, en lugar de a Francisco J. Múgica, quien hacía factible la continuidad del proceso cardenista, por todos conceptos progresista.
Aunque todo hecho o proceso histórico es único e irrepetible, están sujetos a un sinnúmero de reconstrucciones e interpretaciones; de hecho, cada historiador hace su particular reconstrucción del pasado y tiene su personal interpretación del mismo. Asimismo, el presidente tiene la suya, y yo la mía. El objetivo del presente artículo es plantear mi versión de lo sucedido en la sucesión de 1940, con el único propósito de enriquecer el debate historiográfico público y para que así puedan tomarse las medidas políticas más pertinentes para el país.
El presidente López Obrador aseguró también que Cárdenas optó por Ávila Camacho como resultado de la presión de ‘la derecha’, de los ‘conservadores’, afirmación que considero debe ser enriquecida y matizada. Para comenzar, Cárdenas era un presidente con una gran fuerza política, pues había salido muy fortalecido de la difícil prueba que había sido la expropiación petrolera y porque contaba con el total apoyo de las masas obreras y campesinas, a los que había organizado (CTM en 1936 y CNC en 1938) e integrado a su partido, el Partido de la Revolución Mexicana, creado en 1938 y ligado plena y personalmente a Cárdenas.
Por otro lado, ‘la derecha’, los conservadores, eran muy débiles políticamente: los hacendados habían sido prácticamente extinguidos como clase social; los empresarios, además de pocos, habían sido contenidos a todo lo largo del sexenio, como lo prueba la dura reprimenda que Cárdenas les dio, en febrero de 1936, en la propia ciudad de Monterrey. Por lo que se refiere a la Iglesia Católica —que por cierto apoyó abiertamente la expropiación, como lo prueba la ‘Carta Pastoral’ del arzobispo Luis María Martínez—, después de la Guerra Cristera no tenía deseos ni posibilidades de asumir posturas radicales. Es más, ni siquiera había logrado impedir que en México se impusiera la Educación Socialista. Por lo que se refiere a las clases medias, es preciso recordar que el PAN fue fundado en septiembre de 1939, más de dos meses después de que el propio Múgica declinara a sus aspiraciones presidenciales.
Para confirmar lo que argumento respecto a la poca fuerza de ‘la derecha’, debe recordarse que el PAN nació muy débil: no pudo postular un candidato a las elecciones presidenciales y sólo pudo establecer estructuras institucionales en menos de la tercera parte de las entidades del país. No: esa ‘derecha’ no pudo atemorizar al presidente Cárdenas, que había tenido el valor y la capacidad para enfrentar y derrotar al temido Jefe Máximo y a todo el aparato callista. No, aquella ‘derecha’ no podía preocupar al presidente que había hecho una gran reforma agraria, y que sobre todo había expropiado a las poderosísimas compañías petroleras. Valor y capacidad, le sobraban.
Claro que había problemas y riesgos, pero estos procedían de otro sector: del propio aparato gubernamental revolucionario. Para decirlo en forma rotunda, Múgica tenía más desafectos que simpatizantes. Contaba con el cariño y la confianza de Cárdenas, pero no de la clase política cardenista. Los rechazos a Múgica eran muchos y enormes, para no decir casi unánimes. Para comenzar, no contaba con la simpatía de la clase política —gabinete, gobernadores, diputados y senadores—, pues lo consideraban sectario. Tampoco contaba con el apoyo del Ejército, pues a pesar de que poseía un grado militar por haber luchado contra el huertismo en el Ejército del Noreste, los militares lo tenían como un ideólogo y un político, no como uno de los suyos. Para colmo, parte del Ejército había dado muestras claras de que no estaba conforme con la continuidad del modelo cardenista, ya fuera mediante la rebelión de Saturnino Cedillo, durante la segunda mitad de 1938, o con la candidatura independiente de Juan Andrew Almazán, quien a la postre sería un serio competidor oposicionista contra Ávila Camacho.
Fueron más las debilidades políticas de Múgica. No contaba con el apoyo del movimiento obrero, organizado en la CTM que dirigía el sovietista Vicente Lombardo Toledano, molesto con Múgica por varios asuntos, uno de los cuales era su apoyo al exilio en México de León Trotsky. Tampoco contaba con el respaldo de los campesinos, encuadrados en la CNC, y a través de ésta en el nuevo partido cardenista. Por lo que se refiere a las clases medias, éstas repudiaban a Múgica, igual que la Iglesia Católica y el empresariado. Alegaban que había sido un diputado constituyente muy jacobino y radical —ambas características ciertas—, en particular en los artículos 3° y 130, de educación y culto respectivamente; también se le reconocía como uno de los mayores impulsores de la Ley de Expropiación, de 1936.
