Estados Unidos en América Latina: hegemonía en declive

Olga Pellicer

El tema de los cambios en la geopolítica mundial se ha convertido en preocupación central de los estudiosos de problemas internacionales. Muchas son las reflexiones sobre problemas que han tomado dimensiones inesperadas. Entre ellos se encuentran la disputa entre China y Estados Unidos por la hegemonía mundial; el primer enfrentamiento militar en territorio europeo desde finales de la Segunda Guerra Mundial, y la crisis de los valores que sostenían el orden internacional desde el fin de la Guerra Fría: la democracia liberal y la globalización económica.

Dentro de esas preocupaciones se ubica el papel de Estados Unidos en el hemisferio occidental. Durante largo tiempo, desde la época de la doctrina Monroe, América Latina fue vista como zona de influencia incuestionable de Estados Unidos. Ha dejado de serlo.

Desde el punto de vista militar y de los servicios de inteligencia, el país del norte sigue gozando de una posición privilegiada en la región. Sin embargo, no ocurre otro tanto si la vemos desde la perspectiva de las relaciones económicas, políticas e institucionales. Desde ahí, el siglo XXI es testigo de grandes cambios que permiten hablar de un franco debilitamiento del papel de Estados Unidos en el Continente Americano.

En primer lugar, la presencia económica de China en la región ha ido creciendo exponencialmente para llegar a ser, en la actualidad, el principal socio comercial de Brasil, Chile, Perú, Argentina, Venezuela y Cuba. Algunos de esos países han reconocido ante la Organización Mundial de Comercio a la economía china como economía de mercado y mantienen acuerdos de libre comercio con ella.

Son diversas las opiniones sobre cómo pueden evaluarse el peso y las consecuencias de esa influencia económica de China. En primer lugar, su importancia económica no es generalizada. Tiene importancia en los países citados; en otros, más pequeños y de menor desarrollo, la relación económica más importante sigue siendo con Estados Unidos.

De otra parte, mucho se ha discutido sobre el impacto de China como detonador de un crecimiento más equilibrado de las economías de la región. Para algunos, su presencia ha contribuido a mantener a los países latinoamericanos en la categoría de economías exportadoras de materias primas, agrícolas y minerales, con pocas perspectivas de avanzar en materia de industrialización y dominio de la ciencia y la tecnología.

La opinión anterior tiene mucho de cierto, pero datos recientes indican el surgimiento de acuerdos más sofisticados que promueven el avance de industrias de punta y el desarrollo de sistemas digitales, sobre todo en los casos de Brasil y, aunque en menor grado, Chile.

La reciente aparición de una publicación del conocido académico y diplomático chileno Jorge Heine sobre El siglo del Dragón tiene mucho que decirnos sobre las expectativas de Chile. Asimismo, los trabajos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) proporcionan lineamientos muy útiles para una relación con China, más fructífera de lo alcanzado hasta ahora.

Pasando ahora al tema de las instituciones políticas, las relaciones hemisféricas atraviesan un momento de evidente debilitamiento. Dos ejemplos lo ilustran bien: la dramática ineficiencia de los órganos políticos de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la poca trascendencia de los encuentros en la Cumbre de las Américas.

Cabe advertir que se encuentra a otro nivel de análisis el respetable trabajo de órganos especializados de la OEA, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuya contribución a la defensa de los derechos humanos en los países de América Latina es invaluable.

La incapacidad para resolver el drama de Venezuela ha sido el ejemplo más evidente de la ineficiencia de los órganos políticos de la OEA. Diversos caminos han fracasado, desde otorgar el reconocimiento de presidente a quien a todas luces carecía del control territorial del país, hasta auspiciar pláticas de paz, amenazar con el desembarco de fuerzas militares o declarar terroristas a los actuales dirigentes, que podrían ser arrestados y juzgados en Estados Unidos. Esos fracasos para enfrentar la situación de Venezuela son, a su vez, reflejo de la escasa legitimidad de su secretario general, Luis Almagro.

Por lo que toca a la Cumbre de las Américas, creada y promovida principalmente por Estados Unidos, es poco lo que se puede destacar de sus resultados. Su imagen ha estado frecuentemente secuestrada por el carácter discriminatorio de las invitaciones a participar. Cuba y, más recientemente, la Nicaragua de Ortega han sido el motivo de la discordia. Los desacuerdos sobre su presencia o ausencia han dejado en segundo plano los adelantos, pocos, que se han logrado en los encuentros.

Cabe ahora preguntarse sobre el alcance de la acción latinoamericana como actor relevante de la política internacional. ¿Qué papel desempeña América Latina como región unificada en la reconfiguración de la geopolítica mundial? Desafortunadamente, un papel muy secundario, casi imperceptible.

Los motivos para ello son diversos: la difícil situación económica al haber sido una de las regiones más golpeadas por la pandemia; el desmoronamiento de sus instancias de coordinación, como la Alianza Bolivariana, Unasur, la Alianza del Pacífico o el Grupo de Lima; sólo la Celac escapa al debilitamiento de esas instancias.

El triunfo de Lula en las elecciones presidenciales de Brasil despierta en algunos esperanzas sobre el surgimiento de una ola progresista, coordinada y compartiendo fines comunes, que devuelva una voz unificada a América Latina en la política internacional.

Está por verse el campo de maniobra que tendrá Lula, las prioridades que vaya a fijar, y también está por verse si será favorable para México, el otro gran país latinoamericano cuya relación con Estados Unidos lo coloca en un sitio distinto a todos los demás Estados de la región.

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