El tema Estados Unidos merece una reflexión aparte. Si bien había terminado por aceptar la expropiación petrolera —ni siquiera se rompieron las relaciones diplomáticas—, preferían que no hubiera más expropiaciones, y a Múgica lo identificaban tanto con la expropiación petrolera como con la nacionalización de los ferrocarriles, en 1937. Sobre todo, para 1940 ya había estallado la Segunda Guerra Mundial y los Estados Unidos dieron señales claras de que deseaban para México un presidente que no fuera a generar conflictos con ellos, pues requerían concentrarse en la conflagración mundial. Es más, deseaban que México tuviera un presidente militar, que entendiera el tema cabalmente y que tuviera ascendencia en el ejército mexicano, y Ávila Camacho había sido el Secretario de Guerra de Cárdenas. Claro está que éste sabía que mientras durara la guerra Estados Unidos no podría tomar represalias en contra de México, y menos aún involucrarse en alguna aventura de resultados riesgosos, como apoyar un cuartelazo o una rebelión. La lección de la Guerra Civil Española era clarísima: el militar triunfante —Franco— estableció alianzas con los países del Eje. Tanto Franklin D. Roosevelt como Cárdenas sabían que los grandes políticos no deben tomar decisiones que puedan generarle problemas a su país.
Manuel Ávila Camacho tenía características muy distintas a las de Múgica, y sus circunstancias políticas eran también muy diferentes. Si bien Cárdenas no admiraba a Ávila Camacho ni lo consideraba su mentor, lo conocía muy bien y le tenía total confianza: había sido Jefe de su Estado Mayor por varios años y era su Secretario de Guerra al momento de la decisión sucesoria. Además del apoyo del Ejército, Ávila Camacho contaba con el respaldo de la clase política nacional —recuérdese que su hermano era gobernador de Puebla. También tenía la disposición favorable de los campesinos y obreros, dirigidos éstos por Lombardo Toledano, paisano suyo de Teziutlán, Puebla. También era considerado como la mejor opción sucesoria por los empresarios y las clases medias, pues era obvio que era moderado en términos económicos, políticos y sociales. Además, su estratégica pero sincera declaración, en plena campaña electoral, de que era “creyente”, le trajo el beneplácito de la Iglesia Católica.
Es evidente que Múgica tenía una grandísima trayectoria revolucionaria, como nadie la tenía, ni siquiera el propio Cárdenas. La Historia tiene tiempos largos y procesos cortos. Múgica fue un gran personaje histórico, pero fue un mal político. De Ávila Camacho tendríamos que decir lo contrario. Así, Múgica no era un buen candidato y de ser presidente el suyo podría ser un sexenio problemático. Lázaro Cárdenas tenía una buena memoria histórica, y obviamente recordaba, hasta con detalles, los terribles conflictos habidos entre el presidente Obregón y el gobernador Múgica, pues Cárdenas era entonces el Jefe de las Operaciones Militares en Michoacán. Paradójicamente, aunque careciera de carisma, Ávila Camacho era un buen candidato. Sobre todo, Cárdenas sabía que precisamente por su moderación ideológica sería un buen presidente, pues luego de las confrontaciones sociales y políticas habidas durante su sexenio, el país requería unidad.
Para concluir, contrasto la interpretación del presidente López Obrador con la mía. ¿Se equivocó Cárdenas? No; de ninguna manera. Como historiador procuro siempre alejarme de la seductora ucronía: aunque en términos científicos no es válido decirlo, por la información que tengo no creo que Múgica hubiera sido un buen presidente. No, lo repito, Cárdenas no se equivocó. Al contrario, apoyar a Ávila Camacho fue un gran acierto histórico. No solo no se equivocó, y mucho menos se arrepintió, sino que Cárdenas colaboró con Ávila Camacho a todo lo largo del sexenio, como Comandante Militar del Pacífico y como Secretario de Guerra. También lo ayudó convenciendo a los obreros y campesinos de que respaldaran al nuevo gobierno pues se vivían nuevos tiempos, a nivel nacional y a nivel internacional. Cárdenas fue un estadista, pero también era un político pragmático, que sabía que optar por el problemático y mal candidato que era Múgica lo hubiera obligado —otra vez la inevitable ucronía— a apoyarlo abiertamente en su campaña electoral, lo que hubiera lastimado su inmenso prestigio histórico.
* Doctor en Historia